Madrid simultáneo

Lejos de allí, en la calle de la Victoria se venden entradas, o se vendían, para lo que fuese menester. Allí huele a gamba de Casa del Abuelo, a mesones gallegos baratos. Un humorista famoso en los 90 discute histriónicamente con un galerista sobre que Picasso fue un fraude para España y para el arte. Una familia de Castuera, que ha dejado el triángulo del arte, se come el espectáculo dialéctico boquiabierta.

En Las Ventas dan un premio, en la Casa de Campo ensayan con los trastos los torerillos, juncales y pintureros. Ayer mismo, con la luna de febrero, la ciudad hervía de no se sabe muy bien el qué. El sol de invierno tiende más a primavera, y en el paseo de Rosales ya se empiezan a ver los tirantes sobre la piel blanca.

La Gran Vía bulle de sí misma, los taxistas bufan, está Chicote abierto con el recuerdo de lo que fue, que llama a los más románticos. Un opositor entra en una biblioteca pública con la vista dejada en la repetición visual de párrafos de una Constitución que todos sabemos quién se la pasa por el Arco del Triunfo. Madrid es todo y lo mismo a la vez.

La Cibeles está sin agua, parece, y a la gente le viene dando un poco igual, que quien lleva los horarios marcados no está para contemplaciones mitológicas. Madrid es simultánea, todo esto ocurre a la vez. Día a día. Excepto el domingo, que el vermut es sacrosanto y ralentiza el tiempo