Los motivos (a evitar) por los que gritas a tus hijos
Los gritos en casa siempre tienen que ver con nosotros, no con lo que hacen los menores, advierte Úrsula Perona
Ansioso, llorón, intenso, cabezota... Así debes actuar si tienes un hijo de alta demanda
Empieza un nuevo año y con este, suelen aparecer deseos de que en la familia haya menos conflictos, menos gritos, menos estrés… Si ese propósito es no gritar a tus hijos... Debemos saber primero qué provocan los gritos en el cerebro de un niño.
Dejar de alzar la voz, reconoce la psicóloga Úrsula Perona, autora de 'Niños Altamente Sensibles', «es un deseo maravilloso y más que justificado, pues dejar de gritar a tus hijos va a cambiar significativamente varias cosas: el ambiente y la energía que hay en casa, las relaciones entre vosotros, su motivación y autoestima, y tu propia imagen como madre o padre. Porque nadie se siente bien después de gritar a sus hijos«.
Un grito, explica esta experta, activa el sistema de alerta del niño. «Nuestro cerebro entiende que hay una amenaza cerca y el sistema nervioso simpático se activa, poniendo en marcha una serie de reacciones psicofisiológicas para prepararse para afrontar ese «peligro» que puede ser luchar o huir. Para ello se dispara el cortisol, hormona del estrés, que hará que se produzca tensión muscular, aceleración de la respiración, entre otras cosas».
Pero sobre todo, advierte Perona, «se produce bloqueo (tu hijo queda paralizado y sin capacidad de prestar atención o comprender bien lo que le dices), y desconexión emocional».
Como efectos a largo plazo, recuerda la terapeuta, «los niños que se crían en un entorno de gritos (a menudo acompañados de descalificaciones) continuas, muestran en los estudios más tendencia a tener conflictos en el colegio, baja autoestima, niveles más altos de agresividad y ansiedad y depresión».
-Si en casa se grita, ¿deberíamos empezar por pensar qué pensaríamos nosotros si, como adultos, nos gritasen?
-Sí. Es curioso como justificamos la violencia con los niños que no consentiríamos entre adultos jamás. Me parece una de las contradicciones más significativas en la crianza. Normalizamos gritar a los niños, descalificarles a veces, ponerles malas caras o gestos, e incluso pegarles. ¿Aceptarías ese trato de alguna persona hacia ti? Son niños, pero merecen el mismo trato respetuoso y amable que cualquier persona.
-¿Qué les diría a aquellos que piensan que sin esa «mano dura» no se puede educar?
-Que solo están mostrando que aun no han aprendido y adquirido otras formas de crianza respetuosa. Porque desde mi experiencia como psicóloga infantil con más de 15 años de experiencia, y mamá de tres hijos, os aseguro que se puede educar sin gritar ni agredir . Al menos la mayor parte del tiempo. Somos humanos y a todos se nos puede escapar un grito en un momento de tensión, lo que no puede es convertirse en lo cotidiano.
-Entiendo que otra reflexión debería ser... ¿Por qué gritamos? ¿Qué motivos hay detrás? ¿Es porque nosotros mismos no estamos bien? ¿Es porque vamos siempre con prisas? ¿Es porque hay algo del niño que nos exaspera? ¿Por qué es?
-Los gritos siempre tienen que ver con nosotros, no con nuestros hijos. Nada justifica que gritemos a nuestros hijos. Por lo tanto es nuestra absoluta responsabilidad. «es que me desquicia», «me saca de mis casillas», «no puedo con él», «solo reacciona cuando le grito» …seguro que has escuchado (o pronunciado) alguna de estas frases.
Pero en realidad es una manera de justificar una mala conducta por nuestra parte, no por la suya. Los niños solo están haciendo cosas de niños.
Generalmente los motivos con los que gritamos tienen que ver con varios aspectos:
Sobrecarga y estrés: prisas, nervios, cansancio…
Estos son los enemigos número uno de la crianza. No se puede educar desde ese estado alterado. Educar a un niño requiere mucha paciencia, tiempo y dedicación que a menudo no tenemos.
Reproducir el estilo educativo de neustros padres
Puede que tengamos que identificar si hemos actualizado ese estilo a la nuestra época, nuestros conocimientos actuales sobre crianza y nuestros valores. Lo que «funcionaba» o era habitual hace cincuenta años no tiene por qué serlo ahora (por suerte).
No haber trabajado tus heridas de la infancia
Muchas veces nuestros hijos nos sacan de nuestras casillas porque nos muestran partes de nosotros sin resolver (traumas, heridas y carencias). Son un espejo en el que mirar nuestras sombras y ponernos a trabajar en ellas.
Expectativas poco realistas
Muy a menudo los papás tratan a sus hijos como pequeños adultos, esperando de ellos un nivel de perfección que no consiguen ni ellos mismo. Eso hace que el comportamiento de sus hijos (generalmente niños haciendo cosas de niños) choquen con lo que esperan y por ello vivan en constante exigencia y frustración.
No dedicar suficiente tiempo a la crianza
Nuestro estilo de vida es incompatible con la crianza. Apenas tenemos tiempo de calidad para estar con ellos, y eso hace que el vínculo de apego se tambalee. Un buen vínculo de apego es previo, e indispensable, a cualquier cosa. Cuando quieras corregir algo en tus hijos, recuerda siempre que el apego (que incluye amor, confianza, respeto y admiración) es el primer paso de la disciplina.
Falta de tiempo para ti
A menudo con la mejor de las intenciones dedicamos mucho tiempo y energía a la crianza, descuidando aspectos como la pareja, las amistades o el ocio. Revisa si estás en esa trampa de la crianza. Porque para poder criar bien, necesitas estar bien, y eso incluye cuidar de ti mismo.
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Después de estas reflexiones, concluye Perona, «te animo a crear tu mapa 2023, a colgarlo en algún lugar visible y a verte e imaginarte a ti mismo siendo el padre y la madre que realmente quieres ser. Automáticamente, tu cerebro, que es muy listo, empezará a elaborar un plan para conseguir eso. Porque para lograr cualquier deseo, hace falta acción«.
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