Hundida, expoliada y olvidada: el triste destino de la escuadra del almirante Cervera tras la Guerra de Cuba
Tras el «desastre horroroso» sufrido en la batalla naval de Santiago de Cuba, el 3 de julio de 1898, los barcos se intentaron reflotar, navegaron solos a la deriva durante o se hundieron para siempre
Imágenes de los seis buques de la escuadra del almirante Cervera
El episodio final de la Guerra de Cuba , con el enfrentamiento entre la escuadra del almirante Pascual Cervera y Topete y la estadounidense dirigida por William Thomas Sampson en el bloqueo del puerto de Santiago de Cuba, es bien conocida. Aquel 3 de ... julio de 1898 consagró a la nación americana como potencia mundial y representó para España un golpe moral de demoledoras consecuencias históricas, pues perdimos nuestros últimos territorios en ultramar y provocó una inmensa crisis social, política y económica en todo el país .
«La jornada ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto», escribía Cervera en el parte de guerra . «La patria ha sido defendida con honor. La satisfacción del deber cumplido deja nuestras conciencias tranquilas, con solo la amargura de lamentar la pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la patria», subrayaba después el almirante, en el mismo documento en el que relató de primera mano y con todo detalle la crónica de la batalla, los incendios de cada buque, la muerte de los marinos, el rescate de los supervivientes y el hundimiento de algunos de los navíos.
Aquel 3 de julio, Cervera había reunido a su escuadra para comunicarle la orden casi suicida que les había recibido de Madrid, ante la evidente superioridad de la flota estadounidense que había bloqueado su plaza un mes antes. Los marinos de los cuatro cruceros ( Infanta María Teresa , Vizcaya , Cristóbal Colón y Oquendo ) y de los dos destructores ( Furor y Plutón ) se extrañaron de la orden. «El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos. Para ello ha enviado contra nosotros todo el poderío de su joven escuadra. Pero solo las astillas de nuestras naves podrá tomar, solo conseguirá arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya, flotemos sobre estas aguas que han sido y son de España ¡Hijos míos! El enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. ¡Clavad las banderas y ni un solo navío prisionero!», arengó el almirante.
«Un sacrificio tan inútil»
En una carta al ministro de Marina un mes y medio antes, Cervera ya calificó de «desastrosa» la decisión de salir del puerto bloqueado por el enemigo. También escribió a su hermano las siguientes palabras: «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil; y si en él muero, como parece seguro, cuida de mi mujer y de mis hijos». Y lo confirmó después en el parte: «El buque insignia del almirante, el Infanta María Teresa, recibió un proyectil de los primeros que le rompió un tubo de vapor auxiliar que nos hizo perder velocidad y, al mismo tiempo, otro que rompió un tubo de la red de contraincendios. El buque se defendía valientemente del nutrido y certero fuego enemigo, pero no tardó mucho en caer herido el valiente capitán Concas». «Realizada la salida –continuaba–, el combate se generalizó con la desventaja, no solo del número, sino del estado de nuestra artillería y municiones de 14 centímetros que usted conoce por el telegrama que le puse».
Cuatro horas duró aquella histórica batalla naval en la que la escuadra española resultó aniquilada, con 332 muertos y 197 heridos en su haber. En el bando estadounidenses solo una víctima mortal y unos pocos heridos. Los daños que sufrieron sus navíos fueron también escasos, a diferencia de los españoles, que en los diferentes partes transmitieron escenas de terror. El ya mencionado Infanta María Teresa, donde iba el almirante, que acabó llegando a nado a tierra con ayuda de su hijo: «El aspecto del buque era imponente, porque se sucedían las explosiones y estaba para aterrar a las almas mejor templadas. Nada absolutamente creo que pueda salvarse. Nosotros lo hemos perdido todo, llegando la mayoría absolutamente desnudos a la playa», reconocía Cervera.
Después el Colón, el Furor, el Plutón, el Vizcaya y el Oquendo, todos con sus respectivas desdichas y sus muestras de valor: «Cuando el valiente comandante vio que no podía dominar el incendio y no tenía ningún cañón en estado de servicio, decidió embarrancar, mandando previamente disparar todos los torpedos por si se acercaba algún buque enemigo [...]. El rescate de los supervivientes fue organizado por su comandante, que ha perdido la vida por salvar la de sus subordinados», podía leerse sobre este último.
El Cristóbal Colón
La historia de los barcos tras la batalla tampoco tiene desperdicio, pues los estadounidenses intentaron reflotar y reparar alguno de ellos para llevárselo como trofeo de la victoria, con el que alardear ante sus compatriotas. El primero en el que pensaron fue el crucero acorazado Cristóbal Colón, el mejor navío de guerra de España hasta ese momento, pero no lograron sacarlo a pesar de haber quedado prácticamente indemne. Estaba embarrancado en la playa de La Mula, junto a la desembocadura del río Turquino. Cuando el crucero New York consiguió ponerlo a flote empujándolo con su espolón de proa la misma tarde del 3 de julio, al día siguiente zozobró cayendo del costado de estribor y dejando sus hélices fuera del agua.
Marinos de Estados Unidos, inspeccionando los restos del Cristóbal Colón en 1899
Los estadounidenses no se percataron de que el capitán español del Colón, Emilio Díaz Moreau, había ordenado abrir las válvulas antes de abandonarlo, por lo que el acorazado se inundó de nuevo y fue irrecuperable. «Si el almirante Sampson, con más espíritu marinero, hubiera mandado que los buzos las cerraran, habría salvado el crucero con toda seguridad; pero con febril impaciencia le dio remolque con el propio New York, de su insignia, y apenas el buque fue recibiendo agua comenzó a inclinarse», contaba el comandante del Infanta María Teresa, Víctor Concas, en el libro ‘La escuadra del Almirante Cervera’ (1898).
En la actualidad es «un caos de hierros retorcidos» a 30 metros de profundidad en el mar del Caribe. Así lo recordaba en mayo Teodoro Rubio la primera vez que lo buceó en 1996: «En cuanto descendí e introduje la mano en la arena, comenzaron a aparecer cápsulas metálicas que, al principio, no me parecieron balas, pero lo eran. Cientos, o quizá miles de ellas». Al salir del agua descubrió que eran del fusil Mauser español fabricadas en 1897, en Santa Bárbara (Sevilla). «Luego me explicaron que aquellas balas estaban en la bodega del barco y que el orificio por donde entraba la luz lo había producido el equipo de Jacques Cousteau en los años 80, con una explosión controlada, para expoliarlo», explicaba este «submarinista, viajero y amante de la Guerra de Cuba», según su propia definición, a ABC.
Aunque permanece olvidado desde entonces frente a la costa de Santiago de Cuba, para Rubio se trata del pecio que «mejor se conserva del mundo porque es de acero inoxidable con níquel». «Además, no colapsó. Es la joya de la corona. Tiene una torsión inquietante de 30 grados que parece que va a partirse en dos debido a un cambio brusco de más de diez metros de profundidad por un talud submarino y por los envites del mar. Su exterior es un caos de hierros, pero se pueden identificar los engranajes, la torreta del cañón Armstrong de 254 milímetros, las chimeneas caídas a estribor y la altura donde se encontraba el puente, mientras que el interior está prácticamente completo», añadía.
El Infanta María Teresa
El destino más curioso de todos quizá sea el del buque insignia de Cervera, que estaba embarrancado en la playa de Nima-Nima sin sufrir tantos desperfectos como sus gemelos Oquendo y Vizcaya. «El María Teresa no había chocado más que con una roca por la amura de estribor, por lo que, al ir con poca velocidad, no recibió todo el daño que el almirante se proponía», narró también Concas. Así, el 25 de septiembre fue puesto a flote tras un mes de intensos trabajos a cargo de la compañía estadounidense Merrit-Chapman, Derrick and Wrecking Company, con un coste aproximado de 100.000 dólares y, después, remolcado hasta Guantánamo.
El Infanta María Teresa, durante la Guerra de Cuba
El objetivo del almirante Sampson con todo este esfuerzo titánico no era solo alardear en Estados Unidos, sino incluirlo en su Armada. La bravuconada, sin embargo, se acabó convirtiendo en un estrepitoso fracaso. En Cuba retiraron los escombros provocados por los incendios y una parte de su artillería para reparar las vías de agua. A partir de ese momento, al María Teresa se le bautizó con el nombre de P-1 y partió hacia la base de Norfolk, en Virginia, a finales del mes de octubre. A bordo viajaban 122 marinos. Era remolcado por el USS Vulcan y acompañado de otros tres barcos en una travesía tranquila hasta que, en la madrugada del 31 de octubre al 1 de noviembre, se desató una tormenta tropical atlántica con categoría de huracán cerca de las Bahamas.
Las olas que provocó eran tan gigantescas que no tuvieron tiempo de escapar. El capitán del Vulcan ordenó rescatar rápidamente a la tripulación del Infanta María Teresa y cortar las cuerdas que lo unían en un acto desesperado por salvar su propia nave. El buque de Cervera quedó sin gobierno y a la deriva , convirtiéndose en un barco fantasma en medio de la noche, entre las fuertes rachas de viento y la lluvia. Durante varios días, cabeceó perdido, pero no se hundió. Cuando llegó la calma y salió el sol, continuó con rumbo errático hasta embarrancar en un arrecife coralino conocido como Punta Pájaros, en Cat Island, próximo a Nassau.
Allí apareció el buque español solo, para vergüenza de sus captores, y allí permaneció durante una semana más, hasta que el 7 de septiembre varios barcos americanos llegaron para intentar sacarlo de nuevo. Dentro del buque se encontraron a un grupo de expoliadores. Los echaron y permanecieron varios días realizando un exhaustivo informe con el fin de intentar remolcarlo, pero no pudieron y lo dieron definitivamente por perdido. «Los americanos corrieron un tupido velo de silencio y vergüenza, perdiéndose su memoria en la noche de los tiempos. Un tribunal estadounidense anuló entonces todos los contratos con la Marina para recuperar el María Teresa y desguazar el resto de la flota española», explicaba Rubió en un artículo para la revista ‘Excelencias’.
El resto de la escuadra
Desde entonces, estos y los otros buques del almirante Cervera permanecen olvidados en el fondo del mar. El Furor, por ejemplo, está hundido a unos 27 metros de profundidad, a una milla de la costa frente a la playa de Mar Verde, en Santiago de Cuba. La artillería estadounidense destruyó su santabárbara y el barco quedó partido en tres secciones perfectamente diferenciadas: la popa, la proa y la parte central. No queda en el fondo la clásica silueta de barco, sino multitud de restos metálicos, proyectiles y dos impresionantes calderas.
El Oquendo, tras la derrota en la batalla naval de Santiago de Cuba, en julio de 1898
El Oquendo se encuentra frente a la playa de Juan González, con su gran cañón de 280 milímetros y 29 toneladas emergiendo fuera del agua. La cubierta está colapsada y pegada a su quilla, ya que su acero es de inferior calidad que el Colón. Tiene un enorme mástil caído por estribor, con las seis calderas Siemens, pero no se puede acceder al interior. Mientras, su buque gemelo, el Vizcaya, está en una situación parecida. La diferencia está en que este no está pegado a la costa, sino a media milla de la playa del Aserradero e incrustado en una arrecife de coral.
El Plutón, por último, está hundido a cinco metros de profundidad entre las playas de Bueycabón y Rancho Cruz. Solo quedan algunas bielas, algún proyectil y partes de su máquina.
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