Marginación, olvido y secuelas físicas: así ha sido la vida de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki
El periodista Agustín Rivera, ex corresponsal en Japón, recoge en el libro 'Hiroshima: testimonio de los últimos supervivientes' (Kailas, 2023) las historias que vinieron tras la explosión
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Iniciar sesiónHarry S. Truman, trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos, justificó la bomba atómica sobre Nagasaki en que sirvió para «acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes». Robert Oppenheimer, creador de esta tecnología mortífera, ... se puso hasta poético: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos». Palabras grandilocuentes, en prosa o en verso, que apenas describen la tragedia humana que vino de las nubes y, menos aún, lo que se quedó tras la explosión, la luz cegadora y el calor asesino.
Agustín Rivera, corresponsal durante un año en Japón con 'El Mundo' y enviado especial a Hiroshima y Nagasaki, ha intentado en su obra 'Hiroshima: testimonio de los últimos supervivientes' (Kailas, 2023) poner las palabras al horror silencioso que vino después de que 'Little Boy' y 'Fat Man' sembraran la semilla de la muerte en la tierra. «Lo que más me llamó la atención hablando con ellos es que se le quedaron fotografías, instantes en la memoria. Por ejemplo, la gente recuerda la luz del estallido como algo precioso, una luz verdaderamente hermosa en un día absolutamente radiante, con muchísimo calor», afirma el periodista para ABC.
El lanzamiento en agosto de 1945 de dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, matando a cerca de 300.000 personas a corto y largo plazo, fue para los estadounidense no solo un atajo para concluir la guerra en el Pacífico, sino un experimento en vivo para ver el efecto de estas armas. Por eso mismo eligieron dos ciudades vírgenes de ataques previos para estudiar el potencial atómico. «En nuestra memoria colectiva, sobre todo eurocéntrica, ha quedado solo la visión del hongo atómico, la ciudad destruida, pero no la de los cuerpos ni las secuelas físicas y psicológicas. Ni siquiera los americanos conocían las posibles consecuencias», recuerda Rivera, que en la actualidad trabaja en 'El Confidencial'.
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Para el pueblo japonés la verdadera tragedia empezó tras levantar las ruinas. El libro habla de eso, de la pérdida, el trauma, el olvido, el estigma... La historia de unas personas corrientes que fueron atravesadas de manera sucesiva por un estruendo, una lluvia negra y una cicatriz social. La mayoría ocultó su pasado para encontrar trabajo sin cargar encima con la tragedia, mientras que otros prefirieron emigrar a la otra punta del país. «Sigue siendo un estigma porque en muchas empresas no los quisieron emplear y nadie quería casarse con ellos. Por eso hasta una edad ya madura no se decidieron a hablar, a transmitir todo lo que les pasó ese día», apunta este español perdido por Japón.
De enemigos a amigos íntimos
En esta obra a medio camino entre la historia, la política y la crónica viajera este periodista de la vieja escuela mira a los ojos de los hibakusha para preguntarles cosas tan sencillas como qué sintieron ese día, qué vieron, qué olieron las víctimas incómodas de un país que quiso olvidar rápidamente y centrarse en una posguerra igual de cruda y donde el antiguo verdugo, Estados Unidos, se convirtió de golpe en su máximo benefactor. «No creo que haya habido otras dos naciones en la historia que de una manera tan clara pasaran de ser enemigas a casi inmediatamente clarísimamente aliadas. Eso también hay que darle un valor, porque Estados Unidos reconoció su error apoyando económicamente y moralmente a Japón. Los japoneses sienten agradecimiento porque les ayudaron con la reconstrucción hasta elevarse ellos en una gran potencia económica», asegura el periodista malagueño.
En los años ochenta, el país asiático estuvo a punto de sobrepasar a Estados Unidos como primera potencia económica mundial. No en vano, el precio de este salto fue su americanización extrema: hoy, hay más McDonalds per cápita en Tokio que en Nueva York. Un viaje de enemigo irreconciliable a socio del alma que algunos justifican en que el país sigue ocupado militarmente o que, en opinión de Rivera, se desconoce la dualidad de la que es capaz el japonés: «Igual que un japonés puede tener varias religiones al mismo tiempo, ellos pueden ser tradicionales y americanos. Tienen un sentido muy utilitario de la vida. Por eso pudieron pasar página».
No tuvieron ni ganas ni tiempo para enredarse en una guerra de culpas. El Emperador Hirohito fue exculpado porque, según se quiso creer, era un mero títere de los militares nacionalistas y jamás entonó el mea culpa, mientras las nuevas autoridades prefirieron mirar al tendido. Hubo que esperar hasta el año 1995 para que el alcalde de Hiroshima pidiera por primera vez de manera formal perdón por los actos de su país en la Segunda Guerra Mundial, pero ni entonces ni hoy EE.UU. ha pronunciado disculpas por sus bombardeos. «No ha pedido todavía un perdón directo, claro, diáfano, sin matices. Y eso que tuvo una oportunidad de oro el presidente Obama cuando estuvo en Hiroshima y se reunió con un superviviente», destaca el antiguo corresponsal.
«EE.UU. no ha pedido todavía un perdón directo, claro, diáfano, sin matices»
Y no es que los supervivientes, que van desapareciendo bajo el peso de la edad y las secuelas, necesiten esas seis letras juntas. Su discurso habla de paz y olvido, pero no de rencor. «Tienen claro que no vale la pena la venganza. Saben que Japón fue quien inició la guerra del Pacífico y sienten un poco de vergüenza ante las atrocidades imperial. Lo que sí hay es reproches porque el gobierno japonés los ha ninguneado y solo tienen derecho a dos chequeos al año si son víctimas de primera generación», afirma el malagueño.
Una ciudad alegre
Rivera pisó por primera vez Japón precisamente en agosto de 1995 siguiendo el consejo improvisado en un baño del teatro Alameda de Málaga del mítico reportero Manu Leguineche. No solo tuvo que realizar un salto de 10.000 kilómetros para ello, sino uno más grande en lo cultural y lo humano. Lo difícil a la hora de acceder a la historia de los hibakushas, que con los años se han hecho más proclives a hablar, es la propia mentalidad ambigua de los japoneses, una característica que impregna hasta el idioma. «Esas ambigüedades forman parte del relato. Muchas veces es muy complicado saber exactamente qué quieren decir», explica. La labor del periodista español ha sido ir más allá de los discursos automatizados de algunos, de la coraza de formalidades que trae de serie todo japonés y de su tendencia a encerrarse. Ir a la historia humana.
Lejos de la imagen de ciudad calcinada o abandonada a causa del desastre (hubo planes para cambiar su ubicación huyendo de la radiación), la Hiroshima de la que habla Rivera en su libro es una «ciudad alegre, activista, cosmopolita, en donde la juventud se palpa. Si tú dices Hiroshima la gente no piensa en una ciudad de un millón de habitantes que tiene amplias avenidas y donde se disfruta de karaoke. Es una ciudad realmente bella. Tanto ella como Nagasaki han sabido sobreponerse».
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A pesar del título, 'Hiroshima: testimonio de los últimos supervivientes' es también un alegato a favor de Nagasaki, que se llevó la peor parte en cuanto a muertos y que por ser la segunda víctima siempre ha estado a la sombra de la primera. «Hay que sacar a Nagasaki del olvido. Ellos tienen muy claro que hay que mirar hacia adelante. Hay que olvidar el rencor pero sin olvidar lo que pasó», concluye.
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