La década nada prodigiosa de Kim Jong-un
En sus diez años en el poder, ha pasado de alimentar las esperanzas de cambio a cerrar Corea del Norte más aún que su padre, Kim Jong-il, usando como pretexto la pandemia de coronavirus que sacude el mundo
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Iniciar sesiónHace ya una década que Kim Jong-un tomó el poder en Corea del Norte tras la muerte de su padre , el ‘Querido Líder’ Kim Jong-il, de un infarto el 17 de diciembre de 2011. Después de la preceptiva histeria colectiva que se desató ... en el funeral a su paso por las nevadas calles de Pyongyang, y de un luto de seis meses, el joven heredero inició su ‘reinado’ con aires de renovación. Pero diez años después, y tras el fracaso de las cumbres con Trump para su desarme nuclear, está aprovechando el coronavirus para cerrar aún más su país, enterrando las esperanzas de cambio que había alimentado la sucesión.
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En aquellos primeros momentos se pensaba que Kim Jong-un , que no había cumplido todavía los 30 años y se había educado en Suiza, abriría la economía siguiendo el modelo chino y relajaría el férreo control social de su padre. Pero sus reformas vinieron por aspectos más mundanos y anecdóticos. Para empezar, en el verano de 2012 asistió a un concierto con muñecos de Disney bailando al son de la música de Rocky mientras se proyectaban escenas de Dumbo y La bella y la bestia. Y, al contrario que su progenitor, presentó en sociedad a su esposa, Ri Sol-ju, luciendo elegantes trajes de chaqueta con falda por la rodilla y hasta un bolso de Dior de más de mil euros.
Crece el PIB
Además, hizo la vista gorda con los ‘mercados callejeros’ (’Jangmadang’) que estaban proliferando por todo el país para paliar la escasez de la planificada economía estatal con artículos traídos de contrabando desde la frontera con China. Gracias a estos tímidos conatos de economía capitalista, permitidos gracias a la corrupción reinante, el Producto Interior Bruto (PIB) norcoreano registró en 2016 su mayor crecimiento de las últimas dos décadas, a tenor de los cálculos del Banco Central de Corea del Sur. Tal y como pudo comprobar este corresponsal en Pyongyang ese mismo año, la situación económica había mejorado notablemente desde la primera visita en 2007. Tanto en el segundo viaje, en 2013, como en el de 2016, se apreciaba entre la élite norcoreana un cierto espíritu emprendedor y consumista al que daban rienda suelta en supermercados especiales mucho mejor surtidos que los colmados estatales. Pagando con euros, dólares, yuanes o yenes, en lugar de con cupones estatales, allí podían comprar botellas de coñac Hennessy por 250 euros y grandes trozos de carne congelada traída de Australia.
A pesar de esta nueva política de desarrollo económico, denominada ‘Byongjin’, Kim Jong-un siguió con su programa militar y la ‘diplomacia atómica’ de su padre para reabrir las negociaciones con Estados Unidos. Además de elevar la tensión bélica con Corea del Sur en sus dos primeros años, entre abril de 2013 y septiembre de 2017 ordenó cuatro pruebas atómicas y, en total, ha disparado un centenar de misiles de todo tipo, incluyendo intercontinentales capaces en teoría de llegar a EE.UU. con una cabeza nuclear.
Para librarse de las sanciones internacionales impuestas por sus provocaciones atómicas e integrarse en el mundo, en 2018 inició el deshielo con Corea del Sur y avivó las esperanzas de cambio en sus cumbres con Trump ese mismo año y en 2019. Pero su fracaso al no alcanzar un acuerdo verificable de desarme nuclear volvió a aislar a Corea del Norte.
Cierre de fronteras
De todas maneras, lo peor vendría después y no sería por el bloqueo que imponen las sanciones, sino por el sellado total de fronteras decretado tras el estallido de la pandemia del coronavirus en China en enero del año pasado. Con el país cerrado a cal y canto desde entonces, la economía ha sufrido su mayor contracción en dos décadas al interrumpirse por completo el comercio con China, por donde entraba el 80 por ciento de los productos que se consumían en Corea del Norte. A principios de este año, Kim Jong-un sorprendió al mundo al reconocer compungido que el país se enfrenta a su «peor crisis», lo que hace temer una hambruna como la que costó entre 300.000 y dos millones de vidas a mediados de los 90.
«Al igual que su padre, Kim Jong-un prioriza reforzar su puño de hierro a expensas de los derechos y el bienestar de su pueblo», denuncia en un comunicado Lina Yoon, analista de Human Rights Watch (HRW) experta en Corea del Norte. Aunque el régimen asegura que no ha sufrido ni una muerte por Covid-19, saber lo que de verdad ocurre dentro es hoy tan difícil como hace una década.
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