de lejos
¿Por qué las elecciones de medio mandato confirman la radical transformación de la política americana?
Quizá va siendo hora de asumir que mucho de lo que creíamos saber sobre la política de Estados Unidos ya no sirve
Los republicanos ganan terreno en el Congreso pero los demócratas evitan de momento la debacle
Dos países en uno
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Iniciar sesiónQuizá va siendo hora de asumir que mucho de lo que creíamos saber sobre la política de Estados Unidos ya no sirve. Aunque no en la magnitud que esperaban los republicanos, estas elecciones de medio mandato pueden volver a confirmar la tradición electoral americana que resta escaños en el Congreso ... al partido que controla la Casa Blanca. Sin embargo, la apariencia de continuidad no debería llevar a engaño sobre la radical transformación de esta longeva democracia durante la última década.
Durante más de setenta años, el pulso político en Estados Unidos ha estado dominado esencialmente por el New Deal, es decir todas las políticas de estímulo y reforma impulsadas en los años treinta por Franklin Delano Roosevelt para hacer frente a la devastadora recesión que siguió a la crisis financiera del 1929. Es decir, desde Lyndon Johnson hasta Bill Clinton y los Bush, pasando por Richard Nixon y Ronald Reagan, este país ha centrado su debate político en el balance de lo público y lo privado en la vida de los estadounidenses, el tamaño del Estado dentro de una tradición de minimalismo gubernamental y la conveniencia de tener altos o bajos niveles de regulación y fiscalidad.
En contraste con esa era constructiva –en la que ambas partes a su manera intentaban acortar la distancia entre los ideales fundacionales y la realidad de Estados Unidos– la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca en 2008 servirá como punto de inflexión en la transformación radical de la política americana plasmada en todo su destructivo esplendor en estas elecciones de medio mandato, los primeros comicios celebrados desde el asalto al Capitolio perpetrado el 6 de enero de 2021.
Del New Deal y sus múltiples declinaciones, el debate público de Estados Unidos ha pasado a estar dominado por lo identitario. La guerra cultural planteada como una confrontación sin prisioneros por los valores, la historia y los pronombres ha terminado por monopolizar la política americana, al calor de la sobredosis de incertidumbres del siglo XXI. Hasta el punto de generar unos Estados Irreconocibles de América, una caricatura de absurdos entre lo 'woke' y el nacionalismo blanco.
Al avanzar de la mano de Donald Trump en esta degradación iliberal, Estados Unidos ha dejado de ser un oasis de benévolo excepcionalismo. Y la ejemplar «ciudad brillante sobre la colina», según el sermón puritano resucitado por Reagan, ha pasado a convertirse en un frente más de la batalla contra la democracia liberal que desde la India a Israel viene planteando a escala global el nacional-populismo. A pesar del tradicional aislacionismo de América siempre primero, la problemática coyuntura de Estados Unidos nos resulta peligrosamente familiar.
Tan solo a lo largo de este año, Italia ha elegido a una primera ministra de derecha radical al frente de una formación política con raíces fascistas. Un partido fundado por neonazis y cabezas rapadas ha obtenido el segundo mayor número de escaños en el Parlamento de Suecia. El partido Fidesz de Viktor Orban en Hungría ganó sus cuartas elecciones consecutivas por goleada. Marine Le Pen ha obtenido el 41% de los votos en la ronda final de las elecciones presidenciales de Francia. Y hace poco más de una semana, el delirante Jair Bolsonaro ha estado muy cerca de ganar la reelección presidencial en Brasil. Por no hablar de la saga del Brexit en el Reino Unido, tan vergonzosa como ruinosa.
Toda esta insurrección simultánea del nacional-populismo en sociedades con tanta diversidad cultural, económica y política hace imposible hablar de una simple aberración pasajera. En el fondo, como explican los profesores Pippa Norris y Ronald Inglehart en su libro 'Cultural Backlash', el populismo a pesar de su capacidad camaleónica y su poco gusto por los detalles se basa en dos principios esenciales que ayudan a entender un poco mejor a los Estados Irreconocibles de América.
El primer principio supone el cuestionamiento de la autoridad legítima del establishment, empezando por las asumidas creencias pluralistas sobre la justa distribución de poder y autoridad en una democracia. La lista de objetivos favoritos incluye los medios de comunicación ('fake news'), los procesos electorales («fraude»), los políticos («limpiar las cloacas del poder»), los partidos («vieja política disfuncional»), la administración pública («estado profundo»), el poder judicial («enemigos del pueblo»), los intelectuales («élite arrogante»), los científicos («¿quién necesita expertos?»), la constitución («un fraude institucionalizado»), y organizaciones internacionales («globalismo feroz»). Es por esto por lo que líderes populistas como Trump se presentan como insurgentes contra el status quo, dispuestos a saltarse toda clase de convenciones y reglas del juego.
Y el segundo principio de este envite iliberal, sostiene que la única fuente legitima de autoridad política y moral es el «pueblo». La voz de los ciudadanos de a pie, que solamente puede ser escuchada e interpretada por el demagógico líder populista de color naranja, es considerada como la única forma «genuina» de gobernanza democrática. Incluso cuando el supuesto parecer de los «olvidados» es manifiestamente opuesta a sus propios intereses económicos, principios democráticos básicos, derechos fundamentales o el mínimo sentido común requerido para liderar un país como Estados Unidos.
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