Habla una experta: ¿por qué apoyaron los ciudadanos alemanes la barbarie nazi?
ADELANTO EDITORIAL
ABC publica en exclusiva un fragmento del nuevo ensayo de Julia Boyd: 'Un pueblo en el Tercer Reich', editado por 'Ático de los libros'
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JULIA BOYD
ESTADOS UNIDOS
En la tarde del 5 de marzo de 1933, los habitantes del pueblo bávaro de Oberstdorf se dirigieron a la plaza del mercado, ansiosos por escuchar lo que el alcalde tenía que decir sobre las elecciones federales celebradas ese mismo día. Junto a ... los habitantes de esta bonita localidad, con sus casas de madera y sus tabernas, había un gran número de visitantes del norte de Alemania, llegados para practicar deportes de invierno. Los picos nevados de los alrededores, recortados contra un brillante cielo estrellado, aportaban una grandiosidad natural a la escena. Entre la multitud se palpaba una sensación expectante, mientras todos, abrigados contra el frío aire nocturno, esperaban el desarrollo de los acontecimientos.
Sin duda, muchos de los presentes charlaban con sus amigos sobre el extraordinario espectáculo que habían presenciado la noche anterior, cuando, como preludio a las elecciones, se encendieron numerosas hogueras en las montañas. La más espectacular de todas fue la enorme esvástica formada por bengalas parpadeantes, que se divisó en lo alto del pico Himmelschrofen. No habían pasado ni cinco semanas desde el 30 de enero, cuando Adolf Hitler juró su cargo como nuevo canciller de Alemania, pero todo el mundo tenía claro —incluso en este apartado pueblo alpino— que el panorama político ya había cambiado radicalmente. Lo que los habitantes de Oberstdorf no podían saber aquella tarde era que acababan de votar en las últimas elecciones multipartidistas que se celebrarían en el país hasta 1946.
Poco después de las ocho, el débil retumbar de los tambores aumentó de intensidad cuando una unidad de tropas paramilitares entró en el mercado portando antorchas y gritando consignas del partido. Hacía tiempo que los aldeanos se habían acostumbrado a la presencia de estos ruidosos camisas pardas en sus calles, aunque no necesariamente la aprobaran. Sin embargo, aunque la parafernalia del 'Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei' ('Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán', NSDAP o Partido Nazi) no era del gusto de todos, el mensaje y el estilo de liderazgo de Hitler habían captado la imaginación de suficientes electores, incluidos los esquiadores visitantes, como para que el 5 de marzo Oberstdorf votara más a los nazis que a cualquier otro partido.
La plaza del mercado, donde se habían reunido todos, se encontraba en el centro de este pueblo devotamente católico. Dominada por la iglesia de San Juan Bautista, cuya aguja se divisaba desde varios kilómetros a la redonda, era también el lugar donde los habitantes de Oberstdorf acudían a recordar a sus caídos en los monumentos conmemorativos de la guerra franco-prusiana (1870-1871) y de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), este último ubicado en una pequeña capilla junto a la iglesia. En el centro de la plaza había dos mástiles: uno con la bandera blanquinegra del antiguo Imperio alemán y el otro con una esvástica. La multitud enmudeció cuando una salva de artillería marcó el inicio oficial de la concentración. Entonces, un 'forastero', prácticamente recién llegado a Oberstdorf, subió al estrado, para sorpresa de los habitantes del pueblo, quienes esperaban que hablara su alcalde. Para los que aún no lo sabían, pronto se hizo evidente que este hombre era el nuevo líder nacionalsocialista del pueblo. Su discurso fue breve, pero sus maneras autoritarias no dejaron lugar a dudas de que pretendía hacerse con el control de mucho más que el Partido Nazi local.
Más tarde, cuando la multitud se dispersó y volvieron al calor y la seguridad de sus hogares, incluso los aldeanos que habían votado a Hitler debieron de preguntarse qué les deparaba exactamente el futuro.
De lo particular a lo general
La consolidación del poder de Hitler tras las elecciones del 5 de marzo tendría consecuencias que cambiarían el mundo para siempre. La muerte y la destrucción, la miseria, el tormento y el horror que padecieron tantos millones de personas durante los doce años del Tercer Reich fueron de tal magnitud que resulta imposible asimilar por completo el alcance del sufrimiento mundial. El libro que he escrito cuenta esa historia desde la perspectiva de un pueblo del sur de Alemania.
Oberstdorf se encuentra en Suabia (parte de Baviera), en una región denominada Algovia, reconocida desde hace tiempo por la belleza de sus montañas y la dureza de sus gentes. Su posición geográfica lo define de manera única como el pueblo más meridional de Alemania. Una vez allí, el viajero ha llegado literalmente al final de la carretera, pues hacia el sur solo hay senderos a través de las montañas. Por ello, a diferencia de sus vecinos alpinos como Bad Tölz, Garmisch-Partenkirchen o Bad Reichenhall, Oberstdorf nunca disfrutó de las ventajas de encontrarse en una ruta comercial; no poseía, como Berchtesgaden, extensas minas de sal, ni desarrolló ninguna artesanía o industria especializada, como hizo el famoso pueblo de Mittenwald, dedicado a la fabricación de violines. Antes de la llegada del turismo a finales del siglo XIX, sobrevivía principalmente de la agricultura de subsistencia, la producción de queso y pequeños yacimientos de mineral de hierro.
El pueblo siempre se ha preocupado sobremanera por su historia y, por ello, posee un archivo muy bien conservado. Contiene una gran cantidad de detalles sobre casi todos los aspectos de la vida del pueblo durante el régimen nazi, datos que en el anhelo de la posguerra por olvidar todo lo relacionado con el Tercer Reich podrían haberse 'perdido' o abandonado fácilmente. Otras fuentes importantes son los periódicos locales, memorias inéditas y entrevistas concedidas por los propios aldeanos. Esta obra también se ha enriquecido con diarios y cartas de colecciones privadas y documentos conservados en diversos archivos nacionales, estatales y eclesiásticos. Gracias a todas estas fuentes, se ha podido crear un retrato extraordinariamente íntimo de Oberstdorf durante el trascendental período comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial en 1918 y la concesión de plenos derechos de soberanía a la República Federal de Alemania en 1955.
Por supuesto, la situación de Oberstdorf durante el Tercer Reich no es representativa de toda Alemania: la respuesta de cada ciudad o pueblo fue única. No obstante, al seguir de cerca a estas personas mientras se enfrentaban a los retos cotidianos de la vida bajo el nazismo, podemos hacernos una idea fundada de cómo los alemanes de a pie apoyaron, se adaptaron y sobrevivieron a un régimen que, después de prometerles tanto, al final solo les proporcionó angustia y devastación.
Nos encontraremos con silvicultores, sacerdotes, granjeros y monjas; posaderos, funcionarios nazis, veteranos y miembros del partido; concejales de pueblo, montañeros, socialistas, esclavos, colegiales, judíos, empresarios, turistas y aristócratas. También conoceremos a un niño ciego condenado a morir en una cámara de gas porque llevaba «una vida indigna de ser vivida». Y, por supuesto, no faltarán los soldados, muchos de ellos deseosos de luchar por una dictadura que les había lavado el cerebro para que nunca la cuestionasen, mientras que otros se opusieron a la guerra desde el principio. Toda la vida está aquí condensada: la brutalidad y el amor; el valor y la debilidad; la acción, la apatía y la pena; la esperanza, el dolor, la alegría y la desesperación; en otras palabras, los matices de gris que componen la vida real tal y como la conocemos, y no una historia de trazo gordo con buenos y malos. A medida que vayamos conociendo mejor a los aldeanos, no nos sorprenderá saber que su respuesta a estos acontecimientos cataclísmicos estuvo impulsada tanto por preocupaciones prácticas cotidianas, el instinto de salvaguardar a sus familias y sus lealtades y enemistades personales, como por las grandes cuestiones políticas y sociales de la época. La historia de Oberstdorf también pone de manifiesto que las estadísticas, por abrumadoras que sean, no pueden atenuar el impacto de todas y cada una de las tragedias individuales.
Camino al nazismo
El relato de este pueblo comienza al final de la Primera Guerra Mundial, cuando los alemanes intentaban recuperarse de una derrota tan traumática como para hacer tambalear los cimientos mismos de su mundo. A pesar de la miseria provocada por el Tratado de Versalles y la locura de la hiperinflación, Oberstdorf se había transformado a finales de los años veinte en un floreciente destino vacacional. Pero incluso con la constante afluencia de gentes del norte que traían consigo nuevas ideas y una visión del mundo distinta, las raíces rurales y los valores tradicionales del pueblo seguían siendo el núcleo de su identidad.
Centrado en la recuperación económica, Oberstdorf ignoró al principio el ruido generado por Hitler y su nuevo partido en Múnich, a ciento sesenta kilómetros de distancia. Cuando en 1927 un cartero intentó establecer una rama del NSDAP en la comunidad firmemente católica del pueblo, aquello fue, como se quejó más tarde a Joseph Goebbels, una lucha cuesta arriba. Pero, en sintonía con muchos de sus compatriotas, los habitantes del pueblo estaban exasperados con el caos político de la República de Weimar y anhelaban un gobierno fuerte. En 1930, quedó claro que habían cambiado de opinión sobre el nacionalsocialismo cuando en las elecciones federales de septiembre muchos de ellos votaron a Hitler por encima de cualquier otro candidato.
Un pueblo en el Tercer Reich
- EDITORIAL Ático de los Libros
Sin embargo, cuando la realidad del régimen nazi golpeó el pueblo dos años y medio después, el impacto fue tremendo. El nacionalsocialismo, descubrieron todos, no era solo un sistema de gobierno, sino que pretendía controlar todos los aspectos de sus vidas y remodelar sus tradiciones centenarias a imagen y semejanza de los nazis. Así, aunque los aldeanos se mantuvieron firmes en su lealtad a Hitler, no recibieron de buen grado a su primer alcalde nazi, quien los despojó sin piedad de toda autonomía sobre sus propios asuntos.
Incluso aquellos que apoyaban de forma activa el nacionalsocialismo se vieron obligados a asumir ciertos ajustes indeseados. Al mismo tiempo, se hizo terriblemente evidente que cualquiera que se saliera de la línea o criticara al régimen se arriesgaba a una «custodia protectora» en el recién creado campo de prisioneros políticos de Dachau. A medida que pasaban los meses, algunos aldeanos encontraban cada vez más inquietantes los métodos nazis, pero otros, desestimando los ru- mores más desagradables como propaganda extranjera, siguieron fieles al régimen en las duras y en las maduras.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la ansiedad inicial de los aldeanos se desvaneció en gran medida, pues los éxitos militares germanos parecían apuntalar la promesa de Hitler de una victoria rápida y total. Pero sus ánimos se desplomaron en los meses siguientes a la invasión de la Unión Soviética, cuando, aparte de los deprimentes reveses en el campo de batalla, también vivían con el temor diario de recibir una carta informándoles de que un ser querido había muerto o resultado herido, o estaba desaparecido. Gracias a los diarios inéditos de un teniente y un sargento que sirvieron junto a los soldados de Oberstdorf en el 99.º Regimiento de la 1.a División de Montaña, podemos seguir a los jóvenes mientras luchaban en Polonia, Francia, la Unión Soviética y los Balcanes hasta los desesperados meses finales de retirada y derrota.
Durante la ausencia de sus hombres en el frente, Oberstdorf, a pesar de su remota situación geográfica, no estuvo en absoluto aislado de la guerra. Los aldeanos no solo recibían noticias de primera mano sobre las condiciones en los distintos frentes de batalla —y las atrocidades que allí se cometían— gracias a los soldados que volvían a casa de permiso, sino que, además, en las cercanías se encontraban los subcampos de Dachau y los campos de trabajo para extranjeros. Estos proporcionaron gran parte de la mano de obra para las diversas fábricas de BMW y Messerschmitt que surgieron en el pueblo y sus alrededores en las últimas fases de la guerra. Un campo de entrenamiento de las Waffen-SS operaba a diez kilómetros al sur del pueblo, mientras que un bastión nazi, visitado regularmente por figuras de la talla de Heinrich Himmler, se encontraba a solo quince kilómetros al norte. Además, los evacuados de las ciudades bombardeadas y, más tarde, los refugiados que huían de los rusos, duplicaron con creces la población de la localidad antes de la guerra.
Caso espectacular
Numerosos aspectos de la historia de Oberstdorf durante el Tercer Reich lo convierten en un caso fascinante, pero hay uno que destaca especialmente. Tras la destitución del primer alcalde nazi, su sucesor resultó ser tanto un nazi comprometido como un ser humano decente, una afirmación que a muchos les podría parecer contradictoria. Sin embargo, las pruebas son claras: este alcalde —conocido por sus enérgicos discursos pronazis— no solo trataba a la gente con respeto y consideración, sino que también protegió a varios judíos que vivían en el pueblo y apoyó a otros habitantes que se encontraban en el lado equivocado del sistema legal nazi.
Estamos tan acostumbrados a pensar en el Tercer Reich en términos de blanco y negro, que la idea de que un nazi de alto rango se comporte con honor es difícil de aceptar. Pero el 'buen' alcalde nazi de Oberstdorf no fue la única anomalía del pueblo. La lista de miembros del NSDAP que se conserva incluye los nombres de hombres conocidos por su oposición o indiferencia hacia el régimen, pero que en último término se afiliaron al partido por diversas razones, en especial la necesidad de proteger sus empleos y familias, pero también, a veces, simplemente para hacer sus vidas un poco más fáciles. Este hecho no quiere decir que en el pueblo faltaran nazis entregados a la causa, muchos de los cuales se mantuvieron leales a Hitler hasta el final. Pero un sistema que obligaba a todo el mundo a conformarse o arriesgarse a ser encarcelado, torturado o asesinado dificulta la tarea de evaluar con precisión por qué tantos alemanes —incluidos los de Oberstdorf— parecen haber sido cómplices de los crímenes del Reich contra la humanidad.
Cuando todo terminó en mayo de 1945, los aldeanos aprendieron a convivir con las fuerzas de ocupación, se levantaron y empezaron de nuevo. Para muchos de ellos, la cuestión de afrontar la culpa y la responsabilidad de la nación por las atrocidades nazis quedó en suspenso mientras se dedicaban a reconstruir sus vidas.
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Al poner a un pueblo bajo el microscopio, este libro pretende, hasta cierto punto, ayudarnos a comprender por qué los alemanes respondieron a Hitler de la manera en que lo hicieron, cómo evolucionaron sus actitudes hacia el régimen y, cuando toda esperanza de un Estado revigorizado y poderoso bajo el dominio nazi se había desmoronado y su país yacía en ruinas, cómo se abrieron camino hacia un nuevo comienzo. Si bien la historia de Oberstdorf tiene mucho que contarnos, también deja numerosas preguntas sin respuesta, preguntas que formarán parte para siem- pre del legado del Tercer Reich.
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