Arma y padrino
Eso que no existe
Ni presunción de inocencia, ni hechos probados, ni garantías procesales. Lo que llamamos cultura de la cancelación
Negacionismo fetén
Emancipación humana en cuatrimotor
Tenía casi acabada mi columna y me estaba quedando bastante apañada. Me acordaba en ella de un episodio de 'L'Inspecteur', el del Capitán Ostrita, un contrabandista melifluo que era perseguido por el inspector Clouseau y el sargento Deux-deux. Tan llorica almeja, pese a ... ser un malote escapista, cuando le encañonaban sorpresivamente le incomodaba, más que la detención por múltiples fechorías, que la pistola estuviese demasiado fría. El Capitán Ostrita, como el ministro de Transportes, era un crustáceo hiperestésico al que las perlas le irritaban y le ocasionaban úlceras. Remataba el texto, tras hablar sobre la fiscalización del denuesto en los diarios, diciendo que un berrinche de Óscar Puente por una crítica desabrida es como si, en un salón de té, un rinoceronte con tutú que acaba de eructar te llamase la atención por poner los codos en la mesa. Ahí, hasta me he hecho gracia a mí misma. Con la rabia que me da. Y me faltaba nada para terminar, y darle a enviar, y abrir una cerveza, y un libro, y los pies en la mesa, página 252, móvil apagado o fuera de cobertura. Así de felices me las prometía, digo, cuando se me ha cruzado la carta que el historietista Ed Piskor ha dejado a sus familiares antes de suicidarse.
Piskor fue acusado de acoso a una menor y de conducta sexual inapropiada. A eso, sin más prueba que unas frases sacadas de contexto, siguió un linchamiento en redes, la anulación de una exposición y el repudio de compañeros y amigos. Su mundo al garete. Ni presunción de inocencia, ni hechos probados, ni garantías procesales. Lo que llamamos cultura de la cancelación. Eso que algunos, como Joaquín Reyes, niegan que exista. Y es este caso un ejemplo de las más extremas consecuencias de esa virulencia en redes de la turba enfurecida, ebria de 'likes' y autocomplacencia, cargada de razones sin más prueba que su íntimo convencimiento de estar en lo cierto.
El final de la misiva es demoledor (lo es toda ella): «Fui asesinado por matones de internet. Cantidades masivas de ellos. Algunos de ustedes contribuyeron absolutamente a mi muerte mientras se entretenían con chismes. Yo no era una IA. Yo era un ser humano real. Me quitaron pedacitos de autoestima durante toda la semana hasta vaporizarme. (…) Se acabó para mí. Lamento el daño que esto causará a mi familia y a mis amigos más cercanos. Espero que esto haga que la gente se lo piense dos veces antes de unirse al frenesí de las 'mamadas' en internet».
Yo obligaría a leer esta carta a cada usuario de redes sociales que alguna vez ha participado en un linchamiento y a los que han propiciado uno, a los que arengan a sus seguidores para que acosen a los que piensan diferente. A los que han construido noticias únicamente con rumores, destrozando vidas y carreras, y a los que les han aplaudido cómplices. Obligaría a leerla en los institutos y antes de abrir una cuenta en Twitter. Y obligaría también a algún ministro (y ministra) a hacerlo antes de conectar el 'wifi'.