Medio millón de obreros y tres años de construcción: el colosal invento de Hitler para frenar a los Aliados

En 1938, y tras observar las bondades de la Línea Maginot, el 'Führer' ordenó levantar la Línea Sigfrido para evitar «una guerra en dos frentes»

El vergonzoso orgullo de los nazis tras inventar las cámaras de gas: «¡Nos ahorraremos baños de sangre!»

Soldados norteamericanos cruzan Línea Sigfrido ABC

La Europa de los años treinta era una heredera directa del Tratado de Versalles. La puñalada moral que supuso para Alemania la pérdida de una franja de su territorio en favor de Francia, así como la evidente derrota en la Gran Guerra, convirtieron a ... las dos potencias en enemigas de hecho y de derecho. Y los galos movieron ficha en primer lugar con la construcción de la Línea Maginot, un entramado defensivo de 400 kilómetros en su frontera este. Tras su inauguración, los germanos respondieron en 1936 con el diseño de su propio complejo para cubrir el frente occidental en caso de guerra. Hitler, ya Canciller, exigió que fuese «inexpugnable».

Así fue alumbrado el proyecto de la Muralla del Oeste; más de 630 kilómetros de defensas entre Cléveris y Weil am Rhein que contarían con 18.000 búnkers y otros tantas ametralladoras y cañones. La gran diferencia de la también llamada Línea Sigfrido con su hermana gala era su profundidad de 5 kilómetros; una característica que evitaba los ataques relámpago y permitía resistir al enemigo de una forma mucho más elástica. ABC publicó por entonces varias instantáneas de las torres antiaéreas y «el cinturón de hierro y cemento ideados contra los ataques de los tanques y los carros de asalto, al que los técnicos alemanes han concedido gran importancia».

ABC se refería también a los 'dientes de dragón'. Ideados hace siglos para detener a la caballería, consisten en pequeñas estructuras macizas de cemento con forma piramidal que, colocadas a cientos en el camino, impiden el avance de los carros de combate. Eran duros ya que, al final del conflicto, un tanque 'Sherman' necesitaba unos cincuenta disparos para acabar con uno de ellos.

Así definió ABC a finales de noviembre de 1939 las defensas de la Línea Sigfrido en una serie de artículos dedicados a la ofensiva Alemana sobre Polonia y a una posible contraofensiva francesa: «Se sabe que las defensas de Sigfrido están construidas según un dispositivo de profundidad y que están formadas por pequeños blocaos de hormigón muy numerosos». El diario especificaba que aquel entramado no se parecía en nada a su vecina, la Maginot. La clave eran las casamatas: mucho más pequeñas y numerosas que en la zona gala. «En cada una de estas posiciones se guarecen unos diez hombres. En ellas hay igualmente posiciones de artillería y baterías que disparan desde el interior de la línea», desvelaba el diario.

Construir el coloso

Construir este bastión no fue sencillo. El plazo para terminar la muralla en su totalidad era de doce años, aunque se esperaba inaugurar los tramos clave en mucho menos tiempo. En principio, el Tercer Reich cedió el proyecto a empresas locales. Sin embargo, terminó por ser asignado al Director de la Oficina de Carreteras –'Generalinspekteur fuer das deutsche Strassenwesen'–, el doctor Fritz Todt. Este revolucionario ingeniero puso al servicio de la Muralla Occidental a la organización que llevaba su nombre. «La OT –Organización Todt–, constituida por empresas gubernamentales, compañías privadas y el Servicio de Trabajo alemán. Este último era una organización auxiliar militar en la que todos los jóvenes debían prestar seis meses de servicio obligatorio», afirma Martin Kitchen en 'Speer, el arquitecto de Hitler'.

Las cifran son estremecedoras: más de 500.000 hombres trabajaron en la construcción de la Línea Sigfrido y un tercio de toda la producción anual de cemento de Alemania se destinó al proyecto. Casi nada. Desde que se removieran las primeras piedras en 1937, hasta su finalización tres años después, Hitler la definió una y otra vez como una barrera que los enemigos del Reich no podrían doblegar. Y, como no podía ser de otra manera, el ministro Joseph Goebbels puso la propaganda a su servicio. El ejemplo es que, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, en 1939, se emitió un documental en el que se reiteraba que Alemania era inexpugnable desde el oeste.

Aunque la doctrina germana giraba entorno a las ofensivas y a la guerra de movimientos, algunos oficiales como el general Walther von Brauchitsch defendieron su construcción e insistieron en su utilidad: «La construcción del Muro Oeste, la fortificación más fuerte del mundo, nos permitió destruir el ejército polaco en el menor tiempo posible al no deber dividir la masa de nuestras fuerzas en varios frentes, como fue el caso en 1914. Ahora que no tenemos enemigos en la retaguardia, podemos esperar con calma el desarrollo futuro de los acontecimientos sin encontrarnos con el peligro de una guerra en dos frentes». No le faltaba razón.

Es imposible negar la majestuosidad inicial de la Línea Sigfrido, aunque la mayoría de los historiadores coinciden en que Hitler engrandeció su poder para alienar a los Aliados en los Pactos de Múnich. Por si fuera poco, el paso de los años la condenó al desastre. En sus ensayos sobre el tema, el doctor en Historia Roger A. Beaumont confirma que las defensas se abandonaron a su suerte a partir de 1940. En 1944 poco quedaba de aquella gloriosa línea. «Las casamatas no se habían modificado para albergar los grandes cañones antitanques que se habían empezado a usar a medida que la guerra progresaba. Muchos refugios los usaban familias desplazadas por el bombardeo o servían de almacenes», desvela el experto.

Para colmo, una buena parte de las alambradas y las minas se habían desmontado y enviado a otros frentes. El que más fagotizó estos y otros tantos materiales fue el Muro Atlántico, levantado para intentar detener el desembarco de los Aliados en el norte de Francia a través del Canal de la Mancha. Y, por si no fuese ya poco problema, el Tercer Reich envió a las unidades más fogueadas de la Línea Sigffrido a enclaves más delicados y las sustituyó por tropas de reemplazo. A saber: ancianos o combatientes con problemas físicos. A pesar de ello, se convirtió en una verdadera pesadilla para los enemigos del Reich en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios