Los tres errores que, según Franco, cometió la Monarquía hispánica desde el siglo XVI
El dictador era partidario, por ejemplo, de que Carlos III no debería haber expulsado a la Compañía de Jesús
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Iniciar sesiónConversaba poco Francisco Franco, al menos, de temas triviales. «Desde el día en que empezó a ser jefe del Estado nunca le vi hablar mucho. Y ni siquiera me lo imagino haciendo tal cosa», escribió su nieta, Carmen. Así que lo de su primo, ... Francisco Franco Salgado-Araújo. Poco antes de que el dictador falleciera, Pacón, como le conocían sus allegados, escribió un ensayo en el que narraba, de cabo a rabo, sus charlas más íntimas con el Caudillo, y vaya si tuvo. El gallego, que pontificaba desde el púlpito de la pirámide dictatorial, le llegó a enumerar en 'petit comité' los errores que había cometido la Monarquía hispánica. Desde expulsar a la Compañía de Jesús, hasta no haber impulsado una suerte de Consejo del Reino.
Franco contra la Monarquía
Uno de los temas favoritos del dictador a la hora de debatir con sus más allegados era la esencia de la monarquía y su influencia en la historia de España. Así lo corrobora 'Pacón' en la obra 'Mis conversaciones privadas con Franco'. En este libro explica que el Caudillo «estaba convencido de que era el régimen que convenía a España», aunque adolecía de una serie de «defectos y reyes desastrosos» que habían condenado al viejo Imperio. Entre ellos citaba a Carlos IV o Fernando VII, dos grandes males para el país.
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La mayor crítica que esgrimía Franco contra estos monarcas era que no hubiesen creado un Consejo del Reino similar al que él había instaurado tras la Guerra Civil. Un organismo encargado, según afirma Josep Carles Clemente en 'Franco, anatomía de un genocida', de «presentar al jefe del Estado una terna de posibles jefes de Gobierno» para que él eligiera entre ellos. El autor recalca que estaba formado por una serie de consejeros escogidos a dedo por el dictador y que debían ser de su máxima confianza. El gran error de la Monarquía hispánica fue, para él, no contar con estos hombres:
«Hoy existe un Consejo del Reino que, si hubiera actuado en épocas pasadas de nuestra historia, no se hubiera dado el caso de que continuasen reinando reyes como Carlos II el Hechizado , Carlos IV , Fernando VII, Isabel II, etc. Ya el Consejo los hubiera destituido, evitando de esa forma males tremendos para la patria. Así no hubiésemos tenido que lamentar la guerra carlista. Esta institución es importantísima, pues está compuesta de todas las entidades más importantes de España. En ella está la representación de las Cortes Españolas, el capitán general del Ejército, el presidente del alto Tribunal Supremo, en representación de la justicia, y el representante de los sindicatos».
El 29 de noviembre de 1962, en una conversación privada con varios de sus amigos más cercanos, Franco incidió en la idea de que los reyes españoles no habían destacado por su buena gestión, aunque también explicó que muchos de ellos habían hecho todo lo posible por el país y habían decidido rodearse de buenos consejeros para paliar sus limitadas capacidades. Casi nada… Sus palabras, que intentaron ser de elogio, supusieron al final una buena bofetada a los «mejores reyes» de la Monarquía hispánica:
«La verdad es que no han abundado mucho los reyes buenos para el país. Lo fueron en grado máximo Carlos V y Felipe II, aunque el primero se ocupase más de Alemania que de España. También cometió el error de dominar Flandes, lo que le hizo impopular. Carlos III fue un rey bastante bueno y se rodeó de buenos ministros. No hubiera debido expulsar a la Compañía de Jesús, influido contra ellos desde su reinado en Nápoles. Así que, cuando vino a España tenía grandes prejuicios contra esta orden religiosa. Otro rey al que la historia hará justicia es Don Alfonso XIII, que además de haber sido un gran patriota, tenía un talento superior al de sus ministros».
Con todo, Franco era también partidario de que los buenos monarcas españoles como Carlos V habían sido objetivo de ataques injustificados. Un ejemplo es que, cuando se hizo público el noviazgo de la princesa Irene de Holanda y el príncipe Carlos Hugo de Borbón Parma, el dictador achacó los golpes de la prensa a la mítica Leyenda Negra. Así quedó claro en una conversación privada que mantuvo con el mismo 'Pacón' el 10 de febrero de 1964 y en la que señalaba que los diarios extranjeros habían «sacado a relucir ridículamente la época de los Tercios españoles del reinado de Carlos V, de las campañas del Duque de Alba y toda la leyenda negra sobre nuestra dominación de los Países Bajos, que se enseña con falta de respeto a la verdad en aquel país».
Cid Campeador
Como dictador y jefe del Estado, Franco fue uno de los máximos exponentes de los héroes españoles y de la era dorada de la historia peninsular. El historiador Francisco Javier Peña, autor de 'La sombra del Cid y de otros mitos medievales en el pensamiento franquista', es partidario de que lo hizo con varios objetivos: «El pensamiento franquista, huérfano de argumentos para legitimar y enraizar la figura del Caudillo en la historia, buscó su fuente nutricia en otros referentes ideales y en algunos mitos y leyendas de ascendencia medieval». En esta amalgama destacaban personajes como Fernán González y períodos como la Reconquista o las Cruzadas.
Sin embargo, hubo un héroe español por el que Franco sintió especial devoción: Rodrigo Díaz de Vivar. «El Cid fue contemplado por la propaganda franquista como el más destacado referente simbólico del pasado, al que acompañaron las imágenes de Viriato, Don Pelayo, los Reyes Católicos o algunos héroes de la Guerra de la Independencia», añade el experto. Otro tanto sucedió con la ciudad de Burgos, ligada de forma íntima al personaje. La urbe se convirtió a la velocidad del rayo en un punto de referencia de gran valor simbólico tanto para el general como para sus consejeros más íntimos y destacados.
Con este contexto, no resulta extraño que Franco se deshiciera en elogios hacia el Cid cuando inauguró una estatua en su honor el 22 de junio de 1955: «Es lamentable que se hayan tardado siglos en levantar una estatua en Burgos en honor al Cid Campeador, cuando ello se hace a figuras poco importantes. El Cid es el espíritu es España, y suele ser en la estrechez y no en la opulencia cuando surgen estas grandes figuras». En el mismo discurso, recalcó además que se negaba a cerrar su tumba con siete cerrojos –como se había propuesto hacía algún tiempo– debido a que él esperaba que su espíritu saliera del sepulcro.
Franco afirmó aquel día que «las riquezas envilecen y desnaturalizan lo mismo a los pueblos que a los hombres» y que «así pudo llegarse a la monstruosidad de alardear de cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid». En sus palabras, no tenía sentido «el gran miedo» que parecía tener la sociedad «a que saliese de su tumba y se encarnase en las nuevas generaciones, a que surgiese de nuevo en el pueblo recio y viril de Santa Gadea, y no el dócil de los trepadores cortesanos y negociantes». Para él, «el espíritu de la Cruzada y del Movimiento, el despertar a las nuevas generaciones» era uno: «Sabiendo que hemos de morir, prefiero, como él, la muerte gloriosa».
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