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Sánchez y sus siniestros amigos

Al final pasará lo que tiene que pasar para evitar males mucho mayores

El presidente Pedro Sánchez se dirige al avión Falcon para el traslado de autoridades este julio
Hermann Tertsch

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El presidente Pedro Sánchez ha estado muy ocupado en Doñana en estas largas vacaciones que se pega. No ha tenido tiempo ni para acercarse un rato a la Línea de la Concepción y Algeciras, donde se vive una situación tan trágica como alarmante. Entre el narcotráfico y la invasión africana, aquella zona de España parece el ensayo de creación de una zona liberada. O secuestrada, según quieran. Por dejación. Dejada de la mano de Dios con las leyes y la Constitución abolidas por la fuerza de los hechos. Es decir como en Cataluña. Con la clara diferencia en descargo de los narcotraficantes en la Línea que estos no quieren destruir, sojuzgar ni atropellar a nadie. Los delincuentes de las fuerabordas podrían ser referente moral para esos otros que son más de yate y destruyen con ahínco la posibilidad de la paz en Cataluña. Mucho han logrado. Se tardará toda una posguerra en revertirlo. Incluso si la guerra dura solo minutos.

No sabemos cuándo termina Sánchez esas vacaciones de niño rico. Habrá que suponer que su ocio será en general secreto de Estado. Sánchez decretó ya como secreto de Estado todo lo concerniente a su vuelo en Falcon de las FFAA a la juerga playera de Castellón con su mujer y no se sabe quién más. No vaya nadie a pensar que este alarde hortera a costa del erario es más propio de Baby Doc o Nicolás Maduro que del jefe del Gobierno del Reino de España. Secreto era también el encuentro con un personaje siniestro, George Soros. Vendría a darle consejos, esperemos que no órdenes. Tiene guasa que la primera visita internacional de un socialista radical en La Moncloa sea la del mayor especulador financiero conocido por usar sus ganancias para intentar doblegar a gobiernos democráticos. Este enemigo de la Nación que ayudó al golpe de estado en Cataluña fue recibido por Sánchez con la obsequiosidad y premura del subordinado.

Tantos años se permitió que se adoctrinara a los catalanes en que es deseable romper España y posible hacerlo sin costo. Sin acritud, daño ni gasto. Ahora toca lo más duro, devolver a tantos de golpe a la realidad de la que fueron enajenados. Dejar claro que les han mentido. Que destruir España, que ha costado infinito esfuerzo y sangre construir, en muchos siglos de sacrificios comunes, inmensas gestas, paces y mil guerras, costaría infinito dolor y también sangre. Que deben reconciliarse con la realidad y que todo esfuerzo contrario es un inútil disparate. Unos mozos traidores pueden ayudar a violar la ley y a ofender al Rey, pero no pueden arrancar a España parte de ella misma. Este Gobierno no tiene solución ya que debe existencia y dependencia y obediencia a los enemigos del Estado. Pero llegará la suspensión de la autonomía y, quizás, el estado de excepción. Al final pasará lo que tiene que pasar para evitar males mucho mayores. Para defender la existencia de España. Y la Constitución, esa que jamás ha defendido este Gobierno salvo para amenazar grotescamente a cinco militares que jamás la han cuestionado. Torra arenga a «atacar al Estado español» pero al Gobierno las amenazas directas de la Generalidad a los españoles no le importan. Juega con fuego. Su política de hechos consumados que dejan al Estado inerme fuerzan a toda la España que no se resigna a reaccionar con urgencia. Y el Gobierno se puede y debe encontrar este otoño con los españoles en la calle. Porque quien amenaza a la Constitución y a la Nación no es ningún militar, no son «las derechas» que grotescamente quiere el Gobierno criminalizar, sino el ejecutivo de Sánchez y sus siniestros amigos.

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