GUERRA CIVIL
«Animales invasores y escoria»: así fue el trato vejatorio de Francia a los exiliados españoles
La mayoría de los refugiados que cruzaron los Pirineos fueron considerados «rojos peligrosos» por la población gala que venían a «invadir» su país, mientras la prensa se refería a ellos como «tribus primitivas» y «sucios vándalos»
Israel Viana
En ‘Campo de los Almendros’ (1968), el libro que cierra su serie de novelas sobre la Guerra Civil titulada ‘El laberinto mágico’, Max Aub escribió: «Este es el lugar de la tragedia: frente al mar, bajo el cielo, en la tierra. Este es el ... puerto de Alicante, el 30 de marzo de 1939. Las tragedias siempre suceden en un lugar determinado, en una fecha precisa, a una hora que no admite retraso». El hispanista Ian Gibson la considera su obra maestra, por la brillante descripción que hace de la desesperación y el sentimiento de abandono experimentado por los españoles que emprendieron el camino del exilio en 1939.
El escritor español de origen galo los describió en la misma obra como «deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco y destrozados». A pesar de ello, las penurias de los refugiados que decidieron cruzar los Pirineos no acabaron tras la victoria de Franco , sino que continuaron después con el deplorable trato recibido por las autoridades francesas, supuestamente afines a la causa republicana.
De hecho, la mayoría de los 470.00 españoles llegados a Francia y su todavía colonia de Argelia fueron recluidos en campos de concentración y considerados por una gran parte de la opinión pública gala como «rojos peligrosos». La llegada de los republicanos al país vecino fue percibida casi como una «peligrosa invasión» por parte del Gobierno de Édouard Daladier , dado el elevado número de refugiados que traspasaron la frontera. Algo más sorprendentes si tenemos en cuenta que todavía no se había instaurado el régimen de Vichy , aquel estado títere de la Alemania nazi que fue instaurado por el mariscal Philippe Pétain en parte del territorio.
«Sucios vándalos»
El pequeño departamento de los Pirineos Orientales había visto multiplicada por tres su población, que en aquellos momentos era de 40.000 habitantes en la capital, Perpiñán, y 234.000 más en el resto del territorio. La penosa situación en que llegaban los exiliados no impidió a la prensa francesa de derechas referirse a ellos con insultos como «animales invasores, escoria, tribus primitivas o sucios vándalos», según explica Borja de Piquer en su libro ‘ La dictadura de Franco ’ (Crítica, 2021).
Esta opinión se generalizó entre la población más conservadora y ejerció una presión muy importante sobre el presidente Daladier, que terminó por imponer unas condiciones extremadamente duras sobre el derecho de asilo. El gobierno envió a los departamentos del sur más de 50.000 gendarmes, así como un buen número de contingentes de tropas coloniales y regulares para vigilar única y exclusivamente a los refugiados españoles. Estos fueron, además, los primeros a los que se aplicó el decreto del 12 de noviembre de 1938 que preveía el internamiento de los extranjeros considerados «indeseables».
Los primeros campos se construyeron en las mismas playas del propio departamento de los departamentos orientales: Argelès-sur-Mer , Saint-Cyprien y Barcarès . A continuación se crearon más en otras partes del interior de Francia, como Bram , Agde , Le Vernet , Gurs y Septfonds . Tras la derrota militar, por lo tanto, vino la humillación. Así contaba el célebre director de fotografía Juan Mariné, hace cuatro años, su paso por algunos de ellos, poco después de haberse salvado por los pelos de la matanza de 130 compañeros de su división y haber perdido la audición del oído derecho por una explosión:
«En Saint-Cyprien me quisieron obligar a firmar un contrato con la legión extranjera para ir a combatir a Indochina durante cinco años, pero me negué alegando que en España no podía firmar nada hasta cumplir los 20 años y que no entendía lo que me estaban diciendo porque no sabía francés. Desistieron por pesado y, en un despiste, aproveché para escapar de allí. Al día siguiente, una patrulla de senegaleses me capturaron y me llevaron a Argelè-sur-Mere, que era una playa repleta de prisioneros donde no había ni sitio para poner los pies en el suelo. Tampoco te daban de comer. De vez en cuando lanzaban pan duro como si fuéramos gallinas que, del hambre que teníamos, lo mojábamos en agua de mar y nos lo comíamos. Y tuve que dormir en el suelo, al aire libre, en enero».
Un trato vejatorio
A la alarmante precariedad higiénica y sanitaria, los españoles tenían que sumar la severa vigilancia a la que eran sometidos por parte de los gendarmes. El trató recibido solía ser vejatoria e, incluso, violento en muchas ocasiones. Ante el trato recibido, no es de extrañar que cientos de los refugiados internados en estos campos de concentración, sobre todo ancianas y mujeres con sus niños, se viesen casi obligados a regresar a España, a pesar del peligro que ello suponía para sus vidas.
«El informe Valière, realizado por el gobierno francés, sostiene que entre el 28 de enero y el 12 de febrero de 1939, entraron en territorio galo como refugiados políticos unos 440.000 españoles, de los cuales 220.000 eran combatientes. 10.000 soldados heridos. 40.000 hombres no combatientes y 170.000 mujeres y niños. Además, para esa fecha habían entrado en las colonias galas del norte de África –Argelia, Túnez y Marruecos– otros 15.000 exiliados, una cantidad muy superior a los 4.000 de la Unión Soviética, 3.000 en el resto de Europa y 1.000 más en Latinoamérica.
Los mismos informes franceses sobre los refugiados españoles llegados a principios de 1939 indican que la mayoría procedía de las regiones limítrofes a la frontera: el 36% eran catalanes, el 18% aragoneses, el 14% de la zona actual de la Comunidad Valenciana, 10% andaluces y el 7% de la zona centro. En lo que respecta a las profesiones de los exiliados, la misma fuente asegura que un 50% se declararon industriales, un 30% campesinos y pertenecía, según dijeron , al sector servicios. Entre estos últimos había una cifra importante de funcionarios. Y, por supuesto, al extrajero había ido a parar la gran mayoría de los dirigentes políticos y sindicales, de los altos cargos de la Administración republicana y de los intelectuales y profesionales.
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