quemar los días
Andalucía, bata vieja
Me gustaría que me incineraran con ella puesta, como los generales gustan de ser enterrados con sus galones
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Iniciar sesiónNo tengo ninguna prueba pero tampoco ninguna duda de que mi mujer me ha tirado a la basura más de una camiseta vieja. Sin embargo, su terquedad al negármelo me obliga a mantenerme en guardia: desde luego, sabe mentir. Desde hace demasiado tiempo viene amenazándome ... con hacer desaparecer mi vieja bata azul. Cualquier día, me dice, ya no la ves más. De todas mis prendas, es sin duda la más zarrapastrosa: le faltan botones, está descosida en algunas partes, e incluso tiene algún pegote de pegamento -no sé ustedes, pero a estas alturas de mi vida sigo siendo incapaz de usar un Superglue sin que se me peguen los dedos o se me manche la ropa-. Pero es también la más valiosa.
Cuando, tras el fallecimiento de mi padre, tocó desprendernos de su ropa, descubrimos que guardaba en el armario prendas, muchas de ellas incluso precintadas y sin abrir, suficientes para haber montado una tienda de ropa. Desde que se prejubiló, su vestimenta habitual eran las camisetas baratas, de propaganda comercial, normalmente siempre las mismas, que reutilizaba una y otra vez.
Es posible que mi apego por la ropa más vieja y desastrosa provenga de ahí. Pero a estas alturas es inútil engañarse: mi mujer todavía recuerda con enojo la poca fiesta que le hice a la bata que me regaló unas navidades, con la ingenua pretensión de que la sustituyera por mi querida bata azul. De hecho -lo hago constar aquí por escrito para que sea tomado como capitulación de últimas voluntades-, me gustaría que me incineraran con ella puesta, como los generales gustan de ser enterrados con sus galones.
Habíamos programado para este puente una escapada a Barbate, pero finalmente abortamos el plan por el mal tiempo. Los días de Andalucía suelen ser bastante bulliciosos, alegres, callejeros. Este salió gris y antipático. Hubo dos o tres años seguidos en los que fui al acto de entrega de las Medallas de Andalucía en el Teatro de la Maestranza. Pero dejé de ir porque me superaba la etiqueta: todo el mundo iba demasiado peripuesto, como para una boda, y a mí en el Día de Andalucía lo que me pide el cuerpo es una camiseta y unos vaqueros. Porque, para mí ser andaluz es lo contrario al engolamiento. Una barra en una plaza de cualquier barrio con música, botellines y raciones de carne con tomate: eso es para mí ese día. Pero si sale feo, como el último, no encuentro forma más feliz de celebrarlo que con mi vieja bata. Es más: si alguna vez en la vida alguien se equivocara y me concediera una medalla por buen andaluz, mi condición irrenunciable para acudir sería que me dejaran recogerla con ella puesta. Seguramente eso sería motivo de divorcio, pero le haría entender a mi mujer que me lo debe, por todas esas camisetas viejas que me ha tirado -no tengo pruebas, pero tampoco dudas- a lo largo de todos estos años.
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