la suerte contraria
Lecciones de los Prerrafaelitas
A mediados del siglo XIX nace en Londres la Hermandad Prerrafaelita, una corriente artística bastante ecléctica pero unida, en líneas generales, por un denominador común: el intento por volver a la pureza del Quatroccento, es decir, al arte realizado antes de Rafael, considerado por ... parte de la ortodoxia como el 'gran maestro', pero al que estos artistas culpaban del amaneramiento y el excesivo academicismo en el que, desde entonces, quedó sumido el mundo del arte en general y de la pintura en particular. Así, desde la rigidez de la Inglaterra victoriana y de un Londres 'dickensiano' lleno de humo negro y niebla amarilla, hubo quien intentó sacudirse el excesivo encorsetamiento creativo de la Academia para volver a la integridad con la que, según ellos, había acabado el Renacimiento. La Hermandad fue fundada por William Holman Hunt, John Everett Millais y Dante Gabriel Rossetti y durante estos días se puede ver en la galería londinense Tate Britain la exposición 'The Rosettis', una fantástica retrospectiva centrada en la obra de este último con iteraciones y guiños constantes a la obra de sus hermanos, musas y amantes.
Ayer, mientras la veía, pensaba en lo curioso que resulta que un movimiento con un planteamiento basal aparentemente tan reaccionario –la aspiración de volver a lo medieval– pueda terminar resultando algo tan moderno; en lo revelador que suena que, pretendiendo hacer una enmienda a la totalidad de la historia del arte desde el siglo XVI, logren convertirse finalmente en clásicos; en lo interesante que resulta intentar una disrupción en la línea de puntos principal de la evolución del arte con el objetivo de parar su progreso, pero lograr, como resultado, el progreso total y anticipar varias vanguardias –al menos el modernismo, el simbolismo y el Art Nouveau–, es decir, llegar a la novedad en sí, al romanticismo como movimiento individualista, idealista y contracorriente a un arte anclado en el pasado.
Puede parecer, entonces, que volver al pasado fue lo más nuevo o que lo rabiosamente contemporáneo estuvo representado en el XIX por esa vuelta a los ideales medievales del trabajo gremial, la espiritualidad sincera y un arte más sencillo. Pero nada de eso: lo que buscaban los prerrafaelitas era avanzar, evolucionar, liberarse de la hipocresía opresora del puritanismo y de sus fuentes. Consideraban que lo que había antes de ellos era tremendamente conservador y, por eso, al volver aún más atrás dan, en realidad, un paso adelante. Este grupo nos muestra que, en realidad, no hay más que una línea de puntos, que el progreso no es negociable y que lo único que podemos discutir es cómo queremos que sea ese progreso, unido a qué valores y cimentado en qué principios. Parar el progreso –como si fuera algo malo– no solo es una tremenda gilipollez sino, por encima de todo, un reto imposible porque el progreso no es opcional, no es optativo y no hay alternativa. Solo hay segundos que se suceden. Y ya hemos partido.