El misterio de Campins: ¿por qué Queipo de Llano ejecutó al mejor amigo de Franco en 1936?
Fue fusilado un mes después del inicio de la Guerra Civil, a pesar de que el futuro dictador le pidió insistentemente que lo indultara
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Madrid
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Iniciar sesiónA Queipo de Llano no le tembló el pulso a la hora detener y fusilar a Miguel Campins, uno de los mejores amigos de Franco, el 16 de agosto de 1936 en las murallas de la Macarena de Sevilla. No le importó ni ... lo más mínimo que este, incluso, hubiera terminado apoyando el golpe de Estado desde su puesto de gobernador militar de Granada. Queipo quería acabar con él fuera como fuese, así que ordenó su detención y aceleró a toda prisa el juicio sumarísimo al que fue sometido, haciendo caso omiso de las peticiones de indulto que le hizo el futuro dictador. Las razones exactas nunca se llegaron a aclarar, en el que puede considerarse como uno de los sucesos más extraños y olvidados de la Guerra Civil.
El culebrón también pasó desapercibido en aquellos días convulsos. Ningún periódico español, a excepción de 'La Unión', se ocupó de la muerte del general Campins. Este diario sevillano, además, tan solo le decidió un breve escondido en la página 9 de su edición del 17 de agosto. La noticia anunciaba que la sentencia se había cumplido «a primeras horas del día de ayer, en los momentos iniciales del movimiento militar salvador de España». Otras cabeceras le daban por vivo en estas mismas fechas.
A lo largo de estas casi nueve décadas, ningún libro se ha ocupado tampoco de este episodio. Tan solo se puede consultar una tesis doctoral realizada en 1992 por Manuel Touron Yebra, presentada en la Universidad Complutense de Madrid bajo el título de 'El general Miguel Campins y su época (1880-1936)'. Para realizarla, este historiador tuvo acceso al relato de su hijo y al archivo familiar para completar su trabajo. Recientemente, el poeta Benjamín Prado también encontró por casualidad algunos de los pocos documentos que deben existir sobre este crimen, que entregó al hispanista Ian Gibson y este, a su vez, los depositó en el Patronato García Lorca de la Diputación de Granada.
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Israel VianaEl famoso general franquista, responsable de la represión en la capital andaluza durante la Guerra Civil, comenzó su serial de soflamas violentas el mismo 18 de julio de 1936 y se prolongó hasta bien entrado 1937
«Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la figura del general don Miguel Campins Aura es prácticamente desconocida para el gran público y, también, para muchos de los historiadores que se ocupan de la Historia de España en el primer tercio del siglo XX. Esporádicamente, la compleja personalidad de este militar se ha visto reflejada de forma esquemática en aquellos trabajos que tienen por objeto el estudio del alzamiento militar en Andalucía y, de manera especial, en la provincia de Granada», apunta Touron al comienzo de su tesis.
Miguel Campins era un militar muy respetado desde los tiempos de la Guerra de Marruecos. De hecho, el Gobierno del Frente Popular no puso ninguna objeción para que fuera ascendido a general de Brigada en mayo de 1936. Contó, además, con el apoyo de no pocos mandos del Ejército, desde el subsecretario republicano del Ministerio de la Guerra, Manuel de la Cruz Boullosa, hasta algunos de los generales que poco después apoyarían el golpe de Estado, como Manuel Goded, Miguel Cabanellas, Joaquín Fanjul o el mismo Franco.
En ese momento, Campins ya sonaba para el cargo de responsable de la Comandancia Militar de Granada, que ocupó finalmente el 7 de julio de 1936, una semana y media antes del inicio de la guerra. Durante el tiempo que transcurrió hasta que fue nombrado, el general penduló entre la defensa de la República y el apoyó final a los golpistas. Desde un principio conoció la existencia de las asociaciones militares que combatían al Gobierno desde la clandestinidad, pero las consideraba nocivas al «perturbar la vida del Ejército» y se alejó de ellas.
«Alzamiento prematuro»
En uno de sus libros de memorias, el primo de Franco, Francisco Franco Salgado-Araujo, cuenta cómo el futuro dictador sondeó a Campins pocos días antes de la guerra, para ver si este quería formar parte en la conspiración. Al parecer, nuestro protagonista le contestó que era leal a la República y que se oponía a la intervención militar en los asuntos de Estado. «Franco, en esa época, todavía pensaba de forma parecida a Campins, esto es decir, que cualquier alzamiento contra la República era prematuro», explica Touron.
Fueron muchas las incógnitas que rodearon a este crimen ignorado por la mayoría de los historia y que podemos enmarcar dentro de las matanzas protagonizadas en Sevilla por Queipo de Llano, el general franquista cuyos restos fueron exhumados hace menos de un mes, en medio de una fuerte polémica, en la basílica de la Macarena. Lo que resulta más extraño de esta historia es que el general Campins fuese ejecutado por los sublevados a pesar de haberse sumado a la insurrección y de ser uno de los mejores amigos de Franco desde que se conocieron en la Academia General Militar de Zaragoza, a finales de la década de 1920.
Campins tomó posesión como comandante militar de Granada solo una semana antes del alzamiento. Llegó a ese puesto de una forma un tanto sospechosa y rodeada también de misterio. Dos días después se nombrado, se presentó ante su superior para que le explicara el urgente relevo de su antecesor, el general Llanos. La escena la reflejó así en una carta a sus hijos datada el 22 de julio: «Me dice que no pasa nada, solo que los oficiales de Granada parecen estar muy arraigados en el país y, quizá, un poco dolidos por la derrota electoral de las derechas. No me comenta nada de por qué se ha quitado a Llanos. Al preguntarle por la urgencia, se pone serio y me dice que me vaya a Granada enseguida».
La llamada de Queipo de Llano
Aunque nunca se lo confirmaron, cabe preguntarse si Campins fue colocado en ese cargo con el objetivo de parar en Granada la insurrección que ya se sabía que se estaba organizando. Aún así, los seis días que precedieron al alzamiento fueron los más tranquilos que nuestro protagonista tuvo en la ciudad andaluza en el mes que le quedaba de vida. «No puedo asegurar que me quiten de un plumazo [de mi cargo en Granada] si cambia la situación, que no es nada segura», advierte en una de sus cartas, fechada el 14 de julio de 1936. Fueron las últimas impresiones que dejó escritas antes del golpe de Estado.
A las 20.00 horas del viernes 17 de Julio, según recoge la tesis de Touron, el general Campins recibió la visita del médico del Regimiento de Artillería, que era radioaficionado, para informarle de que, dos horas antes, había establecido contacto con otro radioaficionado de Melilla. Este le había comunicado que unidades militares de allí se habían sublevado. Aquel suceso fue la chispa que encendió el movimiento militar que se venía preparando desde hacía meses. El Ejército de África se acababa de levantar en armas contra la República.
Al día siguiente, Campins recibió una llamada de Queipo de Llano en la que le ordenó que declarara el estado de guerra con el objetivo de que su guarnición apoyara el golpe de Estado que este comandaba en Sevilla. En un principio no reconoció su voz, por lo que no se fio y dilató la decisión. A las 18.00 de la tarde recibió otra llamada de Queipo, que él mismo describió en un telegrama: «Me tuteó y me dijo que era un movimiento militar dirigido por Franco y no sé cuántos más. Yo me disculpé diciendo que no tenía bastantes fuerzas y que no conocía la opinión de los cuerpos. Que aquí la tranquilidad era absoluta y que no veía la razón para declarar el estado de guerra. En fin, que no quería».
Estado de guerra
En opinión de Touron, Campins necesitaba un motivo para sublevarse. No le bastaban los discursos sobre los supuesto peligros que corría España y sobre la necesidad de salvarla. Tampoco debía ser suficiente para él que algunos de sus amigos, como Franco, se estuvieran adhiriendo a la sublevación. Además, ordenó que no le pasasen más llamadas de Sevilla. Con disciplina castrense, se siguió manteniendo dubitativo al golpe de Estado a pesar del triunfo de Queipo de Llano en Sevilla y continuó siendo presionado por mandos inferiores.
A pesar de esta fidelidad inicial a la República, lo cierto es que Campins era también un enemigo del caos, del anticlericalismo y de la violencia que según él estaba ejerciendo desde hace tiempo el Frente Popular. Por eso, al final acabó cediendo, sumándose a la sublevación y proclamando el estado de guerra. Destituyó al gobernador civil y puso en su lugar al comandante franquista José Valdés, lo que no le impidió enfrentarse también a él por la brutal represión que este estaba desencadenando en Granada.
A raíz de este enfrentamiento, Valdés denunció a Campins ante Queipo de Llano. Aquello fue su perdición, puesto que el jefe de la sublevación en Sevilla le tenía muchas ganas por haberse sumado a la insurrección desde el primer momento. A continuación lo destituyó de su cargo y ordenó que lo trasladaran a la capital hispalense. Llegó el 4 de agosto, donde fue sometido a un juicio sumarísimo en el que fue condenado a muerte el 14 de ese mismo mes por «rebelión militar y oposición al alzamiento».
Clemencia para Campins
Cuando Franco se enteró, rápidamente le pidió clemencia a Queipo de Llano por su amigo. El primer telegrama se lo envió el día 15 de agosto. A este le siguieron otros, pero ninguno dio resultado. Cuenta Franco Salgado-Araujo que cuando tuvo conocimiento de la difícil situación en la que se encontraba nuestro infausto protagonista, intentó lo imposible: «Franco me entregó otra carta insistiendo una vez más en su petición de indulto para Campins. En esta enaltecía la historia militar de su compañero y reiteraba su deseo de que, en atención a la misma, le salvase la vida, pero Queipo me recibió y me dijo en voz alta: 'No quiero abrir ninguna otra carta de su general que trate de este enojoso asunto. Dígales que mañana domingo será fusilado'».
Se sabe que Queipo odiaba a Franco, y viceversa. De hecho, el primero llamaba al segundo «Paca la Culona». Puede ser que esa razón personal fue la que explique la decisión urgente de ejecutar a Campins. Franco Salgado-Araujo describió así esos últimos momentos en 'Mi vida junto a Franco': «Esperamos a que por la mañana del día 15 llegara el indulto, pero pasó el día y aumentó el pesimismo. Mandamos un recado al cardenal, pero el indulto no llegó y pasó el día».
A partir de ese momento, Queipo se hizo el loco. Al día siguiente Franco intentó interceptarle en una ceremonia de restitución de la bandera rojigualda que ambos tenían en el Ayuntamiento de Sevilla. El general gallego llegó pronto junto al fundador de la Legión, Millán Astray, pero se dio cuenta de que este no estaba. Su ausencia produjo una situación un tanto violenta para las personalidades que le esperaban. Es probable que llegara tarde aposta para evitar el encuentro. Dio un primer discurso que, según el historiador Ian Gibson, fue muy confuso y provocó las sonrisas mal disimuladas de sus invitados.
La ejecución
«No lejos del lugar donde las multitudes aclamaban a los generales de la 'nueva España', otro general pasaba sus últimas horas de vida recordando a los suyos y escribiendo la última carta a su querida esposa. En ella, le decía que iba a la muerte tranquilo por estar en gracia con Dios y satisfecho de haber cumplido con su deber en todo momento. También le pedía que su familia supiese perdonarle, al igual que hacía él con todos los que le habían hecho daño. También, que tuviesen fe en Dios y entereza para sobrellevar su muerte», detalla Touron en su tesis.
A las 4.30 horas de la madrugada del día 16 de agosto de 1936, se presentaron en la prisión el juez, el secretario y el abogado defensor para leerle la sentencia e, inmediatamente, le llevaron a la capilla para que se confesara y comulgara, además de entregarle sus efectos personales a su cuñado. Se despidió de él emocionado: 'Antonio, tú márchate ya a preparar el entierro. Que sea regular'. En el lugar destinado a la ejecución se congregó bastante público. Campins llegó en un coche de la Guardia Civil vestido de paisano y esposado. Su aspecto era sereno. Uno de los jefes presentes, antiguo alumno suyo, se acercó para despedirse de él.
El relato de sus últimos minutos lo recogió el historiador en su tesis: «El general se colocó frente al pelotón, rechazando la posibilidad de volverse de espaldas o de que le vendaran los ojos. Al oír las primeras voces de mando, se irguió con gallardía, pero sin jactancia. La voz de '¡apunten!' fue obedecida por el pelotón de forma irregular, por lo que el oficial al mando desenfundó su pistola y amenazó con ella a sus hombres. Se produjo un momento de desconcierto, que terminó cuando el pelotón afrontó correctamente al general e hizo fuego al oír la correspondiente orden. El general Campins cayó fulminado. El médico que le reconoció certificó su muerte e indicó al oficial que no hacía falta tiro de gracia. Eran las 6.30 horas de la mañana».
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