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Fernando Guanarteme en Calatayud, un «falso mito» sobre la Conquista de Canarias

El historiador Manuel Lobo refuta la idea generalizada de que el rey aborigen pactó la paz con la Corona en la ciudad aragonesa

Fernando Guanarteme en Calatayud, un «falso mito» sobre la Conquista de Canarias abc

bernardo sagastume

Quien pasee por las calles de Calatayud podrá sorprenderse por la existencia de una Calle de Gáldar, que va al encuentro del Paseo Cortes de Aragón, y que en ese cruce hay un monumento que recuerda la figura de un aborigen canario, Fernando Guanarteme. Una placa reza: «Calatayud 1481. Firma del Pacto de la Unificación de Gran Canaria a España por los Reyes Católicos y el monarca canario Fernando de Guanarteme».

La versión, tan extendida que incluso ha producido el hermanamiento de las ciudades de Gáldar y Calatayud, está muy lejos de ajustarse al rigor histórico, sostiene Manuel Lobo Cabrera, que en su libro «La conquista de Gran Canaria. 1478-1483», editado recientemente, sostiene que sí hubo pacto y entre los mismos protagonistas, pero no en la ciudad aragonesa sino en Córdoba.

En general, se sitúa esa firma en 1481 y en Calatayud, pero Lobo cree que la fecha puede corresponder a otro pacto, de menores consecuencias históricas, «suscrito por otro indígena de Gran Canaria, un guayre, al frente de una comitiva, probablemente de Telde», en la ciudad aragonesa.

«Pero no era Fernando Guanarteme», insiste, lo que haría que perdiese su justificación el hermanamiento entre las ciudades, que aún perdura, y que se produjo en 1981, con motivo de «la celebración del 500º aniversario de la presencia en Calatayud de Thenesor Semidán, último rey de la isla de Gran Canaria, ante los Reyes Católicos, a los que juró vasallaje y fidelidad, y que fue bautizado bajo el apadrinamiento real como Fernando Guanarteme», según la web del ayuntamiento aragonés.

Dos reyes en pie de igualdad

La llegada del monarca isleño a la Península tras ser capturado tiene ribetes cinematográficos. Desembarca entre Cádiz y el Puerto de Santa María, «más probablemente, en este último, porque Cádiz no era puerto de realengo , sino de señorío», especifica Lobo.

Desde ahí, inicia su recorrido hacia Sevilla y causa mucha expectación, «porque era un hombre elegante y de unas facciones atractivas», apunta. Las crónicas de la época hablan de alguien que circulaba «encabalgado como caballero» y al que vistieron con las mismas ropas del Rey Católico, «de grana y seda», según refiere el conquistador Fernán Álvarez, que era parte de la comitiva.

«Cabalgaron después hacia Córdoba junto al rey Fernando, en una correspondencia casi de igual a igual», sostiene Lobo, que apunta la coincidencia temporal y espacial con Muhamed Abú Abdallah, Boabdil el chico, a cuenta de las «Capitulaciones de Granada».

Allí recibió el nombre cristiano de Fernando Guanarteme, con los propios reyes católicos como padrinos, y recibió el agua de bautismo del arzobispo de Toledo.

El texto suscrito en la corte comprometía al guanarteme (palabra que designaba al rey en la lengua aborigen) a ayudar a concluir la conquista de la isla de Gran Canaria y a cambio recibir para sí el territorio de Guayedra, junto con algunos acuerdos que buscaban garantizar la subsistencia en buenas condiciones de los aborígenes una vez acabada la conquista.

Fernando Guanarteme volvería en repetidas ocasiones a la Península, para peticionar por mejores condiciones de los canarios deportados a los arrabales de Sevilla en esos tiempos, entre otros asuntos. Su participación en la conquista de La Palma y Tenerife junto con las tropas castellanas, donde ofició de lengua en las entrevistas con los menceyes de Anaga y Taoro, le valió la antipatía de no pocos canarios hasta el día de hoy, que objetan esa actividad militar del lado enemigo.

Sin embargo, Lobo rescata «su visión», propia de «un hombre de Estado», que ya desde los acuerdos de Córdoba —donde estableció la libre circulación de los isleños en Gran Canaria, así como establecía límites a la esclavitud de los cautivos— se ponía de manifiesto.

Lejos de ser un traidor, como lo consideran desde algunos sectores, es un personaje que «no ha sido analizado adecuadamente» en toda su dimensión, cree el historiador. «Él sabe que esa guerra no se puede ganar, que los barcos que llegaban a las islas eran como unos monstruos llenos de personas y que por más que mataban a algunos, vendría más gente en su lugar», afirma.

Ese pragmatismo, entiende, lo lleva a los acuerdos de Córdoba, buscando una paz pactada que evitara una derrota con funestas consecuencias. «Aunque esos pactos no se cumplieron en todos los términos—eso es cierto—, promovían una serie de garantías y de exenciones para el archipiélago», afirma Lobo, que califica al último rey de Gáldar como «un estratega que trató de salvar a su pueblo» de un destino peor.

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