Rafael Zimerman: «Escondido en el búnker, escuché 'Alá es Grande' y recé para que mi muerte fuera rápida»

«Pasé la noche bailando junto a mis amigos Ranani y Rafaella, pero a las seis de la mañana, cuando el sol empezaba a salir, de pronto escuché un ruido muy grande, como de fuegos artificiales. Miré al cielo y vi muchos cohetes, muchísimos. Sabía que Israel tiene un sistema antimisiles muy eficaz, pero había demasiados. Se paró la fiesta y a través de los altavoces escuché las palabras 'código rojo'. Dijeron que saliéramos de allí y buscáramos refugio. No es que cundiera el pánico ni nada, pero yo me puse bastante nervioso porque justo en ese momento estaba solo».

«Empecé a correr hacia mi tienda de campaña para coger mi mochila y un poco de agua, y allí me encontré con mis amigos. Estaban agitados pero no aterrorizados, y Ranani, que tenía experiencia militar tras haber servido en el Ejército, calmó al grupo y lideró la búsqueda de un búnker para protegernos de los cohetes. Empezamos a correr, paramos un coche de otro asistente al festival en medio del camino y nos llevó hasta un búnker que había bastante cerca, a unos dos minutos del recinto conduciendo. Fuimos los primeros en entrar, pero enseguida empezó a llegar más y más gente. Poco después ya éramos unos cuarenta o cincuenta».

«En ese momento, pude relajarme un poco porque todos a mi alrededor parecían bastante tranquilos, al haber vivido situaciones de alarma similares, y decían estar seguros de que al cabo de un rato el bombardeo se detendría y podrían salir y volver al festival. Sólo se mostraban algo sorprendidos porque el Gobierno israelí no hubiese previsto el lanzamiento de tantos misiles».

«Pero pasados unos diez minutos, al ruido de los cohetes se sumó otro mucho más aterrador: el de los disparos de ametralladoras. En ese momento, yo estaba al fondo del búnker y podía ver que en la entrada había dos policías, un hombre y una mujer, protegiendo el acceso, que no tenía una puerta reforzada para ataques por tierra. Estaba diseñado para resistir bombardeos», relata Rafael entre bocanadas de aire para coger fuerza y continuar su relato.

«A ella pude escucharla pidiendo ayuda desesperadamente por radio, pero de pronto el ruido de los disparos aumentó y empecé a escuchar estallidos de granadas, con un sonido igual que en las películas de guerra. Ahí ya todos estábamos muertos de miedo, y yo me puse a rezar, a rezar, a rezar. Pedía a Dios que no fuese cierto, o que la policía pudiese defendernos. No sé cuánto tiempo pasé así, pero paré de hablar con Dios porque escuché voces gritando en árabe muy cerca de nosotros. Miré hacia la puerta y vi cómo los policías caían abatidos entre gritos de '¡Allahu akbar! ¡'Allahu akbar!', y entonces pensé que eran mis últimos instantes de vida. La desesperación se apoderó del búnker».

«Luchábamos por movernos hacia el fondo del refugio cuando los terroristas lanzaron bombas de humo en su interior, provocando un caos que nos hizo amontonarnos en medio de un griterío que todavía me despierta por las noches. En treinta segundos no se podía respirar ni ver nada. Muchos empezaron a desmayarse, a colapsar. Una chica se tiró encima de mí y empezó a apretarme y a morderme sin parar de puro terror… aún tengo la marca de sus dientes».

«No sé por qué mi cabeza pensó en aquellos millones de judíos gaseados en campos de concentración, fue muy extraño. Cuando el gas empezó a disiparse, me palpé todo el cuerpo en busca de heridas pero enseguida tuve que volver a tumbarme con las manos sobre la cabeza porque los terroristas entraron a sangre y fuego disparando y lanzando granadas de mano. Todos buscábamos la forma de sobrevivir excepto uno, que se levantó y fue directo a por uno de los terroristas sin conseguir llegar hasta él porque una ráfaga de disparos (un AK-47, supo después) le detuvo a pocos metros de mí. Fue la viva imagen de un héroe. Intentó defendernos a todos, murió por nosotros», recuerda Rafael entre lágrimas en su conversación con ABC.

«Quedé sepultado por varios cuerpos y aproveché para fingir que estaba muerto. Así estuve cuatro horas, hasta que escuché a alguien hablando en hebreo. Miré casi sin moverme porque tenía miedo de que fuera un terrorista haciéndose pasar por israelí, y aunque no pude ver nada me levanté porque ya no podía más. Me era imposible respirar. De hecho, casi quería morir y que todo acabase. En esas cuatro horas recé a Dios para que mi muerte fuera rápida, ya había aceptado que había llegado mi momento y hasta sentía cierta tranquilidad. Sólo lamentaba no poder despedirme de mi familia y amigos. Pero esta persona siguió llamando en busca de supervivientes y me dio sensación de confianza, así que salí».

«Tras reunir fuerzas para levantarme, sortear la montaña de cadáveres y cruzar la puerta del búnker, me encontré con un panorama infernal. Había cuerpos por todas partes, algunos descuartizados y otros ardiendo. Me miré a mí mismo y no podía creerme que estuviera vivo. Y entonces me encontré a Rafaella, que no sé ni cómo salió de allí, pero estaba viva como yo. De cincuenta, salimos vivos menos de diez».«Rafaella y yo suplicamos a los soldados que nos sacaran de allí, pero nos respondieron que debíamos esperar a que aparecieran más supervivientes y pasamos otros veinte minutos abrazados y rodeados por el caos, hasta que por fin nos metieron en un todoterreno blindado que nos llevó a un helicóptero que nos trasladó al hospital de Haifa. Allí me curaron las heridas, pero me pasé un día entero sin poder ducharme ni cambiarme de ropa, en estado catatónico, manchado de sangre y arena y con moscas revoloteando».

«Pensarían que estaba muerto en aquella camilla, porque lo parecía», murmura. Su otro amigo, Ranani, no tuvo tanta suerte. Él fue el valiente que se atrevió a intentar luchar desarmado contra los terroristas. «Fue horrible confirmar que había sido él», dice Rafael sin poder evitar que le sobrevenga un llanto desconsolado. «Le enterramos ayer, en el día de su cumpleaños. Iba a cumplir 21».

«Casi una semana después de lo ocurrido, Rafael se siente fuerte. «Tengo que estarlo por él y por todas las víctimas. Las primeras noches he tenido ataques de pánico. Pero… no sé por qué, pero sí, ahora me siento fuerte. Muy agradecido de estar vivo y de poder volver a ver a mi mamá, pero sobre todo con mucha fuerza para luchar para que se haga justicia».