Las campanadas de Ibai se estancan

De este modo, tras su éxito inicial, donde lo novedoso desde luego jugó un papel esencial, ha de conformarse con unas cifras excelentes, 179.082 dispositivos durante su emisión, pero no desorbitadas. Con respecto al año anterior, ha perdido casi la mitad de espectadores. Aun así, los medios digitales lo entienden como un éxito mayúsculo.

Hay familias en las que no se innova nada durante esos minutos previos al Nuevo Año desde hace décadas. Nada nuevo, jamás, en el menú ni en la bebida. Varones, de traje de chaqueta o camisa formalita, en su defecto. Mujeres, arregladas, mucho más que una Cristina Pedroche incapaz de no ruborizarse ante tal atuendo. Y yo me pregunto, aunque los gurús de todo esto vean en Twitch lo que terminará muy pronto con la televisión tal y como la hemos conocido hasta ahora, que son los mismos que acabaron con los periódicos hace una década y con los libros en papel hace un lustro, cómo va a conseguir Ibai entrar en la pantalla de la casa donde aún se come huevo hilado. La Nochevieja ha de ser viejuna por definición. Clásica, aunque sea por no discutir. Se comen uvas, nos abrazamos, respondemos y mandamos mensajes por el móvil a los amigos, paladeamos el humor blanco… Ibai emula lo tradicional para rascarle audiencia, pero ofrece lo mismo por otra vía. Y quien decide ese día lo que se ve es quien manda. El mismo, o la misma, que paga la cena y tiene el mando. La noche en la que se estrenan promesas se mira más al pasado que al futuro, es una realidad. Los experimentos son para el resto del año.