Sol y sombra

De reaparición y oro

Morante de la Puebla es un actor político que ha entendido cuál es la prioridad de España mejor que los líderes de la oposición

Es posible que el subconsciente motivase la elección del traje de luces que Morante lució el domingo en Las Ventas, ese lila con la taleguilla tintada de sangre –¿les parece a ustedes que la fiera pasa cerca, o no?– descrito en la crónica de Rosario ... Pérez como «Chenel y oro». Y no por el homenaje que se le rindió en sesión matinal al diestro madrileño, sino porque el gesto del torero de La Puebla de arrancarse la coleta –nada de cortársela, se la quitó de un tirón– fue cualquier cosa menos un arrebato. «Ahora me voy, y estoy convencido de que es para siempre, pero seguramente volveré». Siete veces se retiró Antoñete y otras tantas reapareció.

José Antonio Morante Camacho, sin alias ni nombre artístico, es un paciente psiquiátrico a quien se ha diagnosticado un trastorno disociativo. Sin paños calientes: una patología gravísima que requiere permanente vigilancia. «No puedo más», confesó a su cuadrilla nada más desorejar al último toro de una temporada apoteósica que lo ha colocado en la cima del escalafón histórico. Por más que el aficionado lamente su retirada, lo artístico debe pasar a un segundo plano. ¿Volverá? Si su salud se lo permite, la respuesta habita en el malva desvaído –de Milka y oro, podría haberse escrito– de ese último vestido de torear.

Y si su retirada definitiva se hubiera producido en efecto el domingo, por desventura, habremos tenido la fortuna de contemplar una carrera inconmensurable de casi tres decenios, desde su alternativa en 1997. No sólo, ni siquiera en primer lugar, por haber revolucionado la tauromaquia. De la hondura artística de Morante y de su concepción absolutamente novedosa de la disciplina que ha cultivado seguirán hablando los manuales de Estética dentro de un siglo. Lo que todo ciudadano consciente, sea o no aficionado a los toros, debe agradecerle al maestro es que ha devuelto a la Fiesta al primer plano de la conversación pública con una reivindicación desacomplejada que, para colmo de bienes, ha despertado políticamente a una generación. Si Pedro Almodóvar o Lluís Llach ejercen influencia sobre el voto de sus respectivos fans, ¿por qué no aprovechar desde el otro lado del arco parlamentario el tirón del personaje más relevante de la cultura española del momento?

El vuelco en las elecciones andaluzas de diciembre de 2018 habría resultado imposible sin la irrupción en el parlamento regional de Vox, cuya docena de escaños desbarató las encuestas y eyectó a Susana Díaz de San Telmo. La formación derechista se nutrió entonces de un sufragio joven y rural, dos nichos activados en gran medida por la implicación de un Morante a quien vimos hacer campaña, megáfono en ristre, desde su propia furgoneta. En la corrida del adiós, le brindó un toro a Santiago Abascal y otro a Isabel Díaz Ayuso, faros de dos de las muchas vías que hay trazadas para terminar con la pesadilla del sanchismo. De haber estado en la plaza, se los habría brindado también a Feijóo y a Juanma Moreno. Porque el torero ha entendido mejor que los líderes de la oposición cuál es la prioridad para España.

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