diario de un optimista
Apagón del capitalismo mundial
Nuestro modo de vida y nuestra economía dependen de la calidad del servicio y la fiabilidad de un único servidor: el cuasi monopolio mundial de Microsoft, que ha hecho rico a su fundador, Bill Gates
Después de Gaza
El arte de empobrecerse
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Iniciar sesiónEn la mañana del pasado día 19, la mayoría de los ordenadores de Nueva Zelanda se averiaron. Los aeropuertos quedaron paralizados; en los supermercados, las cajas no funcionaban; en los hospitales, era imposible acceder a los historiales de los pacientes y las intervenciones quirúrgicas se ... retrasaron. Unas horas más tarde se vio afectada Australia. En Japón, los ordenadores portátiles quedaron inutilizables: las pantallas se pusieron azules. El mal se propagó a Europa: los aeropuertos de París y Madrid cerraron, los aviones dejaron de despegar; y las empresas ya no podían registrar ni facturar a sus clientes. A medida que la luz del día se extendía al resto del mundo, México y Estados Unidos también se contagiaron. En cuestión de horas, el sistema informático mundial se reveló como algo sumamente frágil y totalmente interconectado, con todos los ordenadores vinculados a una única nube, un sistema de almacenamiento gigantesco y compartido; así es como un virus en Auckland puede destruir en un instante un ordenador en España o California.
Esto nos recuerda el 'efecto mariposa' de Edward Lorenz: «El aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un tornado en Texas». En un primer momento, nos preguntamos si se trataba de un ataque urdido en Rusia o Corea del Norte, o de un pirateo informático. En realidad, parece que el apagón fue provocado por el error accidental que cometió un equipo de informáticos que trabajaban para CrowdStrike, considerada hasta entonces como la empresa más fiable del mundo, encargada de proteger el sistema Windows de Microsoft frente a cualquier acto de piratería. En este caso, CrowdStrike se autopirateó: la simple actualización de un programa de Windows infectó a todo el mundo. Diez días después, todavía es difícil calibrar el alcance de los daños y sus consecuencias económicas. Aunque las empresas muy grandes pudieron restablecer rápidamente sus sistemas informáticos, no puede decirse lo mismo de los pequeños negocios o los particulares, mal preparados para reparar la avería de sus ordenadores.
Más allá de este apagón sin precedentes, debemos reflexionar sobre la fragilidad de nuestro mundo, totalmente dependiente de la informática y, sobre todo, de unos pocos monopolios. Para el 90 por ciento de los usuarios que utilizamos Windows de Microsoft, nuestro modo de vida y nuestra economía dependen de la calidad del servicio y la fiabilidad de un único servidor: el cuasi monopolio mundial de Microsoft, que ha hecho rico a su fundador, Bill Gates. Este monopolio tiene algunas ventajas: el programa Windows es por lo general fiable y relativamente barato. Microsoft puede bajar los precios porque tiene mil millones de clientes. Pero el apagón, que podría haber sido provocado por cualquiera de los enemigos de Occidente, revela hasta qué punto nuestra civilización depende de un puñado de informáticos con más o menos talento afincados en Edmonton, en el estado de Washington, o en Austin (Texas). Esto nos incita a recapacitar sobre la causa profunda de la avería que acabamos de experimentar. Esta causa profunda es el monopolio de Microsoft, CrowdStrike y también de Apple para los que utilizan este sistema. Los monopolios son la plaga del capitalismo. Los economistas liberales, desde los orígenes de la ciencia económica en el siglo XVIII, no han cesado de llamar la atención sobre este peligro ni de argumentar que el capitalismo es el mejor sistema solo en la medida en que se preserve la competencia y se combatan los monopolios. En el mundo actual, esto no es así.
Microsoft utiliza sus considerables recursos financieros para comprar inmediatamente a todos los competidores nuevos antes de que puedan desarrollar sistemas que puedan socavar su dominio. Por supuesto, los monopolios innovan, pero también ahogan la creatividad de cualquiera que pueda interponerse en su camino. Los monopolios acaban aniquilando al propio capitalismo, como estuvo a punto de ocurrir en varias ocasiones en Estados Unidos, sobre todo en los sectores de la telefonía y el transporte. Solo cuando la Justicia, bajo el impulso de Jimmy Carter y luego de Ronald Reagan, acabó con los monopolios de las compañías aéreas y telefónicas, estas empresas pudieron ampliar su oferta, bajar los precios e innovar. Si no se hubieran destruido estos monopolios no es seguro que hoy pudiéramos viajar barato o tener teléfonos móviles. Por desgracia, el poder de estos monopolios en Estados Unidos es tal que controlan a los gobiernos en lugar de ser los gobiernos los que los controlan a ellos.
Si Trump vuelve al poder, estará totalmente en manos de estas empresas dominantes, que están financiando su campaña electoral. Solo la Comisión de Bruselas ha tomado conciencia, a escala europea, del peligro que representan los monopolios para nuestra seguridad y nuestra capacidad de innovación. Periódicamente se imponen multas a estos monopolios estadounidenses en aras de la protección de los consumidores, para obligarles a restablecer la competencia. Pero por muy importantes que sean estas multas, no son más que picaduras de mosquito infligidas a gigantes que no les dan demasiada importancia.
¿Qué se puede hacer? La Unión Europea es actualmente el único contrapoder frente a los monopolios, casi todos 'made in USA'. Sin duda, la Comisión de Bruselas debería ser aún más dura, con multas más elevadas, o incluso medidas de protección o exclusión del mercado europeo, que en volumen equivale al estadounidense. En este sentido, Europa debería acercarse a Japón, víctima como nosotros del abuso de posición hegemónica de los gigantes estadounidenses. Pero el límite de nuestro poder de represalia reside en la ausencia de un sustituto: no podemos prescindir de Microsoft porque no existe un Microsoft europeo. En Europa somos vasallos de los capitanes estadounidenses de la industria y de su superioridad científica. Solo Airbus ha podido competir con Boeing. ¿Cuándo veremos un Airbus europeo de la informática?
Cabría esperar que, en Estados Unidos, tierra proclamada del liberalismo económico, se aplicaran con mayor rigor las leyes vigentes contra los monopolios y los abusos de posición hegemónica. Pero la Justicia estadounidense es lenta y la voluntad política, dudosa. Cuando un Gobierno progresista como el de Biden se propone atacar a los monopolios, estos, que controlan los medios de comunicación gracias a su poder financiero, denuncian el supuesto 'comunismo' del Partido Demócrata. Es concebible que el apagón mundial del 19 de julio haya servido también de advertencia a Estados Unidos. Pero lo dudamos, porque CrowdStrike y Microsoft se apresuraron a corregir su error. Sin duda tendremos que esperar a un apagón aún mayor, quizás un ciberataque de China o Rusia, antes de que tanto estadounidenses como europeos descubran la fragilidad del capitalismo global. No cabe duda de que es el más eficiente de todos los sistemas económicos, pero se asienta sobre la cabeza de un alfiler.
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