quemar los días
Nunca más
En ningún sitio vais a comer atún como allí, nos habían dicho. Y era cierto, pero también otras cosas
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónTENÍAMOS la reserva hecha desde hacía meses. En ningún sitio vais a comer atún como allí, nos habían dicho. Habíamos reservado en barra, pero finalmente, como el día estaba magnífico, conseguimos que nos dieran una mesa alta de terraza. Quiso la suerte, o la mala ... suerte, que la mesa estuviera justo al lado del espacio donde operaban los camareros.
Yo lo tenía justo enfrente. Lo suficientemente cerca para poder escuchar cómo hablaban entre ellos, a pesar de que el volumen de sus conversaciones era discreto. El maitre vino a recibirnos, y nos dedicó unas palabras amabilísimas. Calvo y con gafas, no parecía un maitre, sino más bien un atento cajero de banca. Bienvenidos a nuestro restaurante, espero que la experiencia les resulte placentera, estaré aquí, junto a mi compañera X, para atenderles. La compañera X era igualmente encantadora, pero bastante joven.
El restaurante estaba lleno de gente guapa. Al ver a todos aquellos clientes, uno acababa contagiándose de guapura, y además la comida era deliciosa. Pedimos, claro, atún, en distintas modalidades. El morrillo a la plancha emocionaba.
Poco a poco, mi atención, siempre variable y huidiza, fue desviándose desde mi propia mesa y de los otros comensales contiguos al espacio de los camareros. Y empecé a observar al maitre, y su relación con X, la chica joven con la que compartía nuestro servicio. Hablaba en voz baja, pero le hablaba mal, criticando todo lo que la chica hacía de forma despiadada y poniendo reparos a absolutamente cualquier movimiento de ella. Por ejemplo, si no servía el vino por el lazo derecho del cliente, algo más o menos justificable ateniéndonos a la etiqueta, pero también si, al insistirle nosotros en que los dejara, la camarera no retiraba los cubiertos entre plato y plato. La estaba machacando, no solo con su atención a nuestra mesa, sino a todas las que dependían de ella. Pero lo más terrible es que lo hacía de forma retorcida, sin perder la impecable sonrisa que ofrecía a sus clientes.
Al final de la comida, no pude resistirme, y alentado por las cuatro copas de palo cortado que había bebido -delicioso, como todo el almuerzo-, le manifesté a X mi agradecimiento por su excelente atención y sobre todo por su paciencia. Soy nueva, explicó ella, disculpando a su jefe con las palabras pero agradeciendo con la mirada mi gesto: me está enseñando, es normal.
No, pensé al salir. No es normal. Es impensable que alguien pueda y deba prestar la misma atención a un subordinado que a un cliente, pero sí se precisa humanidad. Aquella sonrisa supuestamente amable del maitre contenía todo lo que más me desagrada del ser humano: hipocresía, crueldad, falta de empatía. Más que suficiente como para no volver a pisar el restaurante, a pesar de que soy consciente de que no volveré a probar un atún así en mi vida.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete