ANTIUTOPÍAS
Lester Burnham al poder
Los presidentes han empezado a gozar de las prerrogativas del estrellato: a los ídolos se les perdona todo
Las amenazas del pasado
Malentendidos en torno a Vargas Llosa
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Iniciar sesiónSiempre me pareció hilarante la escena de 'American Beauty' en la que el cuarentón Lester Burnham, interpretado por Kevin Spacey, llegaba a un restaurante de comida rápida y acababa postulando al puesto más cutre, como ayudante de cocina. Atravesaba una crisis de la mediana ... edad, y la solución que había encontrado al sinsentido de la rutina y a la falta de pasión marital, era deshojar los compromisos de la vida adulta y buscar un trabajo con el menor grado de responsabilidad posible.
Había decidido volver a la adolescencia y disfrutar del placer que ofrece la inmadurez: no rendir cuentas de los propios actos. Se estaba anticipando un par de décadas a una actitud muy difundida actualmente, particularmente entre los gobernantes. Ahora tampoco ellos aceptan responsabilidades ni rinden cuentas de sus actos. En este mundo puede ocurrir cualquier cosa, la caída de la bolsa, una inundación mortífera, un apagón inexplicado, una crisis en la distribución de medicamentos, un choque entre poderes del Estado, un timo de criptodivisas, cualquier cosa, insisto, y nada, ni por asomo, va a apelar a la consciencia de quienes nos gobiernan. En efecto, podrían bajar a la Quinta Avenida a dispararle a los transeúntes. Nada va a ser responsabilidad de ellos. La culpa siempre la tendrá otro.
Gobernar se ha convertido en una fiesta de cumpleaños eterna en la que los presidentes se echan flores a sí mismos y sus seguidores asienten y aplauden sin expresar crítica alguna. A la persona más implicada en el rumbo de un país se la trata con la mayor complacencia, como si fuera una figura decorativa, sin poder de decisión ni la obligación de prever posibles calamidades ni de reconocer, en caso de cometerlas, sus metidas de pata. Al menos el protagonista de 'American Beauty' buscaba un trabajo acorde con su desidia y pasotismo, sin consecuencias para la vida pública ni el destino de la nación. Ahora tenemos a Burnhams disfrutando de lo mejor de los dos mundos: todos los privilegios que tiene el poder y ninguna de sus servidumbres, en especial la primera: dar la cara, poner el pecho para parar la bala. ¿Cómo ha sido esto posible? Sospecho que la emotividad y el tribalismo político han generado un nocivo retroceso de la razón. Los presidentes son adulados ahora como personajes del espectáculo o del deporte, y han empezado a gozar de las prerrogativas del estrellato: a los ídolos se les perdona todo. Ayuda, además, estar ciegamente convencido de que al otro lado, en la trinchera de enfrente, acecha el mal. Hay que apoyar y defender y justificar a nuestro líder, haga lo que haga, porque el enemigo espera que se abra cualquier grieta para implantar regímenes disolventes o fascistas.
Es inútil que la oposición pida cuentas. Solo los del propio bando pueden exigirle a su líder que asuma las responsabilidades inherentes a su cargo. Pero mientras nadie sea capaz de señalar que su rey va desnudo, el trono estará destinado a gente con la madurez y el compromiso de Lester Burnham.
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