Lo que Putin no aprendió de la IIGM: la debacle militar de los reservistas de Stalin contra los nazis
Los soldados alemanes enviados a la URSS confirmaron el pésimo entrenamiento de los soldados soviéticos enviados al frente a partir de 1943
Conquista de Berlín por parte del Ejército Rojo
Las instantáneas muestran las costuras al discurso hueco de Vladimir Putin: soldados entrados en años, equipados con uniformes de conflictos pasadas... Esos son los reservistas con los que piensa vencer a Ucrania cuando nos hallamos inmersos en la era de las unidades especializadas ... y entrenadas al milímetro. Una vez más, el Zar del siglo XXI no ha aprendido nada de su referente más directo: la Segunda Guerra Mundial. El que fue el último conflicto antes de la llegada de los fusiles de asalto segó la vida de más de medio millón de reservistas soviéticos; carne de cañón que, según confirmaron las tropas alemanas desplazadas al este, caían cual patos de feria por carecer de los seis meses de adiestramiento mínimo necesario.
Cuchillo alemán
Esta historia arrancó en el verano de 1941. El 22 de junio, tres grupos de ejército alemanes atravesaron la frontera rusa. En total, casi cuatro millones de soldados apoyados por carros de combate (4.919) y aviación (4.006 aparatos), la que sería la reina de la Operación Barbarroja. Por entonces, el Ejército Rojo contaba con 3.300.000 soldados, de los cuales medio millón eran reservistas. Sobre el papel, sus fuerzas acorazadas eran potentes (15.470 carros de combate) y su artillería, respetable (58.000 piezas), aunque la 'Blitzkrieg' de Heinz Guderian convertía las divisiones panzer del Tercer Reich en un enemigo temible más allá del número.
Fue una debacle para el Ejército Rojo. La URSS empezó la partida con sus aeródromos bombardeados y su infantería dispersa. En los tres primeros meses de enfrentamiento, el camarada Stalin tuvo que lamentar la pérdida (muertos, desaparecidos y heridos) de 2.129.677 hombres; unas cifras que, comparadas trimestre a trimestre, superaron las del resto de la Gran Guerra Patria. Entre noviembre y diciembre la situación mejoró, aunque siguió siendo estremecedora: 1.007.996 hombres más se perdieron. Así lo afirma el historiador Jean López en su 'Historia visual de la Segunda Guerra Mundial', donde deja patente también que un 9,49% de los combatientes causaron baja por enfermedad, heridas o congelación.
La caída en todos los frentes, y en especial en el ucraniano –en Kiev la URSS tuvo que lamentar un millón de prisioneros–, y el goteo constante pero inexorable de bajas mermó sobremanera a un Ejército Rojo conformado, ya desde sus inicios, por una masa de campesinado, obreros y trabajadores no manuales. El 3 de julio, sobrepasado ya por los Grupos de Ejércitos Norte, Centro y Sur, el camarada supremo llamó a una defensa a ultranza de la URSS y a una movilización soterrada de los civiles. En el discurso prometía el apoyo futuro de los «aliados occidentales», pero pedía alzarse a la población para evitar el derrumbamiento total del «glorioso ejército ruso»:
«Camaradas, nuestras fuerzas son innumerables. La arrogancia enemiga pronto tendrá su coste. Miles de trabajadores, granjeros e intelectuales están alzándose para golpear al enemigo agresor. Con el fin de asegurar la rápida movilización de todas las fuerzas de las gentes de la URSS, y rechazar al enemigo que traicioneramente ha atacado nuestro país, ha sido formado un Comité Estatal de Defensa que ha entrado en funciones y ha llamado al servicio militar a nuestro pueblo. Demoleremos al enemigo y aseguraremos la victoria. ¡Todas nuestras fuerzas para apoyar a nuestro heroico Ejército Rojo y a nuestra gloriosa Armada Roja! ¡Adelante, a por nuestra victoria!».
Reservistas
Cuesta hallar el número exacto de civiles que fueron movilizados, ya que los historiadores no suelen diferenciar entre reservistas, voluntarios y soldados regulares. La frontera, a veces, es demasiado difusa. La URSS tampoco ha hecho mucho por dar a conocer los números. El Kremlin esperó hasta su última bocanada de aire para entregar los datos sobre esta cuestión. El trabajo más completo, de hecho, fue alumbrado en 1993 por el general Krivosheev cuando todavía era presidente Boris Yelstsin. Y lo cierto es que todavía no ha sido superado por ningún historiador moderno. «Los propios archivos están plagados de lagunas. En pleno caos de las derrotas iniciales, no se llevó a cabo el registro de las pérdidas», añade Jean López.
Lo que sí se puede hacer es seguir las pistas. Al final de la Segunda Guerra Mundial, la URSS había movilizado a casi 35 millones de personas, un 35% del total que representaban todos los Aliados. El dato es colosal y, en 1942, dejó la economía civil al borde del colapso. De todos ellos, causaron baja –muertos, heridos y desaparecidos– durante el conflicto once millones y medio de combatientes (11.267.858) y casi medio millón de reservistas (499.942). Una vez más, los números son estremecedores. Basta con saber que las pérdidas del ejército norteamericano a lo largo de todo el conflicto no superaron el medio millón (416.837). A nivel de fallecidos, el número baja hasta los 7.74.566.
Las bajas sí fueron cuantificadas por tramos de edad, lo que también nos permite averiguar hasta dónde llegó el desastre de los reservistas soviéticos. Según López, «las muertes de 1941 y 1942 fueron tan cuantiosas que se recurrió a todos los hombres que más o menos se mantenían en pie para el esfuerzo de la guerra». Poco importaba cuántos años atesoraran a sus espaldas. Es cierto que la mayor parte de los muertos se encuadran entre los 20 años (un 18%), el abanico que va de 21 a 25 (22%) y el de 26 a 30 (17,5%). No obstante, también es llamativo que en la Gran Guerra Patria cayeran un 12% de combatientes de entre 36 y 40 años; un 8% de entre 41 y 45 y un 6% de más de 46.
En todo caso, la llegada masiva de reservistas rusos sin apenas entrenamiento sorprendió a los soldados alemanes a partir de 1942, cuando el Ejército Rojo ya había pasado a la ofensiva. Tal y como explica el historiador Jeff Rutherford en 'La guerra de la infantería alemana. 1941-1944', el castigo al que fueron sometidas las divisiones soviéticas que combatieron contra el Grupo de Ejércitos Norte obligó al Kremlin a enviar al frente a miles de reemplazos directamente, sin pasar por curso de capacitación alguno. Su colega Walter Dunn reitera que aquellos combatientes eran de pésima calidad y que se dejaron la vida a miles.
Carencias y órdenes locas
Las fuentes oficiales soviéticas son de la misma opinión y afirman que, «entre julio y diciembre de 1943, el 40,9% de los reclutas soviéticos no habían recibido instrucción, y el 26,7% había recibido menos de un mes de adiestramiento». Para David Glantz, también un versado experto en la Segunda Guerra Mundial, esta falta de preparación rebajó de forma exagerada la potencia del Ejército Rojo. Hasta tal punto, que permitió a los reemplazos del Tercer Reich destacar sobremanera en el campo de batalla. Así lo recoge el autor en 'Colossus Reborn, The Red Army at War, 1942-1945':
«A lo largo de 1943, el NKO [Comisariado de Defensa del Pueblo] fue abriendo la mano cada vez más en el servicio militar de combate y administrativo en el Ejército Rojo, hasta incluir a los más jóvenes, a los más viejos, y al contar cada vez con menos reservistas y reclutas, acabó finalmente reclutando a hombres bastante menores de los 18 años y mayores de los 55, incluyéndolos en las fuerzas operativas del Ejército Rojo. A pesar de los nuevos límites legales de edad para el servicio, muchos soldados no cumplían esos límites ya a finales de 1943».
Pero la marea de bajas no se debió tan solo a la escasa preparación de los reclutas a partir de 1942. Tal y como explica Mark Edele en 'Estalisnismo en guerra. 1937-1949' (editado por Desperta Ferro), el sistema de combate del Ejército Rojo colaboró en la debacle. Hasta 1942, la máxima de los oficiales consistía en desplazar gigantescas masas de soldados y hacer que se lanzaran de bruces contra el enemigo. No fue hasta finales de ese mismo año cuando los mandos militares obligaron a sus subordinados a adoptar un sistema basado en el flanqueo y les hicieron responsables de las llamadas «bajas gratuitas». El mismo Stalin aceptó el cambio a pesar de que había firmado la Orden 227, apodada 'Ni un solo paso atrás', que permitía fusilar a cualquier combatiente que se retirase.