El vergonzoso orgullo de los nazis tras inventar las cámaras de gas: «¡Nos ahorraremos baños de sangre!»
El camino hacia la Solución Final arrancó con unos extraños camiones de la muerte y terminó con unas pruebas en el Bloque 11 de Auschwitz
La pareja de nonagenarios que se reencontró 72 años después de sobrevivir a Auschwitz

La Solución Final, triste eufemismo para referirse a la aniquilación sistemática de presos judíos, planteó un problema para los nazis. Tras arrancar en febrero de 1942 su maquinaria de muerte, el alto mando abrió un debate para discernir la forma más adecuada de acabar con ... ellos de forma masiva. Personajes como Rudolf Höss, el comandante del campo de concentración de Auschwitz, mantenía que esa práctica era muy dañina para la moral de sus hombres. Y no le faltaba razón, ya que en otros centros como Sachsenhausen se había demostrado que el asesinato de reos terminaba por afectar a nivel psicológico a los militares.
La primera solución que trataron de llevar a cabo los nazis fue acabar con los prisioneros mediante monóxido de carbono. La misma sustancia que ya se usaba para asesinar a los disminuidos mentales y físicos del 'Programa de eutanasia para adultos'. En principio la idea fue usar este gas en duchas, pero poco después se percataron de que, si lograban inventar un sistema que permitiera los asesinatos cerca de los hornos crematorios construidos en algunos de los campos de concentración, todo sería mucho más sencillo. Así nacieron los camiones de la muerte. Unos vehículos a los que los presos subían y que, mediante un conducto, transmitían esta letal sustancia del motor a la parte trasera.
Raros camiones
«Los camiones móviles de gas se habían creado originalmente durante la búsqueda de vías más efectivas para erradicar a los judíos de la Unión Soviética. Sin embargo, antes de desplegar estos vehículos en el Este ocupado, en el otoño de 1941, el Instituto Técnico Criminal los había probado dentro de Alemania», afirma Nikolaus Wachsmann en 'KL. Historia de los campos de concentración nazis'. Las primeras pruebas realizadas con estos vehículos se llevaron a cabo en Sachsenhausen, donde se ordenó a los reos subir a ellos ya desnudos. «A continuación, el camión arrancaba y, cuando se detenía frente al crematorio de Sachsenhausen, todos los prisioneros del interior habían muerto y sus cuerpos estaban teñidos de rosa por el efecto de los gases», completa el experto.
Al final, los médicos de las SS decidieron apostar por el ácido prúsico o Zyklon-B. Un gas ideado para limpiar de insectos grandes edificios o fábricas que se caracterizaba por oler a almendras amargas y a mazapán y que, según explicó en el juicio contra un exguardia de las SS el médico forense Sven Anders, de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf, era más ligero que el aire: «Penetraba por inhalación en los pulmones y bloqueaba la respiración celular». Ya respirado, atacaba al corazón y al cerebro. «Los síntomas comenzaban con una sensación de escozor en el pecho similar a la que puede causar el dolor espasmódico y al que se produce en los ataques de epilepsia. La muerte por paro cardíaco se producía en cuestión de segundos. Era uno de los venenos de acción más rápida» añadió el doctor.
La sustancia, siempre según Anders, provocaba un «dolor extremo, convulsiones violentas y un ataque cardíaco en cuestión de segundos». Eso, en el mejor de los casos, pues una inhalación menor podía hacer que el fallecimiento durase una media hora. «Una intoxicación inferior conducía a un bloqueo de la sangre en los pulmones y provocaba dificultades para respirar. Comúnmente se habla de agua en los pulmones, la respiración sería entonces más profunda y más fuerte, porque el cuerpo ansía después el oxígeno. Sería una agonía», añadió el experto.
Su uso era mucho más sencillo que el del monóxido de carbono ya que, como señala Wachsmann en su obra, los soldados solo tenían que arrojar las bolas de cristal en las que venía prensado en una habitación sellada. Nada que ver con los engorrosos camiones de monóxido de carbono por los que tanto se abogaba en Sachsenhausen. Tras conocer las crueles bondades del Zyklon-B, las autoridades de Auschwitz decidieron llevar a cabo una prueba de campo para comprobar su efectividad en plena Segunda Guerra Mundial .
Pruebas finales
Esta se sucedió en agosto de 1941, cuando los soldados de las SS ejecutaron a un pequeño grupo de prisioneros soviéticos. «La acción estuvo supervisada por el jefe de campo, Karl Fritzsch, un agente veterano de la SS que más tarde se las daba ante sus colegas de ser el inventor de las cámaras de gas de Auschwitz», añade el experto. El ejercicio se perpetró en el bloque 11 del campo. Aquel en el que se impartían castigos brutales a los prisioneros. Después de esta primer test, Höss dispuso hacer una nueva prueba mucho más grande. En este caso, seleccionó a un grupo de 600 rusos que habían llegado a Auschwitz, en palabras de Wachsmann, «probablemente el 5 de septiembre» procedentes del campo de prisioneros de Neuhammer, en la Baja Silesia.
«Cientos de reclusos bajaron de los vagones. Eran presos de guerra soviéticos identificados por la Gestapo como 'comisarios'», desvela el experto. Todos ellos fueron conducidos durante la noche hasta el bloque 11, donde se toparon con decenas de desafortunados más. Cuando bajaron las escaleras a la fuerza, los soviéticos vieron a otros 250 que yacían en el suelo, inválidos de la enfermería que habían sido elegidos para morir con ellos.
La matanza fue rápida. A la velocidad del rayo, los soldados alemanes tapiaron la puerta y las ventanas y, a continuación, arrojaron cristales de Zyklon-B en el interior del barracón. Cuando abrieron de nuevo este infierno, el paisaje era dantesco. Así lo explicó el reo Adam Zacharski, testigo de los hechos: «La escena era realmente espeluznante, porque se podía ver que aquellas personas se habían arañado y mordido entre ellos en un ataque de locura antes de morir; muchos tenían los uniformes desgarrados... Aunque ya me había acostumbrado a ver algunas escenas macabras en el campo, a la vista de todos aquellos hombres asesinados me mareé y me puse a vomitar sin control».
Esta desconocida prueba fue admitida durante los Juicios de Núremberg por Höss. Aunque su testimonio es peligroso, pues el oficial deseaba cargar las culpas sobre Karl Fritzsch:
«En el otoño de 1941, de conformidad con una directiva secreta especial, políticos rusos, comisarios y funcionarios políticos especiales fueron trasladados por la Gestapo desde los campos de prisioneros de guerra, hasta los campos de concentración más próximos para su liquidación. Durante una rueda de inspección, mi segundo, el capitán de las SS Fritzsch, por iniciativa propia, utilizó gas para destruir a estos prisioneros de guerra rusos. Él amontonó a los rusos en celdas individuales en el sótano y, utilizando máscaras de gas, tiró Zyklon-B en las celdas, lo que les provocó la muerte inmediata».
De esta guisa se puso la primera piedra del Holocausto. Un pilar elaborado a base de sangre y gas. «Los nazis buscaban formas de exterminio más eficientes. En septiembre de 1941, en el campo de Auschwitz se realizaron experimentos con Zyklon-B (usado previamente para la fumigación) en los que se gaseó a unos 600 prisioneros de guerra soviéticos y a 250 enfermos. Sus gránulos se convertían en un gas mortal al entrar en contacto con el aire. Se demostró que era el método de gaseo más rápido y se seleccionó como medio para realizar masacres en Auschwitz», explica la versión digital del 'U.S. Holocaust Memorial Museum'.
Höss, por su parte, afirmó estar orgulloso del suceso en sus memorias: «Aquello me dejaba más tranquilo porque todos nos podíamos ahorrar los baños de sangre».
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