ad utrumque
Evocación
Hoy que empezamos a escribir en el ABC, he vuelto a sentir el aroma del café recién hecho por mi madre
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Iniciar sesiónMientras los dedos se afanan sobre el teclado componiendo estas letras, algo repiquetea dentro de quien escribe. Es una rara emoción, cuyo percutir evoca las viejas baquetas de Hidalgo, que parecen rufar sobre el tenso pellejo de su pericardio, haciendo al corazón latir de nuevo ... con el vigor y la ilusión de la infancia. Cómo no sentir en este instante el pulso inefable de la vida que pasa, de todo lo importante que alguna vez sucedió, sabiendo que con estas letras comienza a cerrarse un círculo que se abrió hace ya mucho tiempo, demasiado quizá, pero acaso el tiempo justo y necesario para que las cosas fueran como debían.
Hoy que empezamos a escribir en el ABC, he vuelto a sentir el aroma del café recién hecho por mi madre, quien, como cada día de la semana, se despertó con el alba. Ha sido subir el café y oírse el timbrazo que inaugura el día en mi casa. Nuestro timbre -ñeeeee- es de chicharra, de esos antiguos, todavía no nos ha dado por poner uno como el de la vecina -ding-dong- musical y moderno. El timbrazo anuncia la llegada del fantasmagórico repartidor del abecé, a quien nunca vemos, porque al abrir la puerta, ya se ha ido, dejando el periódico en el umbral. Siempre lo hace a primera hora, aunque hay días que parece retrasarse. En realidad, nunca lo hace. Todo es obra de Paco, el taimado vecino del cuarto. Paco es un hombre adelantado a su tiempo que comparte las tareas del hogar con su señora y hace los mandaos; aunque en esta época todavía es para el resto de los vecinos el prototipo de 'hombre blandengue' del Fary; ese hombre de la bolsa de la compra y el carrito del niño. A ningún paterfamilias del barrio se le ocurriría ir a comprar lentejas a la tienda de Antón, pero Paco sí va y, como Raphael, pasa del qué dirán. Paco, no obstante, tiene su lado oscuro. El ofrecerse al repartidor del abecé para ahorrarle el trabajo de subir las escaleras hasta mi casa es interesado. Antes de dejarlo él en la puerta, dar el timbrazo y salir corriendo escaleras arriba, se lo ha leído de cabo a rabo.
En la casa huele ya a café y tinta recién impresa. El periódico se ha horneado a la misma hora que el bollo de la tostá. Mi padre, hombre del comercio, está repasando las mortuorias (nada de esquelas), no vaya a ser que algún conocido haya pasado a mejor vida y deje de dar el pésame a los deudos, que es pecado gordo en su gremio. Por eso siempre empieza el periódico por el final. Luego salta al 'Sevilla al día' -todavía no es El Recuadro-, de Burgos, que siempre comenta con mi madre. Por lo general, suele estar de acuerdo. He descubierto mi primera vocación en los anuncios por palabras. Quiero ser detective privado, como Carpe, Larry y Maype. Me los imagino con sombrero, gabardina y hasta una pistola. El tiempo me revelará que ese peliculero Maype no es sino el acrónimo de 'María y Pepe'. Mejor, por eso, ser periodista que detective y, quién sabe, escribir algún día en el ABC. Hoy, que llegó ese día, la memoria ha escogido el camino más corto para herirme.
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