LA HUELLA SONORA
Ditirambo de Jesús Nieto Jurado
Todos los columnistas españoles jugamos al mismo juego, un juego aburrido y pretencioso, excepto Nieto, que se va a la esquina opuesta
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Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto. Seremos un recuerdo, al menos durante un tiempo. Y un poco después, ni siquiera eso. Todos estos años pasarán al olvido como pasan las malas cosechas, los miércoles de ceniza, los becerros de oro. No hay nada en ... esta época digno de reseñar excepto el Real Madrid y Morante de la Puebla, por lo que quizá el futuro se limite a empaquetar nuestro tiempo, envolverlo de un celofán transparente y cutre y bautizarlo con el nombre de una pregunta de examen, algo así como: 'La gran crisis de 2030: orígenes y antecedentes'. Y se hablará ahí del Covid, de la inflación, de Putin, de Gaza, del auge de los populismos, del fin de Europa, del fin del euro, del fin de la prensa y de la caída de la democracia liberal ante los avances de dos extremismos siameses que nos trajeron a un gran dictador por aclamación. Nada nuevo, pasa cada cien años. E igual que se entra, se sale. La sociedad crea las enfermedades y también los anticuerpos. Todo irá bien.
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Pero quizá, dentro de unos años, alguien vuelva la cabeza a este momento de la historia. Y como no le valdrá ese resumen de libro de texto de segundo de bachillerato, abrirá la hemeroteca de ABC para intentar comprender qué pasaba de verdad, cómo vivíamos, qué subyace detrás de las noticias y de los ojos de la gente. Y encontrarán entonces a Jesús Nieto Jurado, el mejor de todos nosotros. Es más, no es que sea el mejor, es que es el único. Todos los columnistas españoles jugamos al mismo juego, un juego aburrido y pretencioso, excepto Nieto, que se va a la esquina opuesta con una pelota de la mano y la tira contra la pared intentando darnos tiempo para que lleguemos al lugar del que él parte cada mañana como un niño dando patadas a una piedra.
En él va a morir el alma abstencionista de Cervantes y la insolencia de Quevedo; el costumbrismo de Galdós y el esperpento de Valle; el estilo de Umbral y el abrazo de Alcántara, la poesía de Ruano y la acidez de Camba. Pero también hay en Nieto un Bambino, un Pedro Luis de Gálvez y una María Jiménez; Houllebecq, El Lazarillo de Tormes y Manili; Bukowski, Yung Beef y Rinconete y Cortadillo. Nieto es a la vez Mágico González y Sawa, Cela y El Lute, Eugenio D'Ors y un maquis. Tenemos la suerte de leerlo cada día y corremos el riesgo de acostumbrarnos. No lo hagan. Cada columna de Nieto es una obra de arte inalcanzable. Cada uno de sus cromos de la Eurocopa un puñetazo de superioridad. Y cada uno de sus reportajes, retratos al óleo de una sociedad que nadie más está sabiendo mirar. Por eso es a la vez la sutil sátira de Velázquez y la oscuridad desarraigada de Goya, con Saturno devorando a los niños vestidos de Pichi en la pradera de San Isidro.
En una versión libérrima de Nacho Vegas, diré que «lo he pasado bien y casi conocí en una ocasión a Nieto Jurado, que es bastante más de lo que jamás soñaríais en mil vidas». Tengo pendiente escribir su biografía, que auguro será un 'best seller'. Si se deja, claro, porque el tipo es esquivo. Nieto es el genio y el loco, el poeta y el profeta, el raterillo y el Nobel. Es lo que le dé la gana. Y además de eso, mi amigo. Si alguna vez me preguntan por esta época diré que tuve la suerte de escribir con el mejor. Y del resto no me acuerdo.