La vergüenza de la URSS: cuando los nazis volatilizaron el buque más colosal de Stalin en el Báltico
En septiembre de 1941, el Escuadrón Stuka II bombardeó el acorazado 'Marat' en un suceso que recuerda al hundimiento estos días del 'Moskva'

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ABC publicó la noticia sin tapujos: «El 'Marat' y otros dos buques de guerra soviéticos, fuera de combate». Las palabras no podían abarcar la debacle que aquello significaba para Iósif Stalin. El navío, uno de los acorazados más grandes de la URSS y el insignia de la Flota Roja del Báltico, a pique por un ataque aéreo del Escuadrón Stuka II 'Immelman' y de uno de los mejores pilotos de la 'Luftwaffe': Hans-Ulrich Rudel. Aunque la gesta, que recuerda a la acontecida estos días con el 'Moskva', le costó tres acometidas: «El barco, que fue bombardeado el 18 de septiembre, ha sido nuevamente bombardeado el 23 y gravemente averiado cuando se han retirado los aviones del Reich».
El Escuadrón Stuka II 'Immelman' empezó su acometida en septiembre de 1941. Esa fue la fecha en la que, por órdenes de Wolfram von Richthofen (pariente del mítico Barón Rojo), los pilotos de la unidad recibieron el encargo de destruir la Flota Roja del Báltico con el objetivo de abrir el camino del Grupo de Ejércitos Norte hacia Leningrado.
+ info«Sus grandes buques de guerra representaban un enorme problema para las fuerzas terrestres debido a sus armas pesadas, por lo que se encomendó a la ' Luftwaffe' la misión de neutralizar esta amenaza», desvela el historiador Christer Bergström en 'Operación Barbarroja. La invasión alemana de la Unión Soviética'. Para entonces, como explicó Rudel en sus memorias, la ciudad se había convertido en una «inexpugnable fortaleza» que esperaba impávida la llegada de los germanos.
El 16 de septiembre, el 'Immelman' despegó con dirección al golfo de Finlandia para dar buena cuenta de los navíos. Entre ellos se hallaba el 'Marat', un acorazado que sumaba 184 metros de eslora, un blindaje de hasta 230 milímetros, doce cañones de 305 milímetros y otra treintena de diferentes piezas de artillería. El bajel se encontraba entre los más icónicos de la Unión Soviética al contar con casi treinta años de servicio sobre sus anchas y metálicas espaldas.
«La flota se componía de dos acorazados de 23.000 toneladas, el 'Marat' y el 'Revolución de Octubre', de cuatro o cinco cruceros, entre ellos el 'Máxim Gorki' y el 'Kirov', y, finalmente, de algunos torpederos», dejó sobre blanco Rudel en sus memorias. Lo que más le atenazaba era la ingente cantidad de artillería antiaérea con la que los soviéticos les esperaban.
De todos los grupos de 'Stuka' enviados aquel día a la contienda, el primero en arribar fue aquel en el que estaba encuadrado Rudel, el número III. La operación podría parecer perfecta, pero, en palabras del piloto, poco podían hacer ante aquellos gigantes. «Habrá que contar con que tendrán una DCA [artillería antiaérea] formidable y, además, las bombas corrientes, dotadas de espoletas normales, son también impotentes, ya que harían explosión en el primer puente blindado, es decir, que efectivamente demolerían una gran parte de las estructuras, pero no llegarían a hundir el navío».
Según el 'as', el alto mando les había prometido doblar la carga de los explosivos que portaban en los aviones para atesorar alguna oportunidad, pero, durante las primeras jornadas, fueron palabras vacías. El 16 de septiembre el tiempo era pésimo, lo mismo que la visibilidad. A pesar de ello, Rudel fue uno de los primeros aviadores en distinguir al gigante ruso. Y se lo corroboró a su jefe, el capitán Ernst-Siegfried Steen, por radio:
–Atención. Rey I a Rey II, atención.
–Rey II a Rey I, escucho.
–Acabo de ver, justo debajo de mí, un gran navío… Sin duda es el 'Marat'…
Sin que Rudel hubiese tenido tiempo de pronunciar la última palabra de su mensaje, Steen se lanzó en picado (en toda la literalidad que puede albergar la expresión) contra el objetivo. Él le siguió sin dudar. «Ahora ya distingo netamente el navío. No cabe duda, se trata del 'Marat' efectivamente. No nos quedan más que algunos segundos para hacernos cargo de la situación y tomar una decisión. Incontestablemente, sólo a nosotros nos incumbe la tarea de averiar el navío. Las otras escuadrillas no tendrán tiempo, sin duda, de pasar por este claro del cielo, ya que las nubes, lo mismo que el barco, están en movimiento». La táctica era la esperada: descender a toda prisa y en perpendicular, dejar caer su letal regalo y elevarse antes de ser partido en mil trozos.
+ infoSteen fue, una vez más, el primero en soltar su bomba contra el acorazado. Impactó, pero apenas le causó un susto a la tripulación. «Es mi turno; presiono el disparador…; una de las bombas hace blanco y estalla en el centro de la popa. Desgraciadamente, con sus 500 kilos no podrá causar daños decisivos. Veo brotar un haz de llamas, pero no tengo tiempo de contemplar este espectáculo, pues la DCA rusa actúa con intensidad creciente», explicó en sus memorias. Tras él arribaron más y más 'Stuka', pero se vieron obligados a retirarse debido a la potencia combinada de toda la artillería antiaérea del acorazado. Rudel logró volver a la base aquel día, aunque con una duda en su mente: ¿qué diantres había sucedido con el navío?
Varias jornadas después sus dudas se solventaron cuando, después de una infinidad de misiones sobre el mismo puerto, sus compañeros hallaron al 'Marat' dañado en un puerto cercano. El pequeño 'Stuka' había conseguido herir a Goliat, pero todavía faltaba tumbarlo de un fuerte hondazo; uno de un millar de kilogramos.
«El 21 de septiembre recibimos, por fin, las bombas de 1.000 kilos. A la mañana siguiente un avión de reconocimiento señala la presencia del 'Marat' en el puerto de Kronstadt. Sin duda, los rusos se hallan aun ocupados en la labor de reparar los daños producidos por nuestro ataque del día 16. Hiervo de impaciencia. Por fin voy a poder mostrar de lo que soy capaz. Interrogo largamente al piloto del aparato de reconocimiento sobre la fuerza y dirección del viento, el emplazamiento exacto del navío, la oposición de la DCA, etc. Pero evito a mis compañeros que discuten interminablemente. ¡Para qué pesar el pro y contra si ya estoy decidido! La cuestión es llegar encima del objetivo; yo me encargaré del resto».
+ infoEse mismo día comenzó la misión más difícil de Rudel. Equipado con las nuevas bombas, se elevó con sus compañeros y dirigió el morro de su 'Stuka' hacia el puerto de Kronstadt. Unos cazas trataron de cortarle el paso en la costa, pero sus maniobras no fueron efectivas y acabaron derribados. Parecía que nada podía interponerse entre el cazador y su presa. Al poco, las balas de las piezas antiaéreas ya silbaban a su alrededor. Aquello debía parecer un ataúd, más que un avión… El resto, debería narrarlo su protagonista:
«Pico […] en un ángulo que debe oscilar entre los 70 y 80 grados. Ya el 'Marat' se encuadra en mi visor, se agranda, se hace enorme. Todos sus cañones están apuntados directamente a nosotros y tenemos la impresión de precipitarnos hacia un muro de fuego. […] El centro del navío encuadra exactamente en mi visor y mi buen viejo Junkers 87 sigue su trayecto sin el menor balanceo; ni siquiera un novato podría fallar su objetivo. ¡Qué enorme es este acorazado! En la cubierta varios marineros llevan corriendo las municiones. Aprieto mi pulgar en el botón de lanzamiento y una fracción de segundo más tarde tiro de la palanca desesperadamente».
Con temblor en las piernas por haber disparado la bomba a 300 metros de altitud (la norma era no rebajar los 1.000 para estar seguros), Rudel alzó el morro de su 'Stuka' para tratar de escapar de aquella locura. Tiró de la palanca con todas sus fuerzas. Era eso o la muerte. «La aceleración es brutal, me cruza un velo delante de los ojos, todo se nubla y pierdo la noción de las cosas, después, recobro el conocimiento». De la nada, la voz de su artillero resonó en la cabina:
–¡Enhorabuena, mi teniente!
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