Así cayó la Monarquía de Alfonso XIII tras unas simples municipales y la amenaza de una guerra civil

La lentitud de las comunicaciones y del recuento de los votos trasladaron la falsa impresión de que los partidos monárquicos habían sufrido un batacazo colosal en las elecciones municipales, pero el recuento final negó la mayor

Los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia a bordo de un Hispano Suiza 15 45 HP

El Monarca que precedió a la Segunda República vivió su vida dentro de una urna de cristal, incapaz de comprender lo mucho que había cambiado la España que le entregó su madre y la necesidad de que el sistema liberal culminara en una democracia de ... pleno derecho. Lo que explica, en parte, cómo un soberano que empezó su reinado con la idea de regenerar de arriba a abajo el país lo acabó fiando su suerte por completo a los militares. Y, desde luego, esclarece cómo un Rey que se creía designado por Dios (él usaba el eufemismo «por mandato de la historia» ) acabó perdiendo la corona por unas simples elecciones municipales.

El Rey se situó siempre por encima de los políticos y, aferrado a la creencia de que estaba mejor cualificado que ellos, tomó parte activa en las decisiones de Estado. En su Diario íntimo confesaba, probablemente bajo el dictado de otros, sus mayores preocupaciones:

«Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando la patria... pero también puedo ser un Rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y, por fin, puesto en la frontera».

En vez de reanimar el sistema , Alfonso aprovechó su debilidad y las amplias prerrogativas que le daba la Constitución de 1876, las cuales sus padres evitaron emplear y él, en cambio, sobreutilizó. Porque sí, es cierto que el texto garantizaba al Rey «conferir los empleos y conceder honores y distinciones de toda clase», pero también indicaba que ningún mandato real se podía llevar a efecto si no estaba refrendado antes por algún ministro, y a los miembros del gobierno siempre los trató como simples criados. Despreciaba a los políticos de la nación tanto como reverenciaba a los militares, viendo en ellos tal vez la figura paterna y varonil que no alcanzó a conocer. Se negaba a firmar nombramientos que no le agradaban, anunció dimisiones de ministros antes de que los afectados lo supieran y retrasó algunas reformas que pudieran evolucionar el sistema hacia una democracia de verdad.

Primer despacho entre Alfonso XIIIy Primo de Rivera. Alfonso Sánchez García Alfonso

El país necesitaba cambios urgentes porque estaba experimentando las tensiones del mundo moderno sin disfrutar de sus beneficios, pero la respuesta del Monarca fue suministrar más anestesia y erosionar, ya fuera consciente o inconscientemente, durante décadas los engranajes de la Restauración, un sistema ideado por Antonio Cánovas para sedar los temperamentos españoles de cara a años más tranquilos. No en vano, encontrar estabilidad en un país europeo a principios del siglo XX resultó como buscar dientes a una gallina.

España nunca pareció lista para una Constitución más democrática , y el Rey hizo nulos esfuerzos por integrar a algunas de las fuerzas marginadas por el caciquismo. Sus alianzas con los catalanistas moderados fueron efímeras. A los socialistas les costó sudor y lágrimas ganar su primer escaño en 1910 y los violentos anarquistas, que eran legión en Cataluña, fueron apartados cada vez que osaron levantar algo la cabeza. En cuanto a los partidos dinásticos, el Rey, lejos de renovarlos, se deleitó con su decadencia.

«En el mejor de los mundos»

Alfonso XIII no apoyó directamente la dictadura de Miguel Primo de Rivera , pero permitió por omisión que trascurrieran los acontecimientos durante siete años de buena salud económica y choques cada vez más frecuentes del dictador con algunos sectores del Ejército, la intelectualidad republicana y los enemigos habituales de la Corona. Cuando aquel estado dictatorial dejó de ser útil para evitar la crisis económica y sostener las huelgas, el Rey auspició su caída sin más. Primo de Rivera dimitió como dictador el 28 de enero de 1930 bajo el pretexto de haber sufrido «un mareo» y tomó un tren hacia Francia .

En Barcelona trató de convencer al capitán general de la provincia de que se pronunciara contra Alfonso XIII , si bien este le comentó que era demasiado tarde para dar un golpe desde arriba y demasiado pronto como para hacerlo desde la oposición. De lo que más carecía el jerezano era de tiempo. Mareado y triste, el espadón falleció de un coma diabético en un modesto hotel parisino . Pocos movieron un dedo por el dictador caído y casi nadie lo haría por la familia real.

Retrato de Alfonso XIII.

El prestigio de los Borbones quedó muy dañado tras haber permitido el ascenso y caída de un dictador coronado. Sin embargo, el Rey siguió ajeno hasta el último segundo a la campaña a degüello que iniciaron los republicanos, los primorriveristas y hasta un puñado de monárquicos contra él, y al hecho de que el dictador, aunque no logró derogar la Constitución de 1876 , la había incumplido tantas veces que ya era papel mojado.

Aunque ya se habían producido varios levantamientos republicanos, Cambó encontró en esas fechas a Alfonso «en el mejor de los mundos, sin darse cuenta de la debilidad del gobierno». Las siguientes personas en las que depositó el poder el Monarca eran también militares, el general Dámaso Berenguer , que fracasó en su intento de «pacificar los espíritus» con una dictadura blanda, y el almirante Juan Bautista Aznar, quien duró apenas unos meses como presidente.

Mareado y triste, el espadón falleció de un coma diabético en un modesto hotel parisino

Unas inofensivas elecciones municipales, celebradas el 12 de abril de 1931, habrían de despertar de la larga siesta a la corte.

La madre de todas las crisis

El almirante Aznar llegó esa tarde cariacontecido y a paso de tranvía al Palacio de la Presidencia. Las noticias recibidas competían entre sí por ser cada cual peor que la anterior, pero entre los monárquicos se compartía la idea de resistir como mínimo hasta las elecciones generales, que estaban previstas para un mes después. Se aferraban a que el éxito nunca es definitivo , y tampoco el fracaso. Los periodistas preguntaron al almirante Aznar si habría crisis de gobierno tras los resultados, y él enfrió la moral de sus filas: «¿Crisis? ¿Qué más crisis desean ustedes que un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano?».

La lentitud de las comunicaciones y del recuento de los votos trasladaron la falsa impresión de que los partidos monárquicos habían sufrido un batacazo colosal en las elecciones municipales frente a las fuerzas republicanas, que habían planteado los comicios como un plebiscito para decidir la continuación de la monarquía. La realidad, y eso se sabría demasiado tarde, era que habían ganado los de siempre. El indestructible caciquismo había arrojado un resultado conjunto de 40.168 concejales monárquicos contra 19.035 republicanos, según datos del Anuario de Estadística. La victoria republicana era posible en las capitales de provincia y en los grandes núcleos urbanos. Las masas republicanas llenaron las calles de Barcelona y Madrid de banderas tricolor y cantaron el Himno de Riego antes de que terminara el recuento.

Las masas republicanas llenaron las calles de Barcelona y Madrid de banderas tricolor y cantaron el Himno de Riego

Los líderes republicanos temían que el Rey declarara el estado de guerra y contrarrestara los votos con balazos. Alfonso XIII estaba indeciso . Ordenó por lo pronto aumentar los centinelas de palacio y esa noche desmintió la noticia de que pensaba huir al extranjero. Su idea era la de resistir y, en el peor de los casos, marcharse una temporada fuera y que, mientras tanto, gobernara un consejo de regencia presidido por su sobrino el Infante Carlos de Borbón . Los monárquicos creían contar con la Guardia Civil para mantener el orden en el país. Lo que no sabían era que el general Sanjurjo, director de la Benemérita y contumaz conspirador, había entrado ya en negociaciones con los miembros del comité republicano para salvar su puesto en el nuevo régimen.

Cuando el día 14 de abril unos concejales de Eibar izaron la bandera republicana en su ayuntamiento, el oficial de la Guardia Civil responsable de la plaza no intervino. Otros municipios siguieron el mismo ejemplo. Fiel a su mala costumbre de saltarse los mandos intermedios, Alfonso XIII telefoneó ese mismo día al Ministerio de Gobernación para conocer de viva voz si la gente gritaba «muera el rey» en la manifestación republicana en la Puerta del Sol. El Monarca reclamó que los guardias civiles que custodiaban el ministerio salieran a la plaza y dispersaran a los presentes. El subsecretario del ministerio explicó al Rey que el capitán responsable estaba dispuesto a dejarse despedazar por la multitud, pero que los otros agentes no iban a vender tan barata su vida.

Madrid, 1931. Ola de delincuencia posterior a la proclamación de la Segunda república

Alfonso XIII escuchó atentamente las frases del capitán y añadió: «Es lo que me quedaba por saber» . En esta misma conversación por teléfono le pidió al subsecretario que le indicara cuál era el camino más despejado para abandonar España. El destino de la familia real rusa era un recuerdo que podía respirarse en la corte. Los Reyes sabían que ya no iba a ser como las otras tres veces que los Borbones coquetearon con la frontera. Ahora podían perder hasta la vida si se demoraban demasiado.

La noche del 14 de abril Alfonso XIII partió con discreción de Madrid hacia Cartagena, al volante de su automóvil Duesenberg, y desde allí zarpó para Marsella en el crucero Príncipe Alfonso, que nada más desembarcar su ilustre pasajero izó la bandera republicana. Al día siguiente le siguió por otro camino la familia real, que permaneció esa noche sin más escolta que un grupo de socialistas voluntarios.

El exilio del Monarca

Una vez lejos de España, Alfonso XIII se resistió a abdicar o a renunciar a la corona. Suponía que aquello de «mejor que nos tomemos un tiempo» era más que una frase hecha para no herir los sentimientos y confiaba en regresar tras el triunfo de los monárquicos en las siguientes elecciones, que, unos meses después, les deparó únicamente un escaño. En el manifiesto con el que se despidió de España, reconocía que había perdido «el amor de mi pueblo», pero se mostraba abierto a que la separación no fuera definitiva:

Fotografía del Rey cerca de su muerte en 1941

«Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósitos acumulados por la historia de cuya custodia me han de pedir un día cuenta rigurosa. Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos. También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria. Pido a Dios que también como yo lo sientan y lo cumplan todos los españoles».

Alfonso XIII vivió la Guerra Civil desde Italia asombrado por la brutalidad desplegada

El Rey exiliado alternó largas temporadas en Irlanda con viajes puntuales por Austria, Egipto y la India. Victoria Eugenia se instaló lo más lejos posible de su marido y solo regresaría una vez más a España, justo en el bautizo del Rey Felipe VI . Alfonso, en cambio, decidió instalarse en Roma hacia 1933, primero en la Villa Titta Ruffo y luego en el Grand Hotel, por el buen clima de la ciudad, la cercanía de los monárquicos y por las facilidades fiscales de Mussolini.

Vivió la Guerra Civil desde Italia asombrado por la brutalidad desplegada . Poco a poco fue tomando conciencia de que Francisco Franco solo era leal a sí mismo y que las peticiones franquistas de que Alfonso XIII abdicara como paso previo para recuperar la Monarquía eran, únicamente, una estrategia para sembrar la discordia entre el padre y su hijo Juan. No por consejo del dictador, sino por sus problemas médicos, al fin renunció Alfonso XIII como jefe de la Casa Real de España el 15 de enero de 1941 (apenas un mes antes de su muerte).

Pasó sus últimos días en la suite 132 del Grand Hotel de Roma , cuidado por dos monjitas españolas, tras complicársele «una vieja afección cardíaca levísima» diagnosticada en 1930. Los médicos le pidieron que se abstuviera de las emociones fuertes, tanto al volante de su coche como en el trono. Murió con solo 54 años.

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