Vivir con la culpa de contagiar a un familiar que fallece por Covid-19
«¿Y si he sido yo?», «Y si no hubiera ido a verle?», «¿Y si...?» Las dudas silenciosas que martirizan la mente cuando nos sentimos responsables de un contagio fatal

Pedro –nombre ficticio– se encontraba hace unos días de fiesta en casa de unos amigos cuando recibió en el móvil una inesperada llamada de su madre, a la que había dicho que estaba en casa de un amigo estudiando. Extrañado se apresuró en apartarse un ... poco del convite y responder. Con voz entrecortada y sollozando su madre apenas acertaba para explicarle que la abuela estaba muy grave en el hospital. No podía respirar y seguramente no superaría esa noche. «¡Con lo cuidadosos que hemos sido todos con el Covid-19! ¿Tú no habrás estado de fiesta verdad?».
Esta escena se trata tan solo de un cortometraje que se ha hecho viral en la última semana porque plasma con gran realismo el sentimiento de culpa que puede aflorar cuando un familiar fallece por Covid si uno no ha sido coherente con las medidas de prevención. «¿Y si he sido yo?, ¿y si le he contagiado el virus y por eso ha muerto?, ¿y si...?». Las dudas patológicas solo conducen a la angustia, el estrés, el sufrimiento... y la culpa.
Vicente Prieto , psicólogo Especialista en Psicología Clínica y director técnico del Centro de Psicología Álava Reyes , reconoce que en su consulta ha aumentado considerablemente el porcentaje de pacientes que acuden por el inmenso dolor de un duelo congelado –aquel en el que no han podido acompañar a su ser querido en sus últimas horas, ni velarle ni enterrarle– y por sentirse culpables de haber contagiado el Covid-19 a un familiar con resultado de fallecimiento.
No cabe duda de que la sociedad asiste con rabia como testigo a numerosas fiestas que celebran los jóvenes sin las medidas de seguridad pertinentes exigidas para evitar la pandemia. Jóvenes que posteriormente van a casa a dormir, dan un beso a sus padres, que se acercan a sus profesores en el instituto, que se paran a hablar con un vecino...
«Pero no nos confundamos –advierte Prieto–, también hay muchos adultos que se sienten responsables de la muerte de un ser querido porque han ido a trabajar y regresado a casa donde convivían con sus padres mayores a los que cuidaban; personal sanitario que ha contagiado el virus a pacientes de otras patologías; hijos que llevaron a sus padres a un hospital por otras dolencias y allí se contagiaron y murieron, familias que decidieron celebrar una gran fiesta de cumpleaños...».
Los dos escenarios del sentimiento de culpa
Para Carmen Moreno , médico del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón , es necesario diferenciar el sentimiento de culpa en dos escenarios. «El primero hace referencia a aquellas personas que son muy cuidadosas con las medidas de prevención –que al principio de la pandemia no fueron nada claras y crearon mucha confusión–, que son muy cuidadosas para no contagiarse ni contagiar a los demás, pero que por sus circunstancias vitales se sienten en la necesidad de ir en transporte público, de exponerse a los demás porque no pueden teletrabajar, etc. Aún así, deben ser conscientes de que el virus puede aparecer en cualquier momento porque siempre hay aspectos que se nos escapan. Es lógico que estas personas sientan culpa porque les repite el pensamiento de “podría haber hecho más” . Por ello se martirizan, les falta energía, no pueden dormir, se obsesionan con la idea, fantasean con la muerte... Esta presión, si no es transitoria y se enquista en el tiempo, hace que sea necesario acudir a salud mental para aliviar su angustia».
Vicente Prieto añade que «si no hay certeza absoluta de que hemos sido nosotros los responsables de un contagio fatal –lo que es muy difícil de demostrar– no se debe añadir más dolor al propio que ya supone una pérdida de estas características».
Se inclina por evitar la palabra culpa y hablar de «accidente» porque no ha habido intencionalidad: «nadie va a una fiesta con la intención de coger el virus, llegar a casa y contagiar a su padre para que muera. Lo mismo ocurre con quien tiene que ir a trabajar o sube a un autobús lleno de gente. En realidad no hay culpa. Si se asume que no la hay es más fácil aceptar la pérdida del familiar; sin embargo, es un matiz muy difícil de admitir por quienes padecen esta situación. Lo óptimo es describir las cosas como han sucedido sin entrar en suposiciones o valoraciones», confiesa.
El segundo escenario que contempla la psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón se refiere al de aquellos que no hacen caso de las medidas de prevención porque no creen en que sean necesarias. «En ellos, su sentimiento de culpa, cuando finalmente se sienten responsables de una muerte por Covid-19, puede provocarles una gran angustia por su arrepentimiento. Reciben una gran bofetada de realidad».
Ejercicio de reparación
Ante la imposibilidad de cambiar lo sucedido, «se debe optar por repararlo», asegura Vicente Prieto, para generar una sensación de conciliación con uno mismo. Pero, ¿cómo? Su idea es, por ejemplo, que ese joven de la fiesta tome la iniciativa y se convierta en abanderado de la causa para informar de los riesgos reales que supone no tomar las precauciones adecuadas. «Que lo hable con la familia, amigos, con su entorno... que libere su sentimiento de culpabilidad porque el ser humano tiene necesidad de descargar sus emociones, porque ocultarlas, incluso a la familia, puede conllevar a psicopatologías muy graves. Reconciliarse con los demás y con uno mismo es una de las mejores terapias».
En la misma línea se manifiesta José Carlos Bermejo , director general del Centro de Humanización de la Salud , quien tras reconocer que «la culpa es un fenómeno complejo», explica que hay veces en que nos sentimos culpables porque hemos transgredido un valor personal o comunitario interiorizado en nuestra vida y, en otras ocasiones, sentimos culpa irracional porque hemos aprendido a culpabilizarnos por influjo cultural, educacional, etc. «Ante este pensamiento irracional hay que hacer razonamientos con argumentos de peso que sean sostenibles y destierren tanta contrariedad. A veces es necesario contar con ayuda especializada para desmontar la culpa irracional. En muchos casos, la culpa solo sana cuando se emprende el camino del perdón, del perdón a uno mismo también».
Explica Bermejo que la ayuda de un especialista sería necesaria también cuando uno encuentra dificultades para perdonarse o no se libera de esa culpa irracional , cuando no baste verbalizarlo ante otro que se despacha con tan solo un «no te sientas culpable», sino que se requiera a alguien que tenga capacidad de explorar su dinamismo, comprenderlo y disminuir el sufrimiento evitable. «El “counselling” es un modo de acompañar que se va abriendo camino y ya hay Centros de Escucha que se han especializado en duelos complicados y en hacer procesos de afrontamiento de dificultades de estas características».
Lo que nunca debes hacer si te sientes culpable
—Reprocharnos permanentemente nuestros comportamientos, rumiar constantemente pensamientos negativos, juzgarnos de manera rígida y desmedida... Todo ello provocará rabia, tristeza, baja autoestima y estados de ánimo deprimidos. No hay que caer en el victimismo.
—No reconocer ni aceptar los errores nos lleva a tener dificultades para seguir aprendiendo. Este proceso de no aceptación aumenta la probabilidad de seguir cometiendo dichos errores.
—No reconocer ni expresar tu arrepentimiento. El ser humano necesita exteriorizar sus sentimientos para sentirse liberado.
—No ser capaz de pedir perdón. Tener miedo a la reacción de los demás como consecuencia de tu comportamiento. Esta situación puede provocar estrés y ansiedad que se prolongará en el tiempo.
—Ignorar comportamientos de reparación. No intentar «arreglar» de la mejor manera posible lo «dañado». Es un proceso psicológico no cerrado y puede provocar angustia y sufrimiento por un juicio de infravaloración autoimpuesto e implacable de señalamiento que puede cronificarse en el tiempo.
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