EN OBSERVACIÓN
Gaza es Puerto Hurraco
El populismo bueno produce visceralidades beneficiosas; el malo, en cambio, causa una visceralidad tóxica
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Iniciar sesiónHay gente que prefiere no distinguirlos y que según sale del centro de salud envuelve media ración de churros en el folio impreso con los resultados de la analítica, para que absorba el aceite. La existencia del colesterol bueno y el colesterol malo, sin embargo, ... está testada y de momento no se detecta mucho negacionismo al respecto. De la hipercolesterolemia se ocupan los endocrinos, y también los churreros. En cambio, de la visceralidad, trastorno que se manifiesta a través de reacciones emocionales bastante intensas, se hace cargo la neurociencia, disciplina bastante inexacta y que trabaja sobre planos mentales y aproximados, muy lejos del abdomen que aloja las vísceras –casquería en el ámbito gastronómico– a las que de forma figurada se atribuye el desarrollo del pensamiento irracional. Más abajo, e incluso en el cuerpo femenino, están los cojones, que de forma asexuada y también figurada dan mucho que pensar y que ahora, por representar el último estadio de la irreflexión –de ahí sale, o les sale, siempre de forma individual– no vienen al caso. Nos quedamos con las vísceras, más manejables para quienes se dedican a estimularlas a partir de prácticas neurocientíficas, o churreras.
Hay una visceralidad buena y una visceralidad mala, lo mismo que hay dos tipos de colesterol cuyos efectos en el sistema circulatorio dependen de la naturaleza de la grasa en la que se hayan frito los churros. Para determinar la condición de la visceralidad no hay más que poner al paciente mirando a La Meca, y de paso a Cuenca y Gaza, y ver cómo reacciona. El populismo bueno produce en el organismo visceralidades beneficiosas. El populismo malo, en cambio, es el causante de una visceralidad tóxica, materializada en olas reaccionarias y cosas peores.
Gaza es Puerto Hurraco con más chilabas, con los terroristas de Hamás en el papel de las hermanas Izquierdo y los judíos como los Cabanillas, sefarditas de toda la vida, todos protagonistas, gente de escopeta y perro, y a la vez víctimas de una disputa cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y el amanecer de las venganzas servidas en frío. De razonar el odio se ocupa el secretario general de la ONU, endocrino de la bilis, oftalmólogo del ojo por ojo y ortodoncista del diente por diente.
Desde la masacre perpetrada por Hamás el pasado día 7 hasta la ejecución del plan trazado por Israel para dejar Gaza hecha un solar, una operación Chamartín como Dios manda y en la que Alá no pinta nada, Occidente tira de repertorio y se pone a debatir sobre la legitimidad de un ataque terrorista y sobre el acto reflejo que desencadena al otro lado de la valla que rompieron y saltaron los palestinos, con palas excavadoras y parapentes. Quienes razonan sobre este odio –sesos que también son casquería– no aportan soluciones, sino motivos para estimular las respectivas visceralidades, buena y mala, a derecha e izquierda, o viceversa, de aquellos a quienes en cada Puerto Hurraco o Chamartín saben cómo hacerles saltar la hiel, todo de forma muy reflexiva.
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