diario de un optimista
España encoge
Ante el crepúsculo demográfico, la inmigración debería ser aceptada y regulada mediante acuerdos serios con los países de origen
La metamorfosis de Occidente
Apagón del capitalismo mundial
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Iniciar sesiónEn 2024, la población de España se habrá reducido en 100.000 personas en un año. De todas las estadísticas económicas disponibles que acaba de publicar la ONU, la demografía es la más exacta: sabemos contar la población y podemos predecir su evolución en función ... del número de hijos por madre. Es más difícil predecir la inmigración, pero también es posible. España no es un caso aislado: casi todos los países desarrollados, sobre todo en Europa, están viendo cómo disminuye su población. España se encuentra en la parte baja de la escala, junto con Italia y Alemania. Pero la situación se ha invertido también en Francia, donde antes las madres tenían más de dos hijos. Ahora la población se reduce, pero se compensa con la inmigración africana.
A escala mundial, las tendencias se dividen en dos. Solo los países pobres progresan, casi exclusivamente en África. Por el contrario, en los ricos, el número de nacimientos se desploma y las generaciones ya no se relevan, con la interesante excepción de EE.UU. En Asia, observamos que India se ha convertido en el país más poblado, mientras que la población de China se hunde rápidamente. De seguir así, podemos prever que en 2100 sólo habrá 600 millones de habitantes en China, frente al doble en India. Rusia se ve muy afectada por este crepúsculo, que no se ve compensado la inmigración; ¿quién querría emigrar a Rusia? Estas tendencias que a la larga cambiarán el panorama mundial son fáciles de explicar. En los países ricos de Europa, los padres prefieren una vida cómoda y se conforman con tener un hijo que reciba una buena educación y tenga un futuro prometedor, mientras que en los países pobres, sobre todo en África, los padres creen que tener una media de cuatro hijos es una especie de inversión en capital humano. La cultura y la religión no son factores determinantes.
Es poco realista creer que cualquier tipo de política natalista pueda invertir la tendencia en los países desarrollados: la voluntad de los padres siempre prevalece sobre los incentivos del Estado. Los llamamientos a la procreación, sobre todo cuando los realizan regímenes autoritarios como Rusia, China o Hungría, son ineficaces. En el mejor de los casos, sabemos cómo reprimir la natalidad, como hicieron en su día India (esterilización forzosa en los setenta) y China (la regla del hijo único en los ochenta), pero no sabemos cómo fomentarla. Las políticas pronatalistas no son más que palabrería demagógica. Es más, en países como Suecia y Francia, donde se ofrecen las mayores ventajas económicas y servicios de guardería para los niños, estas iniciativas públicas no han tenido efectos apreciable en la natalidad. Las consecuencias son claras: sólo la inmigración, sobre todo en Europa, puede compensar la caída de los nacimientos nacionales.
¿Es necesaria esta inmigración? Lo es si queremos mantener nuestro nivel de vida y financiar la solidaridad social y las pensiones. Por ejemplo, en el caso de España, se calcula que el 85 por ciento de la población actual ha nacido en el país, pero si la inmigración sigue su tendencia actual, de aquí a 50 años sólo el 63 po ciento de los residentes será de origen español. Las civilizaciones nacionales se transformarán, pero la economía podrá prosperar y la esperanza de vida aumentará. Entonces, ¿inmigración o no? Es un dilema, pero tendremos que elegir o fingir que no elegimos. ¿Podríamos cerrar nuestras fronteras y seguir progresando? En teoría, sí, si los avances tecnológicos y el aumento de la productividad compensan la caída de la población. Si bien es poco probable porque ninguna innovación tecnológica generará una riqueza adicional comparable a la que genera un aumento de la población gracias a la inmigración.
EE.UU. es la excepción en el mundo, el único país desarrollado donde el aumento natural de la población continúa. Esto quizá viene determinado por el temperamento estadounidense, una fe en el futuro que los europeos no comparten. Tal vez el tamaño de la población inmigrante de Iberoamérica, cristiana y apegada a los niños, explique el crecimiento en EE.UU.
Volviendo al mundo en su conjunto, la población total se ha cuadruplicado desde 1950 y seguirá creciendo hasta 2080. En 2080, habrá unos 10.000 millones de habitantes en la Tierra, frente a los 8.000 millones actuales. Y entonces se iniciará una contracción.
Los efectos globales de la demografía son una fuente de paradojas. Recuerdo mi primer viaje a India hace más de cincuenta años, cuando la población era cuatro veces menor que hoy. La vida era tranquila, rural pero breve. Con cuatro veces más habitantes, la renta per cápita se ha multiplicado por diez, el hambre ha desaparecido y por la mañana ya no se recogen cadáveres en las calles de Nueva Delhi, como pude ver en la década de 1970. Contrariamente a las llamadas predicciones maltusianas, el crecimiento demográfico no es una fuente de empobrecimiento sino de enriquecimiento. Siempre, claro está, que se sigan las políticas económicas adecuadas y que evitemos guerras y epidemias demasiado mortíferas. El Covid ralentizó la esperanza de vida mundial durante dos años, pero sus efectos ya han desaparecido.
Para concluir con Europa, es imperativo que evitemos la ilusión de cualquier política pronatalista. También es preciso que nos protejamos frente a la afluencia incontrolada de inmigrantes, la cual provocaría reacciones de gran hostilidad entre la población local. Por tanto, en un mundo ideal, la inmigración debería ser aceptada y regulada. Esta regulación es posible mediante acuerdos serios con los países de origen (el Magreb y el resto de África) como el que se está perfilando entre Marruecos y España, pero más aún mediante la cooperación entre los Estados europeos para que los inmigrantes ilegales dejen de colarse por las grietas del sistema.
En varias ocasiones he mencionado aquí las denominadas soluciones liberales para gestionar mejor la inmigración. Una de ellas consistiría en vincularla a contratos de trabajo previos, tras haber establecido cuotas anuales para el conjunto del continente, lo cual podría ser responsabilidad de la Eurocámara. Hará falta mucha cohesión política y determinación para presentar un frente común contra la masa de jóvenes africanos desesperados por entrar en Europa, no para invadirnos, sino para acceder a una vida digna. La combinación de liberalismo y humanismo me parece la respuesta al huracán demográfico que sacude nuestro continente.
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