Guerra de convoyes: las dos gestas del Imperio español que hicieron bramar de odio a los británicos
El catedrático Rafael Torres sostiene que los pertrechos enviados desde la península a través de grandes flotas fueron claves para la independencia de los Estados Unidos
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Iniciar sesiónDe tamaño calibre fue la gesta, que se publicitó a todo timbal en la 'Gazeta de Madrid', el BOE de la época: «El capitán atribuye enteramente a la alta mano del Todopoderoso la caída de estas riquezas de los enemigos en nuestro poder, completándose su ... satisfacción con la entera ruina de una expedición de tanta entidad». Ni una pizca exageraba el redactor. El 9 de agosto de 1780, en apenas una mañana, la Real Armada española había asestado un golpe mortal a Gran Bretaña con la captura de un doble convoy de 55 navíos con destino a Norteamérica y la India cargado hasta la toldilla de riquezas: 80.000 mosquetes, 3.000 barriles de pólvora, un millón de libras en oro, 3.000 prisioneros y pertrechos para una docena de regimientos.
La operación, a cargo del bregado Luis de Córdova, marcó el auge de lo que el catedrático Rafael Torres Sánchez califica como una suerte de guerra de convoyes entre las dos armadas más poderosas del orbe. Una contienda cuyo objetivo era conseguir transportar hombres y pertrechos hasta el otro lado del Atlántico para influir en el devenir de las Américas; y una en la que la Corona volcó todos sus esfuerzos. «Hasta ahora, la guerra de la Independencia de los EE.UU. se había explicado a partir de las batallas en tierra, sin preguntarnos de dónde procedían los recursos materiales y humanos que las hicieron posibles. Sería como intentar comprender la Segunda Guerra Mundial sin la llegada de los convoyes desde el otro lado del Atlántico», explica el experto a ABC.
Torres defiende esta tesis en 'Caza al convoy. El triunfo de la Armada española en la independencia de los Estados Unidos' (Desperta Ferro) y la presentará este jueves 20 de noviembre a las 18:30 en el Salón de Actos del Cuartel General de la Armada, previa inscripción. El evento contará con la participación de Jesús García Calero, director de ABC Cultural y jefe del área de Cultura del mismo diario, y Santiago José Acosta, coronel CINA del Instituto de Historia y Cultura Naval.
Acosta confirma las palabras de Torres: «Hasta hace poco, los convoyes se han considerado elementos secundarios dentro de una historia naval que se fijaba en las batallas. Sin embargo, en los últimos años se ha comenzado a reconocer su verdadero impacto en la estrategia y el desenlace de las guerras». En sus palabras, la guerra de la Independencia de los EE.UU. marcó «un punto culminante durante la Edad Moderna, pues fue en este conflicto cuando su llegada o no resultó más decisiva para el resultado final de la contienda»
Espionaje engrasado
Pero el autor no limita sus investigaciones a los mares. En una era convulsa en la que unos y otros enviaban pertrechos desde Europa a América, y los otros y los unos suspiraban por interceptar a los mercantes enemigos, Torres dedica una buena parte de su ensayo a zambullirse en las redes de espionaje españolas encargadas de obtener y suministrar datos sobre los convoyes enemigos a golpe de soplos. «Si la guerra en Norteamérica dependía de que los convoyes llegasen desde Europa, contar con información sobre su envío, composición y ruta era esencial. Igual que en la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos se enfrentaban a la necesidad urgente de disponer de datos precisos sobre ellos», explica el catedrático a este diario.
Diez años para construir una réplica del mejor barco de la Monarquía
Manuel P. VillatoroEl astillero Albaola ultima los detalles para botar, el próximo 7 de noviembre, el casco de lo que promete ser una réplica exacta de la nao San Juan, un buque que se fue a pique en 1565 en las lejanas costas de Canadá
Aquellas telas de araña, señala, estaban tejidas por un tipo con nombre, apellidos y título nobiliario: «En el caso español, existió la fortuna de tener al frente del espionaje a un político excepcional: el secretario de Estado, Floridablanca. Logró organizar una red eficaz compuesta por empleados en arsenales, fábricas de armamento y oficinistas del almirantazgo inglés». Aquel CNI del XVIII funcionaba de forma autónoma, sin depender de los aliados franceses, y organizaba operaciones de infiltración desde las embajadas de París y Lisboa. «Se contó con un agente conocido como Fox, que actuaba desde Países Bajos y entraba en Gran Bretaña por Escocia, llegando incluso a Irlanda. Sus informes salían del país gracias a una comerciante de partituras que transportaba los mensajes cifrados en las hojas de música», explica.
Pesqueros lusos que rastreaban la costa en busca de buques ingleses, agentes que se hacían pasar por operarios de astilleros británicos… Todos ellos eran los ojos y los oídos de Floridablanca en Gran Bretaña y enviaban la información a sus superiores en la península con seguridad y a la velocidad que les permitía la tecnología. «El sistema de comunicaciones en la época era muy lento e inseguro, por lo que adelantarse al enemigo era esencial. Se intentaba paliar la incertidumbre enviado por hasta cuatriplicado una noticia urgente, debidamente cifrada y con órdenes de arrojar por la borda atada a una bala de cañón. Precisamente porque las respuestas tardaban meses, la redacción de la comunicación se pensaba mucho para prever en el mensaje todos los posibles escenarios», completa Torres.
Convoy fantasma
Una de las mayores victorias de esa red de espías se sucedió en abril de 1780, cuando la Corona organizó un gigantesco convoy a las órdenes del que terminaría convirtiéndose en Capitán General de la Real Armada española: José de Solano y Bote Carrasco. Un tipo aguerrido decidido a pasar a la ofensiva en el Nuevo Mundo. «Él es un buen ejemplo de una generación de militares españoles que, tras la Guerra de los Siete Años, apostó por una estrategia ofensiva y dejó atrás los planteamientos defensivos tradicionales. Para ellos, la mejor manera de proteger América era atacar allí, en el mar y en la tierra, y no confiar únicamente en las fortificaciones», sentencia Torres.
Solano lideró una operación titánica: se encargó de dirigir más de un centenar de buques y un ejército hacia América para abrir un nuevo frente a los ingleses. «Fue una proeza de organización y pericia marinera en la que todo dependía de llegar a La Habana sin ser descubiertos ni interceptados», subraya el catedrático. Para evitar que fuese cazado, la red de espionaje de la Corona se puso a trabajar. «El Gobierno sabía que no podría ocultar su formación en Cádiz, pero sí confundir a los espías ingleses. Por ello puso en marcha sorprendentes operaciones de contraespionaje, que, sabemos por los informes enviados a Lisboa, dieron resultado», explica el autor. Entre ellas, armar dos escuadras ficticias con destinos aparentemente distintos.
El convoy arribó a su destino de forma exitosa tras esquivar, a golpe de ingenio, a las armadas inglesas encargadas de interceptarle. Y vaya si resulto útil. «Fue esencial. Llevó a América el mayor contingente de fuerzas armadas de la historia de España: más de 20.000 hombres, 130 transportes y 17 buques de guerra. Un ejército completo de operaciones, equipado con trenes de artillería capaces de salir de las murallas y asediar ciudades británicas», desvela.
Con esas fuerzas se abrió un segundo frente en Norteamérica, se redujo la presión inglesa sobre las Trece Colonias y Gran Bretaña pasó a la defensiva. «Si Bernardo de Gálvez expulsó a los ingleses del Misisipi y de la West Florida fue, sin duda, porque el convoy de Solano llegó a América», finaliza.
Doble derrota
Aunque el culmen de toda esta guerra se sucedió poco después, en agosto de 1780. El Teniente General Córdova se hallaba en el Canal de la Mancha cuando el conde de Floridablanca le dio la buena nueva: habían salido de puerto enemigo dos copiosos convoyes en dirección a las Indias Orientales. La escolta, de tres bajeles, era anémica; idónea para ser apresada sin bajas. La persecución se extendió unas pocas jornadas y culminó el 9. El recién nombrado Director General de la Armada halló el punto exacto por el que pasaría la flota enemiga y esperó paciente al frente de una gran armada franco-española. Poco pudieron hacer los casacas rojas más allá de intentar huir primero, y claudicar después.
Caza al convoy
- Editorial Desperta Ferro
Aquello fue una debacle con mayúsculas para los británicos; el día más negro de la historia para la aseguradora Lloys y una vergüenza para el Almirantazgo. A cambio, sostiene Torres, representa la capacidad de la Monarquía hispánica para entrar en ese duelo atlántico y salir victoriosa: «España logró enviar el mayor convoy del siglo y, al mismo tiempo, capturar el británico, que, con sus 55 buques apresados, sigue siendo la mayor pérdida histórica de la Royal Navy». Aquellas riquezas y vituallas no solo nutrieron el tesoro real, sino que sirvieron para pertrechar a los rebeldes norteamericanos que combatían al otro lado del Atlántico. Curiosa paradoja.
Lo triste es que, a pesar del porrazo, la Royal Navy ocultó el desastre. «Es algo realmente sorprendente, porque revela cómo eran en realidad las marinas de guerra de España y Gran Bretaña. Las hemos juzgado a partir de mitos: una supuesta virtud y eficacia innegables en el caso inglés, y una imagen de limitación e ineficacia continuas en el español. Sin embargo, cuando se comparan ambos sistemas de organización de flotas, las redes de espionaje, la capacidad de navegación y los medios destinados a la caza de convoyes, lo verdaderamente llamativo es que esos mitos no aparecen», señala Torres. Todo lo contrario: «Lo que se vislumbra es que, en la década de 1780, la Armada y la Monarquía española contaban con instituciones y una sociedad capaces de desplegar una notable capacidad operativa y ofensiva».
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