EL CONTRAPUNTO

Se te acabó el chollo, Alvise

Siempre hubo salvapatrias expertos en vendernos la solución a todos nuestros males merced a su varita mágica

Ni un ápice de dignidad

Sánchez se hunde en su propio fango

Uno de los efectos más dañinos de la irrupción de las redes sociales en nuestras vidas es el fenómeno 'influencer'. El propio nombre lo dice todo. No son expertos en nada ni basan su éxito en el estudio, la experiencia, el trabajo o el mérito, ... sino que influyen en los demás. ¿Por qué? Por su capacidad para atraer la atención ajena. Sin más. Estos 'influyentes' proliferan en todas las áreas, desde la moda a la decoración, sin olvidar la política. Y si en cualquier terreno resultan demoledores como ejemplo para los chiquillos, dado su rápido ascenso a la gloria sin mediar esfuerzo alguno, en el ámbito de la cosa pública su peligro es aún mayor porque sus seguidores votan.

Siempre hubo salvapatrias expertos en vendernos la solución a todos nuestros males merced a su varita mágica, aunque hasta hace relativamente poco tiempo su campo de acción era limitado. Ahora Youtube y Telegram les han brindado un altavoz capaz de penetrar hasta el último rincón de cada casa, lo cual convierte su verborrea en un arma de intoxicación masiva tanto más venenosa cuanta menor cantidad de anticuerpos posea el receptor del mensaje. La demagogia populista, ya sea de un extremo o de otro, cala hondo en los más jóvenes, sobre todo si no pagan impuestos, mientras deja indiferente al público veterano, desencantado de aventureros duchos en predicar sin dar un grano de trigo.

El primer embaucador de esta nueva era en España fue Pablo Iglesias, que pegó un auténtico pelotazo en las elecciones europeas de 2014 prometiendo acabar con 'la casta' y redimir a los desheredados. Pocos años después se había integrado cómodamente en el corazón de esa clase privilegiada y cambiaba su modesto piso de Vallecas por un chaletazo en Galapagar, con piscina, jardín y vigilancia 24 horas a cargo del contribuyente. El último exponente de este subproducto de la democracia, Luis Pérez, más conocido como Alvise, triunfó exactamente en el mismo foro y prometiendo lo mismo: ser el azote de la corrupción y el paladín de la verdad. No han pasado ni tres meses y ya ha sido pillado en un embuste gordo acompañado de enriquecimiento ilícito. Cien mil euros recibió en billetes del propietario de un chiringuito financiero acusado de estafa, al que había dicho no conocer más allá de coincidir en un evento. Tras filtrarse las múltiples conversaciones mantenidas con el sujeto en cuestión, al que ofrece utilizar ese dinero para hacer 'lobby' a su favor en Europa y ser decisivo en España con el mismo propósito interesado, confiesa ser culpable de cobrar por sus servicios sin pagar lo que le toca. O sea, admite que está en política sin otro afán que el de forrarse sirviendo al mejor postor. Si tus votantes tienen algo de cabeza o un ápice de moral, Alvise, se te ha acabado la fiesta.

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