ad utrumque
El dedo en la llaga
Ha pasado ya una semana de la misión y empieza a parecer que fue hace una eternidad. Surge ahora la inevitable pregunta: ¿ha servido para algo?
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Iniciar sesiónNI siquiera era mediodía cuando la parihuela de la Esperanza de Triana cruzó la Ronda del Tamarguillo camino de vuelta a su barrio y volvió a hacerse de noche en las Tres Mil Viviendas. Una noche oscura, no del alma, sino de indiferencia, de premeditado ... desdén, que allí reina eternamente sobre la pobreza, la marginación y toda su hiriente y larga ristra de consecuencias. Una cerrada e inacabable noche austral que cubre con su oscuro manto el dolor extremo de nuestro doliente sur para que nadie vea ni sepa; para evitar el peso abrumador de los cargos de conciencia; para no reconocer la culpa mancomunada del pecado que todos cometimos. Porque todos fuimos responsables de que ocurriera, ignorando el mal, negando que nos concerniera. Muy pocos quisieron complicarse allí la vida, comprometerse, intentar cambiar las cosas; empeño siempre de alto riesgo, dudoso éxito y nulo beneficio. El resto, nos abstuvimos y dejamos que las cosas se pudrieran. Allí, en Los Pajaritos, en Torreblanca y en todos esos barrios de nuestra ciudad que con obstinada recurrencia encabezan las listas de los más pobres de Europa. De Europa, oiga, de Europa. Hasta aquellos andurriales, hasta donde habita el olvido, fue llevada hace unos días la Esperanza de Triana con el fastuoso aparato habitual de las hermandades: ciriales, incienso, banda, trajes oscuros, flores, bulla. Bien es cierto que la Virgen trianera siempre había estado allí: en las viejas fotos colgadas en las humildes paredes de las casas, en las estampas amarillentas descansando sobre las mesitas de noche, en el desarraigado corazón de tanta gente… pero eso, tampoco lo veíamos. El traslado de la imagen a la parroquia de Jesús Obrero vino a constatar la realidad de esa presencia y, sobre todo, a poner -como hizo el Gran Poder hace cuatro años en Amate- el dedo en la llaga que más duele y avergüenza. La Virgen, como antes había hecho el Señor, nos cogió de la oreja y nos obligó a mirar lo que nadie quiere ver. Ni siquiera quienes dicen estar más comprometidos con la causa de los desfavorecidos. Nadie. Y lo que vimos fue un fracaso social en cuya reparación apenas colabora la Iglesia Católica y algunas, pocas, entidades, la mayoría vinculadas a aquella. Esto se querrá reconocer o no, pero negarlo es imposible. Ha pasado ya una semana de la misión y empieza a parecer que fue hace una eternidad. Surge ahora la inevitable pregunta: ¿ha servido para algo? La visita de la Esperanza de Triana no ha resuelto ninguno de los problemas de las Tres Mil Viviendas, pero sí ha logrado lo único que puede ayudar a resolverlos: recordar que existen. A eso deben añadirse los muchos pequeños milagros obrados durante esa mañana de Viernes Santo que en el Polígono Sur duró una semana. Milagros cuya historia acaso nunca sepamos, pues quedarán guardados para siempre en el corazón de los desesperados que le confiaron en silencio su dolor. Esos a los que la Virgen, cuando ya la daban por irremisiblemente perdida, les devolvió la esperanza. Bendita sea.
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