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Caja de herramientas

El diccionario como juego de llaves para aflojar, apretar o encajar piezas del idioma

El diccionario de la RAE ya no se vende
Antonio García Barbeito

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Veintiséis pesetas se gastó tu padre en comprarte aquel diccionario Everest, porque te habían dicho que allí estaban todas las palabras. Veintiséis pesetas, lo que tú no ganabas en tres jornadas recolectando algodón. Pasados los años, ochocientas pesetas te gastaste en aquel libraco –«¿Y te ... lo vas a leer entero, hijo?»- de ochocientas páginas que hablaba de la fuerza de las palabras, de etimologías, de verbos, de errores frecuentes en la ortografía, de historia de algunas palabras, del uso correcto de las preposiciones… Ochocientas pesetas no ganabas tú más que echando doce horas diarias, durante cuatro días, en algún trabajo de campaña. Más tarde, llegaron más diccionarios: etimológico, ideológico, de dudas… Jamás olvidarás aquel con definiciones en cinco idiomas que te regaló tu buen amigo carrionero, y grandísima persona, Paco Paz. Descubriste que los diccionarios eran cajas de herramientas para trabajar con la mecánica del habla. El diccionario como juego de llaves para, según la necesidad, aflojar, apretar o encajar piezas del idioma. O descubrirlas.

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