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EN OBSERVACIÓN

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Jesús Lillo

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La facultad de hablar catalán en la intimidad se suele adquirir de sopetón, quizá por el apremio de una conversación sobrevenida con una minoría parlamentaria. Sin la mediación del Espíritu Santo, ciencia infusa, el mejor método para soltarse la lengua por lo vernáculo –en este ... caso el catalán– quizá sea la de educar el oído con la versión en audiolibro de 'Contes des de la presó', colección de cuentos que Oriol Junqueras escribió a sus hijos mientras esperaba el indulto y el reencuentro, una 'Balada de la cárcel de Reading', o de Lledoners, cuya ternura fonética no solo facilita la escucha, sino que rebaja la acritud con que en Castilla se percibe un idioma que desde el comienzo del 'procés' remite a berrinche identitario y mala follada, nada que ver con la armonía de aquellas «paraules d'amor, senzilles i tendres» con que la España del 78 intimaba en la intimidad, valga la redundancia. Hablamos de oídas, como corresponde al oficio, pero la escucha reiterada del audiolibro de la 'Balada de la cárcel de Estremera' nos habilita para traducir lo que Jaume Asens dijo el otro día en catalán durante la presentación del proyecto de amnistía de Sumar, una venda con la que taparse los ojos, como la gata de Moya para no ver a los ratones, o «curar las heridas –pontificó Asens– que se han producido en un bando y otro».

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