EL CONTRAPUNTO
El dóberman era Óscar Puente
Mientras el fiscal general mueve sus peones contra Díaz Ayuso y en favor de Begoña Gómez, él distrae nuestra atención arremetiendo contra Milei
Pedro acabará como Pablo
La dimisión sí era un bulo, y no lo de Begoña
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónTanto tiempo señalando al lugar equivocado y resulta que el dóberman estaba desde el principio en las filas del PSOE disfrazado de Óscar Puente: un perfecto ejemplar de «perro de presa» político, fiero, obediente, siempre presto a la dentellada en defensa de su amo.
Nuestro dóberman sanchista cayó ... en el Ministerio de Transportes precedido de una bien ganada reputación, no como gestor, que a la vista está el desatre de las Cercanías en Madrid, sino como experto en broncas. En su Valladolid natal, de cuya alcaldía fue expulsado en las últimas elecciones, había protagonizado algún episodio sonado, como el consistente en descalificar a la portavoz municipal de Ciudadanos por haber trabajado en una tienda. Pero su momento llegó tras su desembarco en Madrid, hasta el punto de que su nombre sonó como candidato a sustituir a Pedro Sánchez cuando el «presidente enamorado» escenificó su paripé de retirada temporal y algunos incautos, prematuramente esperanzados, creyeron que se marchaba. La sucesión se disputaba, al parecer, entre él y María Jesús Montero, otro paradigma de elegancia y sutileza política. Ambos pusieron lo mejor de sí mismos en el empeño de hacer méritos, una dando gritos y saltos en la calle Ferraz, empeñada en arengar a la menguada tropa traída en autobuses para agitar el botafumeiro a mayor gloria del líder, otro cantando sus alabanzas en el más excelso estilo juglaresco: «Sánchez es el puto amo». Un discurso propio de Churchill.
Desde el banco azul del Congreso Puente ha hecho a menudo gala de su buena raza y su rancio machismo, comparando por ejemplo la ley de amnistía con lo que antes se llamaba un matrimonio 'de penalti'. No es ni de lejos el peón más peligroso de cuantos maneja el Gobierno, pero sí uno de los más ruidosos. Así, mientras el fiscal general, Álvaro García Ortiz, mueve sin recato alguno sus peones contra Isabel Díaz Ayuso y en favor de Begoña Gómez, él distrae nuestra atención arremetiendo contra Javier Milei, en un alarde de temeridad digno de mejor causa. Mi única duda es si se trata de un acto deliberado o se le ha ido la mano, que todo puede ser.
Acusar públicamente al presidente argentino de «consumir sustancias»; o sea, de ser un drogadicto, constituye una agresión diplomática en toda regla, inconcebible en boca de un ministro de un país amigo que se dice democrático. Una ofensa gratuita. Un exabrupto de tal magnitud que solo podría enmendarse con el cese inmediato del bocazas, acompañado de las pertinentes disculpas. La respuesta de nuestro Ejecutivo ha ido en dirección contraria, pasando por alto la provocación y criticando la respuesta de Milei, quien, sin faltar a la verdad ni emplear una palabra gruesa, ha invitado al presidente español a centrarse en las acusaciones de corrupción que pesan sobre su esposa. Esta vez el dóberman se ha topado con un mastín.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete