Patrimonio vegetal

—¿En latín?

Como Dios manda. Pero como ya los curas no estudian Latín en el Seminario y si lo hacen es «mú poco, casi ná», que decía El Beni, y no pasan del «rosa, rosae», y mucho menos rezan el Breviario (más que la Hora Sexta del butacazo postprandial), yo me voy con unción casi devocional y religiosa, a modo de Breviario de la Lengua, al Diccionario de la Real Academia, más de Madrid que Española. Y con sus páginas entre mis manos me parece que rezo Tercia o Laudes del idioma. Y he mirado el DRAE para ver qué dice de la palabra del título: «Patrimonio». Al menos con la acepción que más se usa hoy: conjunto de bienes históricos y artísticos de una ciudad o una nación. El Diccionario desconoce esta acepción que cada día se usa más, y con más variantes. Mi discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras en 1985 trató de un asunto que entonces era novedoso y que sólo había leído en Santiago Amón: «Sevilla, Patrimonio Inmaterial». Nadie por aquellos entonces sabía que igual que hay un patrimonio artístico de piedras y pinturas existe otro de ritos, tradiciones, costumbres, ceremoniales. Ya es de uso común esto del «Patrimonio Inmaterial», y todo el mundo quiere que la Unesco le declare algo como tal: que si el baile de su pueblo; que si el arte de montar una caseta de Feria; que si los campanilleros de Bormujos o de Castilleja de Chicago, digo, de la Cuesta...

Pero lo que no he visto usar, y es un concepto que deberíamos no sólo definir, sino defender, es esto del Patrimonio Vegetal que me ha salido de las teclas del ordenador como a la alcaldesa de Jerez los dedos chicos de los pinreles por las andalias (vulgo sandalias) cuando toma posesión para quitarle el busto a Pemán, en vez de ponerle una estatua de cuerpo entero, que es lo que tenía que hacer y dejarse de cuentos progres e iletrados.

Si la primera acepción de «patrimonio» para el DRAE es «hacienda que alguien ha heredado de sus ascendientes», Sevilla ha recibido de sus mayores un patrimonio vegetal de valor incalculable. Ya se valora el patrimonio material, gracias a Dios. Y se restaura. Por ejemplo con la manita que me consta don José María Pacheco Guardiola les va a echar desde Konecta a las madres capuchinas de Santa Rosalía para que el convento no se les venga abajo. Ya se valora el patrimonio inmaterial, aunque el alcalde Espadas acabe de un plumazo con el ceremonial de la corporación municipal en pleno y bajo mazas acompañando a la Virgen el 15 de agosto. Pero Sevilla tiene un patrimonio vegetal que miren lo que hizo con él Monteseirín en la Avenida o Zoido en la calle Almirante Lobo. No hay ciudad en el mundo con un corredor verde como el que tiene Sevilla desde el Puente de Triana al Campo del Betis: vas viendo siempre verde de arboleda, a cual más hermosa: amarillas tipuanas, moradas jacarandas, blancos naranjos en flor... ¿No es tan monumental como la Casa de los Motilla la buganvilla que chorrea su belleza por fuera por la tapia en la calle Martín Villa? ¿Cuánto vale el taxodio del monumento de Bécquer en el Parque? ¿Y los cuatro monumentales ficus de la Plaza de San Pedro? ¿Y los dos laureles de Indias de delante del Bancospaña? ¿Y el pino centenario de los Jardines de Murillo? Pero por lo visto cuando los alcaldes toman posesión les dan dos símbolos de su poder: el bastón y una motosierra. Para que se harten de atentar contra el patrimonio vegetal callejero de Sevilla, único en el mundo. En las calles y parques de Sevilla hay 178.000 árboles. ¿Cuánto vale eso? Por eso digo que es nuestro mejor patrimonio. Y cómo trasmina ese patrimonio cuando los naranjos se ponen en flor para hacerte la competencia al anunciar la Pasión según Sevilla, pregonero Rafaserna...