PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Vivir en zapatillas
El teletrabajo no desaparecerá; será una ilusión de libertad enmarcada por una puñetera pantalla
La pedrada del adiós
Más allá de una pancarta
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Iniciar sesiónDentro de unos años, cuando los antropólogos analicen cuando se jodió definitivamente la idiosincrasia de la especie humana, llegarán a la conclusión de que uno de los factores que contribuyeron a conseguirlo fue la moda del teletrabajo. A eso de las ocho y media de ... la mañana, medio país se sienta frente a la pantalla de un ordenador con el mismo gesto de resignación con que antes lo hacía frente al volante de su automóvil. La diferencia es que ahora el tráfico se mide por la velocidad del wifi y los atascos se solucionan reiniciando el rúter. Una buena amiga, hiperactiva y responsable a carta cabal, me confesó el otro día que ya no sabe distinguir entre jornada laboral y labores domésticas: concatena lecturas de correos electrónicos, cargas de lavadoras, reuniones por Zoom, sesiones de plancha, y a las tres de la tarde remata la faena con un filete empanado frente al teclado del portátil. Lo peor, asegura, es la sensación de estar siempre disponible. Antes hablaba con su jefe jefe una vez al día y ahora chatea con él media docena de veces. Para evitar esos atracones, el Gobierno promete regular los derechos digitales de los trabajadores. En los despachos ministeriales se habla de conciliación, pero en los hogares se habla de supervivencia. Porque conciliar, en realidad, lo que significa es trabajar mientras los niños juegan o se ponen a gritar justo en el momento en que el director general te concede la palabra en mitad de una videoconferencia. Eso por no hablar del espectáculo que supone fichar en remoto. La mayoría de los adultos se ponen delante de la cámara a las ocho y veinte con chaqueta de vestir y pantalones de chándal. Claro que eso ya lo hizo el Rey el 23-F, cuando salió en televisión para calmar los ánimos de los generales levantiscos y nadie advirtió la pantomima. También lo hacían los presentadores de los telediarios sin que su credibilidad se viese menoscabada. Entre las muchas desventajas que conlleva el teletrabajo destaca la curiosa paradoja de que muchos se sienten más solos que nunca en un mundo hiperconectado. Antes, el café de media mañana servía para socializar la crítica al árbitro del VAR o para comentar en voz alta el último disparate del sanchismo. Ahora hay que conformarse con refunfuñar sin testigos. Y sin embargo, pese a todas sus miserias, el invento tiene algo de irreversible. La comodidad, aunque precaria, es adictiva. Los trabajadores descubren que no hay atasco que compense el placer de vivir en zapatillas. Los jefes celebran que los gastos de oficina bajen sustancialmente y los bares compensan la pérdida de los clientes del desayuno con los que se incorporan a la hora de la merienda: esos que salen de casa a las cinco, despeinados y con cara de haber sobrevivido a varias videollamadas. Pincho de tortilla y caña a que el teletrabajo no desaparecerá. Solo cambiará de nombre, como todo en España. Tal vez lo llamen «modelo híbrido» o «presencial flexible», pero seguirá siendo lo mismo: una ilusión de libertad enmarcada por una puñetera pantalla.
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