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EN OBSERVACIÓN

Bonito oscuro, casi feo

El tardosanchismo proyecta la imagen que nunca quiso dar su fundador

La mano izquierda

XLI Fiesta del Lawfare, memorial Marta Ferrusola

Jesús Lillo

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A Máximo Huerta debemos la reconstrucción del monólogo interior, abstraído de toda circunstancia exógena, que documenta la extrema vanidad de Pedro Sánchez. «Mira cómo acabó Zapatero, mira cómo acabó Aznar, mira cómo acabó González… De mí, ¿qué dirán?, ¿qué dirá de mí la historia?». ... Aquello fue a mediados de junio de 2018, todavía primavera de un 'Gobierno bonito' recién florecido, embriagador para gente sin olfato. Ministro y exministro de una semana para otra, Huerta se fue a las primeras de cambio por donde había venido y dejó a Sánchez frente al horizonte, mirándose a sí mismo. El censor de Rajoy, némesis de todo lo feo que desde el franquismo ha representado la derecha, hoy ola reaccionaria, montó para su público un escaparate tan bonito que no solo tenía como exorno a un juez del colectivo, a un novelista de la tele y a una decena de señoras aparentemente exquisitas, sino que metió en el lote a un astronauta, lo nunca visto y el no va más en un país de chóferes y Peugeots de gasoil. Daba gloria ver al 'Gobierno bonito', y a su jefe, que tres años antes ya había emulado a Steve McQueen en 'Harper's Bazaar'. A su lado tenía a Meritxell, a Nadia, a Lola, a Magdalena... Para comérselos a todos.

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