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QUEMAR LOS DÍAS

Nos extinguimos, pero lentamente (por suerte)

Me enamoré de mi peluquería cuando identifiqué, al fondo, el tarro de Varón Dandy

Daniel Ruiz

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He tenido tres peluqueros en mi vida. A no ser que el tercero se jubile, ya no habrá un cuarto. El momento más crítico en mi relación con los peluqueros se produjo cuando, hace dos décadas, el primero lo hizo: colgó las botas del negocio ... y ningún hijo o sobrino vino a sustituirlo. Miguel, mi peluquero, había sido también peluquero de funerarias. Que pelara a los muertos es algo que provocaba cierto recelo entre determinada gente. Para mí, sin embargo, era un signo de carácter, un rasgo de personalidad. Quizá por aquella experiencia, sufrió expansiones metafísicas que finalmente lo llevaron a engrosar esa reconocible categoría, compartida por algunos profesionales de otros gremios, como el del taxi o la restauración, del profesional filósofo. Así, por ejemplo, su peluquería estaba atiborrada de frases que invitaban a pensar, frases que él mismo imprimía y regalaba como frontispicio de calendarios de vírgenes y cristos de Fournier.

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