pásalo

Andalucía ¿tercer mundo?

Los genios nunca se marchan, permanecen vivos en la tierra que nos descubrieron

A mi padre, que de la gloria disfrute, le debo el cielo y la tierra. El cielo porque, de su mano, me acercó al azúcar divino del Dulce Nombre de la plaza de San Lorenzo, para tocarlo con la mano al ver sus ojos virginales. ... Y a la tierra porque, también de su mano, me regaló siendo alumno de COU, un libro que fijó en mi corazón y en mis sueños una Andalucía distinta, diferente, rebelde ante su mal dado destino. El libro lo escribió Antonio Burgos, lo tituló «Andalucía ¿ tercer mundo?» y lo parió con la vibrante energía de los años nuevos, aquellos en los que se movía en un dos caballos, lucía melena contestataria y barba de lector del Triunfo. Ese libro de Burgos fue para muchos andaluces una especie de mapa para que no nos perdiéramos en identidades ajenas, marcando la ruta de por dónde deberíamos andarnos los sufridores de nuestra historia y, de una vez por todas, ser dueños de nuestro propio destino. En el instituto Martínez Montañés nos lo pasamos de mano en mano, siempre con la condición sagrada, de que los libros que se prestan son de obligada devolución. Confieso que fue mi biblia política en la que descubrí por qué razón la España más cainita asesinaba de forma recurrente al Abel andaluz…que en su caso fue, mucho tiempo después, Infanzón, con lealtad eterna a la Sevilla que se perdía junto con los cielos de Murube.

Cuando entré por vez primera en la redacción de ABC, reclamado por un compañero del alma como Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, me lo presentaron y se hizo realidad esos sueños mitómanos que nos hacemos los adolescentes. Estrechar la mano del que te ha explicado el mundo a través de una canción, de un poema, de un cuadro o de un libro. Así sentí aquella mano que, diariamente, tecleaba en una Olivetti sus ya imprescindibles Sevilla al día, que de mayor se convirtieron en sus temibles y celebrados Recuadros. Es curioso. Pero muchos de los andalucistas de la segunda generación, como bien anda investigando y escribiendo José Luís Villar, se engancharon al banderín de la causa siguiendo la vía abierta por Antonio Burgos, tanto en sus artículos como en su cancionero, que no hubo pareja más celebrada con el verde oliva de nuestros campos y el blanco puro de la cal de los pueblo de Andalucía, que la que formó con Carlos Cano. Uno escribía desde la sensibilidad que da lo que duele; el otro cantaba con el corazón en la boca. Dicen que le confesó a Carlos Cano que le habría encantado ser senador andalucista por Cádiz. No pudo ser. Pero Cádiz lo hizo hijo adoptivo y le dio su nombre a una calle entre El Mora y la Caleta, donde las olas son plata quieta, según testó en sus Habaneras por los siglos de los siglos. No le gustaban las camisas de flores que me ponía, pero tampoco me regateó ninguna cuando escribía algo que le gustara. Guaseaba con los pintores de la posmodernidad. Y en mi casa guardo una sincera dedicatoria que le hizo a mi Swing María. Los genios nunca se marchan. Permanecen vivos en la tierra que nos descubrieron…

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