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Sevilla al día

De la Velá a la Velada

Es la gran paradoja de una Sevilla que vive del streaming en Twitch y la foto en Instagram

Javier Macías

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La Triana más pura es ya un mito que aparece en la Lonely Planet como la cuna del costumbrismo sevillano. Lo que antes era un arrabal popular y exótico es hoy un apéndice del Centro sin alma que mantiene su identidad en el caparazón de ... las fiestas. La vieja Triana empezó su agonía con el éxodo a los polígonos y ahora se ha terminado de morir con la marcha silenciosa de los vecinos de siempre que aportaban la idiosincrasia de pueblo orgulloso que estaba en la orilla correcta de la ciudad. El Mercado es la prueba, convertido en un espacio cada vez más sofisticado para guiris. El flamenco se empezó a esfumar con el cierre del Morapio en los 80 y apenas sobrevive en la Soleá del Faro, la falseta de Ricardo Miño que sigue marcando las horas del Puente. Y en la coplilla que se sigue cantando en la Peña: «Son cuatro puntales finos/que sostienen a Triana:/San Jacinto, Los Remedios,/La O y Señá Santa Ana». El último alfarero ha vuelto a ese pequeño rincón donde moldea la loza, herencia de Montalván -hoy la fábrica es un precioso hotel con restaurante de lujo-, en la ele que forman Antillano Campos y Alfarería. Todo este cuento milenario es un atractivo turístico que esconde una gran falacia cubierta por un barniz de cafés de diseño, galerías de arte y tiendas de souvernir que han desposeído al barrio de su autenticidad. Triana, como Santa Cruz, se ha diluido como un producto de consumo, desnaturalizado y congelado en el tiempo para venderse como postal. Ha cambiado el barro por el ladrillo visto, la taberna por la franquicia y los corrales por los apartamentos turísticos.

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