pincho de tortilla y caña
La pedrada del adiós
El acto de homenaje a las víctimas de la dana sirvió para que a Mazón se le cayera la cera de los oídos. Quizá por primera conoció la opinión que tenían de él
Más allá de la pancarta
Más caña
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Iniciar sesiónPocos días después de la riada, el diagnóstico fue casi unánime: Mazón era un cadáver político. Poco importaba entonces el adjetivo, teniendo en cuenta la cantidad de cuerpos que se amontonaban en las morgues, pero ahora ha llegado el momento de acreditar la puntería ... del pronóstico. Era un secreto a voces que la torrentera también se había llevado por delante su liderazgo. Todos lo sabían. Todos menos él. Los seres humanos somos insensatos. Tendemos a pensar que el tiempo lo cura todo, pero no siempre es verdad. Tal vez creyó que el recuerdo de la tragedia se mitigaría a medida que la normalidad fuera imponiéndose en los lugares devastados por la iracunda inclemencia del dios de la lluvia y que, en efecto, podría ser recordado como el presidente de la reconstrucción y no como el político insensible que estaba de comilona mientras la gente se ahogaba en la Huerta Sur de Valencia. Lo que hizo a continuación ya lo sabemos todos: convirtió la cabeza de la consejera de Interior en el badajo de la campana del barranco del Poyo, nombró a un general retirado vicepresidente de la Generalitat (dando a entender que la eficacia había que buscarla fuera de su partido), forcejeó con el Gobierno central para ver si en la adjudicación de culpas, Sánchez le arrebataba el pódium y se olvidó de priorizar la atención afectiva a las víctimas. Durante un año, el runrún de decepción que provocaba su actitud entre los ciudadanos se abrió camino por las dos riberas del Turia y llamó a la puerta de la mayoría de los hogares. Pero en el Palau no oyeron los aldabonazos. Eso es lo que tienen las burbujas del poder, que encapsulan a sus habitantes y los aíslan de la realidad construyendo una realidad paralela donde el rumor de la calle acaba convirtiéndose en una película muda subtitulada por los mamporreros de turno. El acto de homenaje a las víctimas sirvió para que a Mazón se le cayera la cera de los oídos. Quizá por primera vez tuvo conciencia de la opinión que tenían de él los valencianos. Y no pudo más. Cuatro días después lo dejó claro: lo que no había conseguido el dolor de las víctimas durante un año lo consiguió el dolor de su familia en unas horas. No sé, francamente, si ese era el mejor argumento para vestir una despedida que pretendía convertirse en una lección moral dirigida a todos aquellos políticos que siguen aferrados al poder a pesar de que no superarían un escrutinio medianamente objetivo de su actuación el día de autos. Es verdad: Mazón no fue el único culpable de lo que ocurrió. Si hubiera estado en Utiel en lugar de en El Ventorro no habría podido salvar vidas y la amplitud de la catástrofe no se hubiera mitigado. Pero al menos habría cumplido con su obligación moral de estar en la cabecera del dolor. Algo que no hicieron ni él ni otros muchos que ahora se permiten el lujo de despedirle a pedradas. La conducta de Mazón ha sido indigna, sí, pero prefiero mil veces la indignidad de una dimisión mal ejecutada que la del fariseo que lápida al reo creyéndose libre de culpa. Pincho de tortilla y caña a que no soy el único.
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