El fin de una era: Villa Certosa, el símbolo de poder y excesos de Berlusconi, a un paso de la venta
El refugio más famoso de Italia, con 126 habitaciones y un parque de 120 hectáreas podría cambiar de dueño por una cifra récord
La operación coincide con la venta de otra villa histórica: la residencia corsa de los Saboya en la isla de Cavallo
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Corresponsal en Roma
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Iniciar sesiónLa pregunta corría desde hacía años por la Costa Esmeralda y los medios italianos: ¿qué sería de Villa Certosa, la fastuosa residencia del exprimer ministro Silvio Berlusconi en Cerdeña, después de su muerte? Ahora, poco más de dos años después del fallecimiento del ... Cavaliere, la respuesta parece inminente. Según reveló el Corriere della Sera a comienzos del verano, y confirmó hace unos días La Nuova Sardegna, la mítica villa de Porto Rotondo está a un paso de ser vendida.
El supuesto comprador sería un magnate árabe dispuesto a pagar «poco menos de 500 millones de euros». Fininvest, la sociedad de la familia Berlusconi, se apresuró a matizar: «Estamos recogiendo varias manifestaciones de interés, pero no hay negociaciones avanzadas». Pero la sensación de fin de ciclo es inevitable.
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La cifra que se baraja -entre 300 y 500 millones de euros- convertiría la operación en la compraventa inmobiliaria más importante en la historia reciente de Italia. No solo por el valor económico, sino por la carga simbólica: Villa Certosa fue durante décadas algo más que la casa de verano del líder más influyente de la política italiana. Era su santuario, su teatro y en parte su sala de control.
El escenario de poder
Desde finales de los años ochenta, cuando Berlusconi adquirió la finca, el lugar fue objeto de un continuo proceso de ampliaciones y transformaciones. Se levantó un complejo casi legendario: 4.500 metros cuadrados edificados, 126 habitaciones, 174 plazas de garaje, bungalós, un anfiteatro grecorromano, un puerto privado, piscinas de talasoterapia -agua de mar calentada con tratamientos terapéuticos-, un parque de 120 hectáreas con cactus exóticos y hasta un volcán artificial que erupcionaba en las noches de fiesta.
«Era como una pequeña Las Vegas plantada en el Mediterráneo», recordaría años después un invitado frecuente. Allí todo parecía posible, desde recrear un paisaje de fábula hasta blindar la costa con un perímetro de seguridad propio de un Estado.
De Bush a Putin, pasando por Aznar y Blair
No fue solo un capricho personal. Durante los años de poder político de Berlusconi, Villa Certosa se convirtió en una sede alternativa del Gobierno italiano. En sus jardines se celebraron cenas de Estado y encuentros diplomáticos de alto nivel. George W. Bush, Tony Blair, José María Aznar, Vladimir Putin o Hosni Mubarak figuran en la lista de huéspedes ilustres. En el verano de 2002, por ejemplo, Tony Blair y su esposa Cherie compartieron con Berlusconi una cena oficial disfrazada de velada entre amigos: ensalada de cigalas, langosta, música al piano y un anfitrión que acabó cantando en camisa blanca canciones napolitanas. Fue la primera de muchas escenas que mezclaban política, espectáculo y una cierta dosis de teatralidad berlusconiana.
Escándalos y fotografías robadas
Pero la misma villa que servía de escenario para negociaciones discretas y alianzas internacionales se convirtió también en símbolo de los excesos. En 2007, las fotos tomadas con teleobjetivo por el reportero sardo Antonello Zappadu desataron un escándalo que dio la vuelta al mundo: Berlusconi rodeado de jóvenes en traje de baño, o el entonces primer ministro checo Mirek Topolánek, completamente desnudo en el césped de la residencia.
Italy’s Silvio Berlusconi is undoubtedly one of the most notorious figures in modern politics. Even into his seventies, Berlusconi was known for his wild lifestyle, marked by corruption and legendary hedonism. His infamous "bunga bunga" parties were essentially orgies held in his… pic.twitter.com/pXBDhRk9qn
— Fascinating (@fasc1nate) August 3, 2025
Las casi 700 imágenes que Zappadu logró capturar desde la distancia pusieron a Villa Certosa en el mapa global como sinónimo de fiestas desbordadas, chicas en 'topless' y confidencias al borde de la piscina. Desde entonces, el halo de misterio, poder y libertinaje quedó asociado de manera inseparable a la villa.
El país de las maravillas mediterráneo
Los periodistas la bautizaron de muchas formas: «la Versalles sarda», «el país de las maravillas mediterráneo» o «el Vittoriale privado de Berlusconi», porque era un espacio donde la opulencia y el poder se mezclaban con el espectáculo y la frivolidad. Un escenario que incluso escondía historias y anécdotas que rozaban lo absurdo, como la «erupción» nocturna del volcán artificial, activado por control remoto, que provocó en 2006 la llegada alarmada de los bomberos; o su «colección de cactus» que incluía la legendaria «hierba viagra» que el mismo Berlusconi, con una sonrisa, decía que crecía en su jardín. Cada visitante encontraba allí un reflejo de lo que era el Cavaliere: un hombre capaz de mezclar política y entretenimiento, negocios y ocio, poder e intimidad. Nada en Villa Certosa era sencillo; todo debía ser grandilocuente, incluso el secreto de Estado con el que se blindó la zona, hasta el punto de que durante años estuvo prohibido acercarse en barco a menos de 500 metros de la costa.
El dilema de los herederos
Tras la muerte de Berlusconi, la venta de la Villa Certosa, el símbolo del poder y los excesos del fundador de Forza Italia, parecía inevitable, aunque se suponía que no sería fácil encontrar un comprador para semejante herencia inmobiliaria.
Durante años, la faraónica mansión estuvo en la órbita de potenciales compradores: desde jeques árabes hasta cadenas hoteleras de lujo. Pero ninguna operación se concretó. Ahora, con Sotheby's International Realty y la agencia Knight Castle de Dubái como intermediarias, la venta parece finalmente realista. Si se confirma, sería el mayor traspaso de un inmueble privado en Italia y pondría punto final a uno de los capítulos más singulares de la historia política del país.
Otra venta simbólica: la villa de los Saboya en Córcega
El anuncio de Villa Certosa coincide con otra operación cargada de simbolismo. Manuel Filiberto de Saboya, heredero de la dinastía real italiana sin trono -la monarquía fue abolida por referéndum en junio de 1946- ha puesto en venta la villa familiar en la isla de Cavallo, en la costa de Córcega. La mansión, construida en los años setenta, está valorada en 18 millones de euros. Situada en una pequeña ensenada con embarcadero privado, fue durante décadas el refugio estival de los Saboya. Marina Doria, madre de Emanuele Filiberto, la decoró con esmero, y allí se vivieron veranos felices en familia.
Pero la villa carga con una tragedia que marcó a la dinastía: en la noche entre el 17 y 18 de agosto de 1978, Vittorio Emanuele de Saboya, que había ido a recuperar un bote con un fusil de caza, disparó y alcanzó al joven alemán Dirk Hamer, de 19 años, que dormía en un barco cercano. Vittorio Emanuele admitió inmediatamente haber disparado y fue a prisión, pero fue liberado poco antes de la muerte de Dirk, tras 111 días de agonía. En el juicio de París de 1991, fue absuelto del cargo de homicidio, gracias a peritajes balísticos y médicos que, para la familia de la víctima y la prensa, resultaron siempre controvertidos y cuestionados. El Tribunal Supremo italiano dictaminó que el Príncipe, a pesar de su absolución en París, no tiene derecho al olvido por la muerte de Dirk Hamer. El caso, conocido como el «crimen de Cavallo», persiguió a los Saboya durante décadas. El episodio nunca se borró de la memoria colectiva. Hoy, casi medio siglo después, la venta de la villa parece un intento de cerrar también ese capítulo doloroso.
Italia, entre memoria y mercado
Las dos ventas, en paralelo, condensan un cambio de época. Villa Certosa encarna el ascenso y la caída del berlusconismo, con su mezcla de política, espectáculo y excesos. La villa corsa de los Saboya refleja la larga decadencia de una familia real en el exilio, marcada por una tragedia que la opinión pública no olvida. Ambas residencias, símbolos de un tiempo, acaban en el escaparate global del lujo, donde magnates árabes, empresarios americanos o fondos internacionales buscan joyas únicas. Italia contempla el proceso con una mezcla de nostalgia, curiosidad y cierto alivio. Porque lo que para algunos fueron escenarios de glamour y poder, para otros representan excesos, escándalos y tragedias.
Si, como todo hace suponer, se cierra la operación, Villa Certosa será dentro de poco la residencia privada de un nuevo magnate, blindada como siempre lo estuvo. Pero ya no será el lugar donde se tomaban decisiones de Gobierno, ni el teatro de veladas donde un primer ministro entonaba canciones ante Putin o Blair.
«El final de una época», titulaba con precisión La Nuova Sardegna. Porque con la venta de Villa Certosa se entierra definitivamente un símbolo. Un reflejo de la Italia que Berlusconi moldeó a su imagen y semejanza, y que ahora, con su desaparición física y la posible cesión de su santuario más célebre, pasa a ser solo memoria.
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