De Islandia al infierno: los absurdos errores ingleses que condenaron al convoy PQ-17 frente a submarinos nazis
Entre el 5 y el 13 de julio de 1942, la 'Kriegsmarine' hundió una treintena de mercantes británicos; el mayor desastre de la Segunda Guerra Mundial
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Iniciar sesiónEl golpe de mano fue de tales dimensiones que quedó reflejado en los medios internacionales. En España, a principios de julio de 1942, ABC replicó uno de los mil informes enviados desde el cuartel general de Adolf Hitler: «Destacamentos aéreos de combate y submarinos ... alemanes atacaron en el Mar Glacial del Norte a un gran convoy que transportaba aviones, carros de combate, municiones y víveres con destino a Arkangel. Fuerzas navales de gran tonelaje, destructores y corbetas, lo protegían potentemente». Aquella colosal congregación de buques, nombrada PQ-17, cayó presa de los submarinos teutones tras partir de Islandia, tierra de actualidad estos días, y por la pésima gestión del mismísimo Winston Churchill en persona.
Error inicial
La pesadilla comenzó el 27 de junio de 1942, al amparo de un secretismo que no tardó en romperse en mil trozos. Ese día, el convoy PQ-17 partió de Islandia con destino al puerto de Arcángel, en la Unión Soviética. Así lo explica el historiador Craig L. Symonds en 'La Segunda Guerra Mundial en el mar: una historia global': «Zarpó del fiordo de Hvalf. La escolta 'cercana', que era importante, estaba al mando del capitán de navío de la 'Royal Navy' Jacke Broome». El marino no podía quejarse, pues contaba con dos cruceros, cuatro corbetas, seis destructores y dos submarinos para proteger un total de 35 mercantes.
Por si fuera poco, al PQ-17 le fueron asignados, además, otras dos escoltas más: la llamada 'fuerza de protección a distancia' –que permanecería al noroeste de la isla Jan Mayen preparada para cualquier eventualidad– y la 'fuerza de protección de cruceros' –que les apoyaría entre el 2 y el 4 de julio–. Así de clave era, vaya.
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La misión del convoy era transportar armamento para colaborar en los esfuerzos de guerra de Iósif Stalin. Reforzar, en definitiva, el frente oriental con 200.000 toneladas de material, que se dice pronto. En total, los navíos debían recorrer mil millas del océano Ártico, pasar entre las islas Spitsbergen, el mar del Sur y llegar, al final, al mar Blanco. El problema es que, como explica Antonio Barro Ordovás en su dossier 'La masacre del convoy PQ-17' –elaborado para la Armada–, el gobierno británico no quiso retrasar la salida de los buques a pesar de que sabía que las condiciones y el tablero de juego eran más que favorables para los alemanes:
«Durante el mes de junio los servicios de inteligencia aliados habían llegado a la conclusión de que los alemanes pretendían utilizar sus buques de superficie pesados para atacar al siguiente convoy, PQ-17, al este de la isla del Oso, y el Almirantazgo intentó persuadir al Gobierno británico para que pospusiera la operación hasta que las condiciones fueran menos favorables para los alemanes; pero la presión política de Churchill fue mayor y se tomó la decisión de que el convoy saliera a la mar, aun cuando el Gobierno sabía que sus fuerzas navales tendrían dificultades para protegerlo en el área en que la flota de combate alemana planeaba atacarlo».
Al acecho
Los alemanes estuvieron a su acecho desde el 1 de julio. En principio, la persecución de los buques quedó a cargo de nueve 'U-Boote'. Entre ellos, el U-255 del comandante Reinhart Reche, quien dejó constancia de la operación en sus memorias: «A la altura de la isla de Jan Mayen nos unimos a un grupo de submarinos para atacar. Algunos de sus comandantes eran viejos conocidos de promoción y todos eran veteranos del Ártico». Aunque lo que más turbó a la 'Royal Navy', la protagonista de la operación, no fueron los lobos grises, sino la noticia de que el 'Tirpitz', el gigante acorazado hermano del 'Bismarck', había soltado amarras de un puerto cercano.
Aunque se desconocía si su cometido era acabar con el PQ-17, la posibilidad era ya estremecedora para los aliados. Por ello, a partir del 4 de julio, el alto mando tomó una decisión tan controvertida como desastrosa: ordenó a la escolta retirarse y a los mercantes abandonar la formación. Así lo explicó Sir Basil Liddell Hart, contemporáneo de los hechos y gran estudioso del conflicto, en una de sus obras magnas, 'La Segunda Guerra Mundial', reeditado por Arzalia en España: «El Almirantazgo, creyendo que el convoy y su escolta estaban a punto de ser derrotados por buques de guerra alemanes, ordenó que se dispersara en el mar de Barents.
Todo llegó con un mensaje 'top secret', y tras una larga e intensa discusión entre oficiales: «2136: Secret. Most immediate. My 2123 B of the 4.th Convoy is to scatter» («Secreto. El convoy se dispersará»). Su nuevo objetivo sería dirigirse hacia puerto, pero cada cual se protegería a sí mismo del enemigo. Desconocían que el 'Tirpitz' no tenía el mandato de atacar al convoy, sino trasladarse a un puerto ubicado más al norte, y que el resto de la flota germana se hallaba fondeada en el Fiordo de Alta, en el extremo norte de la península escandinava. Si salir de puerto había sido un error de dimensiones colosales, este dio la puntilla a toda aquella ristra de navíos.
Uno a uno
El triste resultado fue que, en las jornadas siguientes, los 'U-Boote' germanos se pusieron en marcha, pues sabían que podían acechar a los buques y cazarlos uno a uno. El primero en movilizarse fue el 'U-456'. Su comandante, Teichert, informó al mando de Narvik de que el convoy estaba disperso y de que era fácil provocar una debacle. Acto seguido, la 'Kriegsmarine' ordenó a los sumergibles del grupo 'Eis Teufel' que atacaran a los mercantes. El primer lobo gris en hacer blanco fue el 'U-703'. Su labor fue tan sencilla como disparar un torpedo al 'Empire Byron' a eso de las ocho y media de la mañana del día 5. El bajel estalló y se fue a pique.
Y comenzó la matanza. El mismo Reche describió así en su diario uno de los hundimientos: «Un solitario palo se levanta en el horizonte. Parece andar a doce nudos. Mientras nos acercamos aparece una gruesa chimenea y poco después el casco entero de un barco de más de 10.000 toneladas. ¡Buena presa, diablos! Por radio nos llegan noticias de otros barcos aislados, atacados y hundidos por submarinos y por los aviones. ¡El convoy se ha disgregado!» . El resultado fue más que amargo: dos docenas de navíos aliados fueron enviados al fondo del mar entre el 5 y el 13 de julio por los submarinos teutones. Poco más de una decena llegaron hasta el puerto de destino, donde desembarcaron tan solo 70.000 toneladas.
Este golpe en la mandíbula supuso un antes y un después. Los datos, que ofrece Ordovás en su dossier, son demoledores: «El convoy PQ-17 perdió 24 buques (23 mercantes y un buque de salvamento) de un total de 37. Es decir, un 64,86% del convoy». Y a eso hay que añadir la carga que portaban los mercantes –210 aviones, 430 carros de combate, 3.350 vehículos y suministros por un valor de casi 100.000 toneladas– y la vida de 153 marinos aliados. En la práctica, y tal y como explica el experto, el mayor desastre de la armada inglesa en la Segunda Guerra Mundial. «La masacre del PQ-17 fue una mancha en el honor y la reputación de la Royal Navy, y la controversia sobre la derrota ha continuado hasta nuestros días», finaliza.
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