De los puertos al Hotel Chelsea: el jerez busca nuevos territorios en Estados Unidos

Tradicionalmente vendido como postre, lucha por abrirse paso como vino. La crítica lo adora

Los vinos de Jerez se sacuden la caspa

Barricas de Jerez R.Ríos

Javier Ansorena

Corresponsal en Nueva York

Si hay un lugar con solera en Nueva York, ese es el Hotel Chelsea, el templo de la bohemia neoyorquina. Allí murió Dylan Thomas y vivió Jack Kerouac. Allí tuvo residencia media factoría de Andy Warhol. Por allí pasaron los grandes de la música ... de los setenta: Bob Dylan, Leonard Cohen, Jim Morrison, Patti Smith, Frank Zappa, Janis Joplin y un largo etcétera que monopolizaría este artículo e incluye a Sid Vicious, que supuestamente mató a su novia, Nancy Spungen, en la habitación número 100.

El hotel está hoy higienizado, convertido en un establecimiento de lujo después de muchas renovaciones. Pero su historia no se ha limpiado y ahora, una tarde de otoño, acoge otra solera: la de los vinos de Jerez. Decenas de personas levantan copas de fino, palo cortado, oloroso, amontillado y también vinos sin fortificar del Marco de Jerez, todos animales extraños para el gran público estadounidense, al que el 'sherry', el jerez, le suena como un trago rancio, más propio de la época en la que el Hotel Chelsea era un tugurio fantástico. Pero, también, productos cada vez más apreciados por los entendidos del vino.

La ocasión es la Feria En Rama, un evento que parte de un desequilibrio, según su propio manifiesto: «El valor del Jerez es incomparable, su complejidad y rango de estilos no tienen rival», pero, al mismo tiempo, «su reputación y mérito fuera de la industria del vino o de la restauración están mal entendidos o desconocidos«. Los vinos de Jerez son »un misterio que explorar, un regalo que descubrir«.

Para ayudar a desentrañar esos secretos, entre las paredes con frescos y molduras del salón Bard del Hotel Chelsea –en homenaje a Stanley Bard, el propietario que, en su época de esplendor bohemio, llenó el hotel con obras de arte de quienes no podían pagar por el cuarto–, suena flamenco y alguien toca el violín con una pata de jamón, entre trozos de empanada gallega y otras delicias españolas (casi tan célebre como el Hotel Chelsea lo es El Quijote, un restaurante español en el mismo establecimiento, donde Patti Smith recordó en uno de sus libros bajar un día a almorzar y encontrase con «músicos por todos lados, en mesas llenas de gambas en salsa verde, paella, jarras de sangría y tequila». Entre otros, Janis Joplin, los integrantes de Jefferson Airplane y Jimi Hendrix).

«Después del turno de cena me sirvieron un oloroso. Nunca había probado nada así»

Nick Africano, impulso de la feria de vinos de Nueva York

El impulsor de Feria en Rama, el músico y restaurador Nick Africano, explica a ABC que se topó con los vinos de Jerez en 2008, cuando estaba de prácticas en Boquería, otro restaurante español en Manhattan. «Después del turno de cena me sirvieron un oloroso. Nunca había probado nada así. Fue como mi momento Hendrix: cuando lo escuché por primera vez, me puso en una senda musical que me cambió la vida. Aquel oloroso también lo hizo». Africano ha impulsado desde entonces un club de amantes del Jerez; una compañía de sacas (Buelan), que selecciona y embotella vinos seleccionados; y esta feria, con catas y seminarios, que busca contribuir a llevar a los vinos de Jerez a nuevos territorios en EE.UU. «Está ocurriendo un cambio en la percepción. El jerez aquí se ha asociado siempre como algo que está fuera del mundo del vino por eso ahora los productores hacen muchos esfuerzos», asegura. «Hay una tensión entre el concepto del Jerez de vieja escuela, de puro y chaqueta. Una forma de explicar que es un producto para cualquier día es asociarlo con un contexto en el que aquí no estamos acostumbrados, pero sí en Andalucía: con la música, con las reuniones de amigos, con la comida«.

Uno de los asistentes a la cata J. Ansorena

Africano defiende que la comida puede ser una puerta de entrada ideal para esta concepción de los vinos de Jerez. Menciona los maridajes de pizza con manzanilla o de carne de barbacoa (el gran tesoro gastronómico de EE.UU.) con oloroso y es imposible negarle que la asociación hace la boca agua. Desde el magnífico bar Cervantes del Hotel Chelsea, César Saldaña, presidente del Consejo Regulador del Marco de Jerez, incide en que la apuesta actual del jerez es la gastronomía e insiste en el concepto de que es un vino. «Tengo una misión en la vida: romper cuantas más copitas de jerez pueda», dice sobre los catavinos que, en su opinión, no hacen justicia al poderío de los vinos de Jerez. «Copita que encuentro, copita que rompo», insiste solo medio en broma.

La cruzada del jerez

«El jerez tradicional aquí no se ha vendido como un vino, sino como una bebida, de aperitivo, de postre», explica en una tradición muy establecida en esta orilla (uno de los primeros cócteles que se preparaban en Nueva York a finales del siglo XIX, quizá también en este Hotel Chelsea, es el 'Sherry Cobbler', con azúcar y zumo de limón, el pionero en servirse con pajita). «Pero eso es el pasado», dice. «El esfuerzo grande es explicar que el vino de Jerez es un vino». En esta cruzada tienen un protagonismo especial la multitud de productores no fortificados que han venido a presentarse. «Hay una cierta revolución en la que se da la vuelta a la historia del jerez desde el viñedo. Ahí el factor tiempo, la solera, no es la clave, sino el suelo, el terruño«. Saldaña explica que es una línea en boga en el mundo del vino global. »Antes lo que importaban eran las variedades de uva, ahora el interés está en el origen«, añade, y ahí Jerez, »donde se inventó en España el concepto de pago en el siglo XIX«, tiene mucho que ganar.

Es un cambio en el Marco de Jerez que han celebrado voces como el crítico de 'The New York Times', Eric Asimov, que este verano volvió de Cádiz encantado con lo que encontró en media docena de productores de Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa Maria. Las voces que se escuchan en el Hotel Chelsea son de 'oh' y 'ah' durante las catas de los vinos, de olorosos con décadas de vida a blancos jóvenes y briosos. Una de ellas, de Raúl Martínez, artista residente en Nueva York desde hace quince años, que incide en la conocida ventaja del vino español en EE.UU., su relación calidad-precio: «¿En qué otra región te puedes encontrar con vinos con 30, 40, 80 años –se pregunta con una copa de oloroso añejo en la mano– sin que te cueste un riñón?».

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