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Las misteriosas apariciones de la Virgen que la Segunda República discutió en Cortes y tachó de conspiración

Fueron protagonizadas por dos niños en Ezquioga nada más proclamarse el nuevo régimen y provocaron que más de un millón de españoles peregrinaran hasta la localidad guipuzcoano

Una de la imáganes tomadas en Ezquioga en 1931
Una de la imáganes tomadas en Ezquioga en 1931
Israel Viana
MadridActualizado:

«Se ha dicho mucho sobre la quema de conventos, pero la verdad es que en Madrid no se quemaron más que cuatro birrias que no tenían ningún valor. Lo que faltó ese 14 de abril de 1931, y yo lo dije desde el primer día, es coraje en el pueblo, que no debió dejar en pie ni un monumento», declaró Ramón María del Valle-Inclán al diario ‘La Luz’ en la Segunda República. La saña despachada por el famoso escritor gallego no fue una excepción durante aquellos años de fuerte fervor anticlerical, ya que no solo no se destrozaron cuatro iglesias, sino que se asesinó a cientos de curas y creyentes por el mero hecho de serlo en los cinco años que transcurrieron hasta el inicio de la Guerra Civil.

En Madrid los disturbios empezaron con la inauguración del Círculo Monárquico Independiente ese mismo mes de abril de 1931, fundado por el director de ABC, Juan Ignacio Luca de Tena. De su sede en la calle de Alcalá se extendieron a la redacción del diario. Cuando la Guardia Civil impidió que una multitud republicana la quemara, empezaron a cargar contra los conventos y las iglesias. Al parecer, había llegado a oídos del Gobierno que algunos jóvenes del Ateneo de Madrid estaban preparándose para incendiar todos los edificios religiosos de la capital. El ministro de la Gobernación, Miguel Maura, intentó impedirlo, pero el resto del gabinete lo impidió. De hecho, Manuel Azaña le dijo: «Todos los conventos de España no valen la vida de un republicano».

Fue precisamente en este ambiente violento contra cualquier sentimiento católico, recién instaurada la República, cuando se produjo el episodio que vamos a contarle. Fue recogido por primera vez en la revista ‘Blanco y Negro’, el 26 de julio de 1931, bajo el titular: ‘¿Un milagro en Ezquioga?’. Todo el fervor anticlerical que recorría el país no impidió que, un mes antes, el 29 de junio, dos pastores de apenas 10 años, Antonia Bereciartu y su hermano Andrés, declararan haber visto a la Vírgen en la ladera del monte de esta localidad guipuzcoana. Los demás medios de comunicación pronto se hicieron eco de la supuesta aparición, hasta el punto de que el Gobierno republicano la consideró una amenaza para la estabilidad del nuevo régimen.

Primera crónica sobre las apariciones de Ezquioga, publicada el 13 de agosto de 1931+ info
Primera crónica sobre las apariciones de Ezquioga, publicada el 13 de agosto de 1931 - ARCHIVO ABC

«Esperando el milagro»

A finales de ese año, de hecho, aproximadamente un millón de personas ya habían peregrinado hasta Ezkioga para escuchar los relatos de aquellos dos niños, así como de otros cien ‘videntes’ más de la región que aseguraban haber tenido las mismas visiones de la Virgen y de diversos santos. Así lo contaba ABC el 13 agosto:

«Ir a Ezquioga este año es un deber ineludible para todo veraneante. Hace aproximadamente un mes, un niño y una niña, hijos de unos caseros, dijeron haber visto una misteriosa aparición. Al encaminarse por la noche a un caserío cercano, les salió una dama enlutada de un bosque, de suprema belleza, coronada de estrellas, acompañada de ángeles y nimbada de resplandor. La aparición se repitió en los días siguientes y, desde entonces, al paraje que los niños señalaron como fondo del supuesto prodigio afluye todas las tardes una multitud, que invade el monte esperando el milagro».

Los peregrinos llegaban a Ezkioga en autobuses atestados o eran trasladados allí en los coches de los propios devotos. Algunos católicos españoles vieron la oportunidad para convertir al municipio guipuzcoano en la nueva Lourdes, cuyas apariciones en 1858 habían revitalizado la devoción en Francia. El primer difusor de todo aquel movimiento fue el cura de la localidad, Antonio Amundarain, que organizó los primeros viajes al monte. Su biógrafo dice que era un entusiasta de las experiencias místicas que, anteriormente, había creado un instituto laico para proteger a las mujeres de la corrupción de las ciudades y que, incluso, prometió organizar un ejército de vírgenes contra la «irreligiosidad, el libertinaje y la inmoralidad».

Reportaje crítico sobre las apariciones, en el ABC Republicano, en noviembre de 1931+ info
Reportaje crítico sobre las apariciones, en el ABC Republicano, en noviembre de 1931 - ARCHIVO ABC

«¡Madre! ¡Madre!»

A medida que la expectación crecía y que los videntes a los que apoyó prometieron la protección de la Virgen, el Gobierno republicano comenzó a inquietarse. Revistas como ‘Crónica’ incluían fotografías de la zona y hablaban de 30.000 peregrinos el 19 de julio de 1931. Un día antes, ABC informó de que llegaron hasta Ezquioga «tres mil coches». En la misma crónica, el escritor y periodista Federico Santánder contó para este diario la experiencia de su viaje hasta el lugar de las supuestas apariciones a mediados de agosto:

«La que habla con voz de éxtasis es una muchacha lugareña. Cree ver a la Virgen y se dirige a ella en su idioma natal. Estrujada por la gente, que se apiña a su alrededor, permanece indiferente a todo, como si estuviera en soledad. Y lo está. Tendidos los brazos, desencajado el rostro, con la mirada en alto, habla durante diez minutos. Pregunta a la Virgen qué desea de ella y le suplica que se haga ver. En su monólogo repite la palabra llena de amor: ‘¡Madre! ¡Madre!’. Más gritos, más sollozos: otra vidente. Esta dice dialogar con la aparición celestial. La Virgen le promete volver todas las noches hasta que vaya a Ezquioga la persona con la que obrará el mayor milagro. Abajo, cerca de la carretera, una voz infantil pide la vista para un ciego. Hablo con el niño, que describe a la Virgen con gran ingenuidad: ‘Es una señora vestida de negro, con un pechero blanco y las manos juntas’. Le preguntamos si lleva, como dicen, ángeles y corona de estrellas. ‘No sé, tiene una cara tan hermosa que no he mirado más’, contesta. Hay por todo el bosque una corriente de emoción».

En ese mismo verano, en la localidad alavesa de Espejo, un pastor de nueve años llamado José Luis Barrio contó que, mientras cuidaba a su rebaño de cabras, observó que una figura lo miraba desde lo alto. El niño describió aquella rara imagen como una virgen que le hablaba a lo lejos, lo que provocó que muchos de sus vecinos comenzaran a procesionar hasta la zona. En Torralba de Aragón (Huesca), cuatro niñas más aseguraron haber visto en una iglesia a una mujer extraña que desapareció de repente. En Mendigorría, en Navarra, los protagonistas de las visiones en el verano de 1931 fueron trece niños. Entre todas las revelaciones hubo una recogida por lo medios que resultó aterradora: «Dentro de cinco años justos se iniciaría una guerra».

La crónica de la dicusión en las Cortes republicanas, en 1931+ info
La crónica de la dicusión en las Cortes republicanas, en 1931 - ARCHIVO ABC

La inquietud del Gobierno

El Gobierno se encomendó rápidamente a la tarea de borrar aquellas apariciones del imaginario popular y comenzó a tacharlas de ridículas, de supercherías y de negocios de gente aprovechada. Sobre todo, los nacionalistas vascos y los republicanos. En esa época, el obispo de Vitoria estaba desterrado en Francia por desafecto al régimen y, cómo tal, la concentración de aquellas multitudes atormentó al presidente y sus ministros, que comenzaron a poner obstáculos y a desacreditarlas en la prensa.

El 14 de agosto de 1931, informaba ABC de la sesión de las Cortes del día anterior en estos términos: «Se pasó a tratar de las apariciones de Ezquioga. Para la suspicacia del diputado don Antonio de la Villa, las apariciones, los rosarios y las manifestaciones católicas, hasta el grito de ‘Viva Cristo-Rey’, son expresiones de una gravísima y permanente conspiración contra la República. Nadie lo tomó en cuenta. La Cámara no hubiera alterado su ecuanimidad si las irremediables protestas de los diputados católicos no hubieran encendido la réplica. Más grave derivación hubiera podido provocar el crudo debate si las pequeñeces aducidas, como el negocio de las entradas y las invocaciones de la letanía, no hubieran reducido el caso a una paginilla provinciana de revista anticlerical. ‘Ni diez minutos de atención de la Cámara merecía el asunto’», comentó Maura.

El presidente del Gobierno, sin embargo, se equivocó, porque la cuestión estuvo muchos días en boca de los diputados y fue atendida como una de las cuestiones más importantes del momento. Sobre todo, porque a las peregrinaciones se sumaron decenas de miles de devotos catalanes procedentes, principalmente, de Terrassa, donde el conflicto entre patronos y trabajadores era especialmente violento. El principal organizador de las expediciones desde aquella zona fue un comerciante de paños, Rafael García Cascón, que se había casado con una de las hijas de la principal familia textil de Cataluña, apoyado por el obispo de Barcelona. Los catalanes tenían en la localidad guipuzcoana a sus videntes predilectos, la niña de nueve años Benita Aguirre y el herrero José Garmendia. Estos fueron llevados antes el presidente de la Generalitat, bajo la advertencia de que la Virgen le había dado un importante mensaje para él. Tras recibirlos, Francesc Maciá apoyó la construcción de una capilla en Ezquioga.

Artículo de 'Blanco y Negro' sobre Ezquioga, publicado el 26 de julio de 1931+ info
Artículo de 'Blanco y Negro' sobre Ezquioga, publicado el 26 de julio de 1931 - ARCHIVO ABC

La condena de la Iglesia

Las apariciones no solo causaron revuelo entre los políticos, también entre muchos intelectuales de la época. Fue el caso de Pío Baroja, que recogió parte de la historia en su trilogía 'La selva oscura', publicada en 1932. Uno de los libros de esta se tituló, de hecho, 'Los visionarios', donde analiza los sucesos de Ezquioga, con fuentes y testigos para destacar la veracidad que las revelaciones podían tener en algunos casos. Lo mismo le ocurrió al ilustre médico Gregorio Marañón, que defendió la supuesta autenticidad de los videntes.

Finalmente, tras varios meses de peregrinaciones masivas, las visiones fueron condenadas por la Iglesia. La localidad guipuzcoana se convirtió en escenario de la tragedia personal de algunos de los videntes y de los que habían creído en ellos. Varios creyentes mantuvieron su devoción en privado, sostenida por una pequeña comunidad de estos supuestos videntes, como la mencionada Benita. Para la mayoría, todo el asunto se convirtió en un tema incómodo del que hablar y prefirieron olvidarlo.

Los casos de Lourdes y Fátima mantuvieron su fama hasta el día de hoy, mientras que la memoria selectiva terminó por eliminar a Ezkioga de la historia de la Iglesia, a pesar de su más de un millón de peregrinos. La «conspiración» no prosperó.

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