ad utrumque
Un trompo y una guita
Vi el otro día un niño bailando el trompo. Juro que no era un fantasma
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Iniciar sesiónCruzaba el pasaje del Barato, en Los Naranjos, y me sentí atrapado en un túnel del tiempo. El Barato ya es de por sí un lugar como regresado de otra época; un rescoldo del ayer. Allí, aún es aquella mañana de domingo de invierno de ... hace ya muchos años, cuando todo permanecía intacto y tu historia empezaba a escribirse. Hay algo ciertamente misterioso en esa tasca de los mil nombres: el Barato, Gilsan, La Viña... Pues resultó que allí, en el pasaje, vi el otro día un niño bailando el trompo. Juro que no era un fantasma. El trompo, de madera, como los de antiguamente, con su púa de hierro y sus tres surcos paralelos circundando la parte más ancha. Lo liaba con una cuerda que aquí nunca fue cuerda sino guita. Las tres primeras vueltas, bien apretadas; y las demás, con la presión justa, forrándolo hasta el primero o el segundo de los surcos. La guita era roja y gorda, como es de ley, con su nudo al final. No vi si de tope llevaba enhebrada una moneda con un agujero en medio, como aquellas de dos reales o cinco duros (ay, la inflación), que conocimos los más o menos viejos; la que se colocaba entre los dedos anular y meñique para que la guita no saliera disparada con trompo y lo que se tirase, en vez de un trompo, fuera una pedrá. Claro que dónde iba a encontrar ese niño una moneda de esas. También podría haber puesto un platillo machacado agujereado en el centro. Un platillo era entonces en Sevilla lo que en Madrid -y ahora también en Sevilla, para nuestra desgracia léxica- una chapa. O sea, el tapón de un botellín.
Yerro era del niño bailar el trompo en la acera pues sabido es que los trompos se ponen roncos si no se bailan en suelo terrizo.
-Claro, mi arma. Como no lo baile en un alcorque sembrado de meados y cacas de perro…
-Tiene usted razón, señora. Aunque el chiquillo demostraba también no ser muy diestro porque el trompo lo tiraba 'a la gachaita' y no 'a la puá', como los que sabían; esos que luego lo recogían con la palma de la mano y, amaestrado, bailaba en ella su vals mientras les hacía cosquillas con la púa.
-Cómo podría hacer eso, si el niño es de otra época; si para él una gameboy es ya un objeto rupestre.
-Pues otra vez tiene razón. ¿Se acuerda usted qué se decía de los que sabían bailarlo bien?
-Claro. 'Vaya tela el vicio que tiene el nota ese con el trompo'.
-Eso es. Vicio significaba entonces destreza y en Sevilla se pronunciaba seseando. Ahora, en Sevilla, no sé si lo ha notado, mucha gente ha dejado de sesear y, no sé por qué, pronuncia la ce como si fuera de Valladolid. Y no es la zeta andaluza de Dos Hermanas, es la ce de Valladolid. Tampoco sé si ese niño llamará trompo al trompo y guita a la guita o los llama peonza y cuerda respectivamente. Como ya nadie llama en Sevilla platillos a las chapas ni panderos a las cometas. Puede que en el Barato no lo parezca, pero el tiempo pasa y las cosas cambian. Eso no es bueno ni malo, simplemente, ocurre. Pero hay quien siente al comprenderlo que éste ya no es su tiempo. Hoy, sin embargo, con el trompo de ese niño todos los relojes giraron vertiginosos hacia atrás y volvió a dar la hora de aquella tarde, cuando eras tú quien bailaba un viejo trompo con su roja guita; cuando todo parecía intacto y la historia que viviste estaba aún por escribir.
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