ANTIUTOPÍAS
Malentendidos en torno a Vargas Llosa
Los reaccionarios de izquierdas y derechas siempre vieron en él lo que quisieron ver
Elecciones en Ecuador
'El odio' y el odio
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Iniciar sesiónAunque es verdad que la obra de Vargas Llosa examinó las entrañas del poder y desveló con precisión la manera en que ciertos individuos, imposibilitados para adaptarse a su medio, a sociedades autoritarias o corruptas, incubaban incandescentes deseos de rebelión, hay un elemento esencial ... en su obra que irrita por igual a la izquierda y la derecha. Me refiero a las profundas resistencias que surgen en el mundo hispánico, más en Latinoamérica pero también en España, a su defensa de la modernidad liberal. Sus fustigadores no digieren ese aspecto de Vargas Llosa, el hecho de que hubiera defendido siempre que el lugar de España y de América Latina era Occidente, y que las fuerzas políticas, sin importar su orientación, debían apoyar el progreso, la modernización de las costumbres y la libertad individual.
Esto, para quien asume que las sociedades hispanas deben mantenerse fieles al comunitarismo y a la solidaridad primaria, al infantilismo utópico y al paternalismo estatal, a la tutela de algún líder benevolente o al igualitarismo ramplón que sofoca la individualidad, resulta insoportable. El paso del estamento a la autonomía, del vínculo tradicional a la asociación voluntaria, del complaciente fatalismo a la responsabilidad por los propios actos, les resulta incómodo y a veces insoportable. Quien desafía los vínculos comunitarios, la unanimidad de pensamiento, la sumisión a las jerarquías y a los clérigos iluminados, se convierte en una amenaza para el grupo. Y eso fue Vargas Llosa: un disruptor de colectivos rígidos, se llamaran clase, etnia, pueblo, dogma, religión o nación.
Como los personajes de 'La guerra del fin del mundo', los reaccionarios de izquierdas y derechas siempre vieron en él lo que quisieron ver. A la defensa de la libertad individual para expresarse, crear y comerciar la llamaron elitismo, y a su compromiso con el presente y las trágicas disyuntivas que se daban en cada elección presidencial latinoamericana, ultraderechismo. Un despistadísimo Martín Caparrós se negaba a ver en Vargas Llosa al crítico de Pinochet, de Videla, de Fujimori, de Franco, del PRI y de todas las dictaduras actuales que hay en América Latina –Cuba, Nicaragua y Venezuela–, y más bien enlodaba su homenaje y ponía en duda su compromiso democrático por apoyar a Milei, Kast, Bolsonaro, Uribe y Keiko Fujimori. Bueno, ¿alguno de ellos fue un dictador? Aunque pésimos candidatos, llenos de sombras que el mismo Vargas Llosa señaló, todos ellos representaron opciones legítimas. Uno puede apoyarlos o criticarlos, y de eso se trata en democracia. Pero deslegitimar a un intelectual que se ha fajado ante dictadores de verdad sólo porque apoya a los políticos que no te gustan resulta de una miopía escandalosa. Allí donde hay un liberal, se acaba viendo a un facha, de la misma forma en que los seguidores del Consejero veían a Satanás en los soldados republicanos. Pero de qué extrañarse: es una muestra más de las resistencias del mundo hispano al pensamiento liberal.
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